viernes, 29 de junio de 2007

Puerto Vallarta, a la distancia

Yo quería que ese puerto tuviera historia.
Que en el viento se dibujara una flor, y que mis ganas de pensarte en la tormenta de la timidez la deshojaran en mil pétalos de brisa marina.
Ella, descarada acariciaba tu rostro.
Quería una gota de arena salada posándose en tus labios. Matándome de envidia, inquietándome.
Masoquismo de inocencia, eso es lo que quería.
Puerto Vallarta eras tú.

Vallarta es tu mirada aun de niña reflejada por última vez en la mía.
Es un abrazo que nunca di pero que me sacudió las entrañas.
Puerto que se nubló cuando me falto el valor de acercarme y decirte que te amaba.

Porque estabas cerca. Y quizá esperabas que te dijera algo.
Que explicara esa carta que un día te escribí y cuyo contenido nunca sustenté con acciones.
Esperabas que yo estuviera a la altura de las letras,
esas que torpemente plagie a escritores de verdad.
Esperabas que no esperara más por ti. Esperabas algo.
Algo menos silencio.

Estas playas no son para los cobardes.
Existen para el amor y no para la individualidad de la indecisión.
Para aquellos que callan un amor el destino les castiga con la diaria proyección de un millón de hipotéticas posibilidades que, por tontas, se suicidan antes del alba.

Hay veces que a la vida no se le antoja ser color de rosa.

Los puertos son así, breves.
Después, todo el camino de regreso, y una vida, para pensar en tu ausencia.
Otra vez, tengo tiempo de sobra.



Gabriel Revelo – Junio 2007
(aunque debió haber sido escrito en junio del 2000)

martes, 26 de junio de 2007

21 veintiunos

Poner a San Antonio de cabeza, adorarte como una reina, escribirte poemas. Nada de eso ha servido para que te decidas y estés a mi lado. Por eso he decido tomar medidas extremas. Si no me haces caso por lo que soy, esta bien, pero ya veremos si tienes las agallas suficientes para desobedecer los lineamientos de una arraigada tradición urbana como la del 21.

Usted puede ocupar el argumento anterior en caso de encontrarse en la misma situación que yo, osea, perdida e irremediablemente enamorado de quién a todas luces se ve que no le hará caso. Sucede que la solución al mal de amores es facilísima, y aunque no definitiva, si ayuda a por lo menos calmar las ansias del desamor por un par de días.

Todo sucedió la semana pasada. Abordé un autobús con rumbo al sur de la ciudad. Algo cotidianísimo de no ser porque aquél transporte público contaba con una maquinita que al pagar, te devolvía tu cambió y expedía un boleto. Fue ahí cuando recordé mis años de secundaria. Revisé el boletito y no, no era un veintiuno. Mala suerte.

Un 21, para aquellos que no viven en la Ciudad de México, no fueron a secundaria, o simplemente son demasiado jóvenes para mantener las antiguas tradiciones, les diré que un veintiuno es un boletito de camión, trolebús o microbús. Obviamente, por si mismos estos tickets (que la mayoría de las veces están hechos con un papel de bajísima calidad) no tienen ningún valor, a menos al sumar cada uno de los dígitos del número de folio el resultado sea 21.

Ejemplo.
Si tu boleto es el número 3234524, no es un
21, pues la suma de 3+2+3+4+5+2+4 es 23.
En cambio, si tienes el número 2174322, si es un 21, pues la sume de 2+1+7+4+3+2+2 es 21.

Una vez que el feliz poseedor cae en cuenta de que tiene en su poder un 21, puede considerarse afortunado. ¿A qué le da derecho?. A algo tan simple pero tan glorioso como un beso. Así es. En mis años de secundaria y de preparatoria, ninguna chica, por muy guapa y presumida que fuera tenía la autoridad moral de no besarte si llegabas con un 21 en mano. No hacerlo implicaba, ante todo, desobedecer las leyes no escritas de una tradición plenamente aceptada por los jóvenes de la ciudad. Puede que uno no le agradara ni tantito a la desafortunada, pero una vez cumplido el tramite, el boletito de camión pasaba al poder de ella, para besar, ahora sí, al sujeto de su preferencia.

Esta especie de dinero del amor tenía dentro de la escuela muchas ventajas. Los solitarios curaban sus soledades, las chicas y chicos populares median su aceptación y éxito con el sexo opuesto debido al número de veintiunos recibidos y sobre todo, nadie quedaba fuera de la repartición de besos. Si esto no es democracia, no sé que lo sea.

