martes, 26 de junio de 2007

21 veintiunos

Poner a San Antonio de cabeza, adorarte como una reina, escribirte poemas. Nada de eso ha servido para que te decidas y estés a mi lado. Por eso he decido tomar medidas extremas. Si no me haces caso por lo que soy, esta bien, pero ya veremos si tienes las agallas suficientes para desobedecer los lineamientos de una arraigada tradición urbana como la del 21.

Usted puede ocupar el argumento anterior en caso de encontrarse en la misma situación que yo, osea, perdida e irremediablemente enamorado de quién a todas luces se ve que no le hará caso. Sucede que la solución al mal de amores es facilísima, y aunque no definitiva, si ayuda a por lo menos calmar las ansias del desamor por un par de días.

Todo sucedió la semana pasada. Abordé un autobús con rumbo al sur de la ciudad. Algo cotidianísimo de no ser porque aquél transporte público contaba con una maquinita que al pagar, te devolvía tu cambió y expedía un boleto. Fue ahí cuando recordé mis años de secundaria. Revisé el boletito y no, no era un veintiuno. Mala suerte.

Un 21, para aquellos que no viven en la Ciudad de México, no fueron a secundaria, o simplemente son demasiado jóvenes para mantener las antiguas tradiciones, les diré que un veintiuno es un boletito de camión, trolebús o microbús. Obviamente, por si mismos estos tickets (que la mayoría de las veces están hechos con un papel de bajísima calidad) no tienen ningún valor, a menos al sumar cada uno de los dígitos del número de folio el resultado sea 21.

Ejemplo.
Si tu boleto es el número 3234524, no es un
21, pues la suma de 3+2+3+4+5+2+4 es 23.
En cambio, si tienes el número 2174322, si es un 21, pues la sume de 2+1+7+4+3+2+2 es 21.

Una vez que el feliz poseedor cae en cuenta de que tiene en su poder un 21, puede considerarse afortunado. ¿A qué le da derecho?. A algo tan simple pero tan glorioso como un beso. Así es. En mis años de secundaria y de preparatoria, ninguna chica, por muy guapa y presumida que fuera tenía la autoridad moral de no besarte si llegabas con un 21 en mano. No hacerlo implicaba, ante todo, desobedecer las leyes no escritas de una tradición plenamente aceptada por los jóvenes de la ciudad. Puede que uno no le agradara ni tantito a la desafortunada, pero una vez cumplido el tramite, el boletito de camión pasaba al poder de ella, para besar, ahora sí, al sujeto de su preferencia.

Esta especie de dinero del amor tenía dentro de la escuela muchas ventajas. Los solitarios curaban sus soledades, las chicas y chicos populares median su aceptación y éxito con el sexo opuesto debido al número de veintiunos recibidos y sobre todo, nadie quedaba fuera de la repartición de besos. Si esto no es democracia, no sé que lo sea.

Sin embargo, como todo sistema capitalista, el manejo de veintiunos cayó en el surgimiento siempre odioso de la riqueza y la pobreza. Pronto los más agraciados y agraciadas tenían en su poder una fortuna de boletitos mágicos que no dudaban en negociar con los menos afortunados a cambio de tareas, trabajos y resultados de exámenes. Una tontería de circulo vicioso, sobre todo si tomamos en cuenta que aquellos mismos boletitos regresaban inmediatamente a sus atractivos dueños por la premura que teníamos los pobres diablos de usarlos con las más hermosas ninfas del salón.


Por eso, el día que un veintiuno caía a tus manos del modo más natural, osea, en el camión y por sólo dos pesos, lo que uno quería hacer era correr con Julia, Sandra, Montserrat, Vania, Jessica y demás compañeras de ensueño para hacer efectivo el regalo que el destino y la suerte nos ha dado porque sí.

El error era ese, querer el beso inmediatamente, como agua en el desierto; y no ahorrar. Cuenta la tradición que el Premio Mayor no era tener uno, sino
21 veintiunos. Una vez que alguien lograba la hazaña de juntar tan singular número de boletitos tenía todo el derecho divino de reclamar ya no un simple beso, sino una noche de pasión con quién se le venga en gana. Regalo de regalos para quienes todavía leíamos al Hombre Araña y veíamos Caballeros del Zodiaco en la tele.

Nunca supe, sin embargo, de alguien que juntara la cifra mágica. El más cercano, se dice, fue un tal Fernando que se quedó en 18. Y es que imagínense, ¿quién tendría la fuerza de voluntad necesaria como para ahorrar pudiendo tener en ese momento un apasionado beso? Nadie, y lo digo por experiencia propia. Hace unos años tener un
21 era mejor que tener un palco en el Estadio Azteca. Por eso, las veces que descubría que las escasas probabilidades matemáticas de que la sumatoria de mi boleto fuera 21 me favorecían, me tomaba un largo tiempo para meditar qué hacer con el pedacito de papel.

Fue en preparatoria cuando me enamoré de verdad por primera vez. Su nombre era Esperanza, y ese nerviosismo intestinal que me provocaba su presencia me hacía aun más difícil el aguantarme las ganas de ir y canjear todos y cada uno de mis 6 veintiunos que el destino me había mandado a lo largo de varios años. Sin embargo, el imbecil y torpe de mi, bajo la estúpida filosofía de que es mejor ir por todo, decidió aguantarse las ganas y lanzarse a la búsqueda del premio mayor. No lo logré. Salí de la prepa y los papelitos se quedaron guardados en un cajón.

Ocasionalmente el destino me ha dado más veintiunos. Mismos que seguí guardado en el cajón de siempre y que, ante la falta de Esperanza, pensé que jamás los iría a usar. Pero el tiempo paso y aunque por años no necesité los boletitos para obtener besos y apapachos, creo que la situación comienza a ameritar la toma de medidas extremas.

No sé si la tradición de los 21 continué. En dado caso ni me importa, pues ella, la que hoy me trae sonámbulo y sin apetito es de mi edad y debe estar al tanto de que las costumbres deben respetarse y llevarse a cabo sin protesta alguna. A la fecha tengo 14 veintiunos, y aunque estoy lejos de la noche de pasión con ella, si estoy pensando seriamente en canjear cuanto antes aquellos catorce viajes sin escala al cielo.

Miran nada más queridos amigos. Juzguen por ustedes mismos el punto hasta el que estoy idiotizado por ella, que ya hasta pienso en unos boletitos viejos y amarillentos como última opción para salvarme del inminente naufragio sentimental.

Los exhorto a juntar sus veintiunos.

5 comentarios:

la dueña dijo...

haber que aqui en lima tambien existe los boletitos pero no ese singular 21 con acceso aun beso ya quisiera !
no soy la chica que deseas el bso 21 pero te envio uno como simbolo de que me gusto mucho lo que has escrito con tanta ternura y amor , en serio em gusto.

Concharrita dijo...

Gabriel, siento decepcionarte pero todo fue mentira…igual que me emocionaba con los 21, pero el día que tuve uno y nomás no halle dónde ni con quién canjearlo, entendí que era una vacilada… fue como descubrir a los Reyes Magos, pero bueno, la ilusión era buena…

Karen dijo...

Jajaja
Que gracioso lo de tu cole o prepa nose xD aquí es solo cole y cole jajaja

Me hubiera gustado también juntar mis 21, eso me habría ahorrado muchos problemas jajaja tan desesperada estoy xD

Escribes muy bien, ok, esa es la opinión de una estudiante de enfermería jeje
Tengo dos patas (en realidad mas, pero a los demás no los conozco) que estudian derecho y se creen escritores, van por buen camino, pero me doy cuenta que mi visión es muy corta.

Besitos!

xD

Gonzalo Del Rosario dijo...

Estoy sorprendido con aquella tradición o leyenda urbana mexicana.

Realmente nunca creí en Reyes Magos, Papá Noel, El ratón de los dientes, el viejo de la bolsa . . . pero esto del 21 me ha dejado cojudo.

Manya eso de que por la posesión de la mayor cantidad de 21 te hacía un cuasi millonario está bacán como metáfora del mundo y del sistema capitalista que se repite en todo.

Bacán el post.

giovanna dijo...

un beso por la paciencia de juntar por un beso