Sin embargo, como todo sistema capitalista, el manejo de veintiunos cayó en el surgimiento siempre odioso de la riqueza y la pobreza. Pronto los más agraciados y agraciadas tenían en su poder una fortuna de boletitos mágicos que no dudaban en negociar con los menos afortunados a cambio de tareas, trabajos y resultados de exámenes. Una tontería de circulo vicioso, sobre todo si tomamos en cuenta que aquellos mismos boletitos regresaban inmediatamente a sus atractivos dueños por la premura que teníamos los pobres diablos de usarlos con las más hermosas ninfas del salón.


Por eso, el día que un veintiuno caía a tus manos del modo más natural, osea, en el camión y por sólo dos pesos, lo que uno quería hacer era correr con Julia, Sandra, Montserrat, Vania, Jessica y demás compañeras de ensueño para hacer efectivo el regalo que el destino y la suerte nos ha dado porque sí.

El error era ese, querer el beso inmediatamente, como agua en el desierto; y no ahorrar. Cuenta la tradición que el Premio Mayor no era tener uno, sino
21 veintiunos. Una vez que alguien lograba la hazaña de juntar tan singular número de boletitos tenía todo el derecho divino de reclamar ya no un simple beso, sino una noche de pasión con quién se le venga en gana. Regalo de regalos para quienes todavía leíamos al Hombre Araña y veíamos Caballeros del Zodiaco en la tele.

Nunca supe, sin embargo, de alguien que juntara la cifra mágica. El más cercano, se dice, fue un tal Fernando que se quedó en 18. Y es que imagínense, ¿quién tendría la fuerza de voluntad necesaria como para ahorrar pudiendo tener en ese momento un apasionado beso? Nadie, y lo digo por experiencia propia. Hace unos años tener un
21 era mejor que tener un palco en el Estadio Azteca. Por eso, las veces que descubría que las escasas probabilidades matemáticas de que la sumatoria de mi boleto fuera 21 me favorecían, me tomaba un largo tiempo para meditar qué hacer con el pedacito de papel.

Fue en preparatoria cuando me enamoré de verdad por primera vez. Su nombre era Esperanza, y ese nerviosismo intestinal que me provocaba su presencia me hacía aun más difícil el aguantarme las ganas de ir y canjear todos y cada uno de mis 6 veintiunos que el destino me había mandado a lo largo de varios años. Sin embargo, el imbecil y torpe de mi, bajo la estúpida filosofía de que es mejor ir por todo, decidió aguantarse las ganas y lanzarse a la búsqueda del premio mayor. No lo logré. Salí de la prepa y los papelitos se quedaron guardados en un cajón.

Ocasionalmente el destino me ha dado más veintiunos. Mismos que seguí guardado en el cajón de siempre y que, ante la falta de Esperanza, pensé que jamás los iría a usar. Pero el tiempo paso y aunque por años no necesité los boletitos para obtener besos y apapachos, creo que la situación comienza a ameritar la toma de medidas extremas.

No sé si la tradición de los 21 continué. En dado caso ni me importa, pues ella, la que hoy me trae sonámbulo y sin apetito es de mi edad y debe estar al tanto de que las costumbres deben respetarse y llevarse a cabo sin protesta alguna. A la fecha tengo 14 veintiunos, y aunque estoy lejos de la noche de pasión con ella, si estoy pensando seriamente en canjear cuanto antes aquellos catorce viajes sin escala al cielo.

Miran nada más queridos amigos. Juzguen por ustedes mismos el punto hasta el que estoy idiotizado por ella, que ya hasta pienso en unos boletitos viejos y amarillentos como última opción para salvarme del inminente naufragio sentimental.

Los exhorto a juntar sus veintiunos.

sábado, 23 de junio de 2007

Diplomacia vs Costumbres


Voy a ponerme diplomático y no sé que postura tomar. Resulta que hace una semana, dentro del reality show ‘Big Brother’ en Australia se celebró una fiesta mexicana. Los habitantes de la casa se vistieron de charros, comieron platillos nacionales y tuvieron varias dinámicas referentes a México.

Todo iba muy bien: los sombreros de charro, la música, el picante. En sí, la idea era buena y no hubiera pasado de ser una simple anécdota si a los productores no se les hubiera ocurrido usar la bandera mexicana en uno de los juegos. En dicha actividad, dos habitantes protegían el lábaro patrio del ataque que por medio del lanzamiento de varios globos con pintura roja de parte del bando contrario. Obviamente la bandera quedo mojada y manchada.

Indignados por lo que vieron en televisión, varios mexicanos residentes en Australia enviaron cartas de protesta a la embajada mexicana. Las autoridades del consulado mexicano en Australia decidieron mandar las imágenes a la Secretaria de Gobernación en México y a partir de ahí, el asunto se ha vuelto un escándalo, a tal grado de que el Gobierno Mexicano envió un comunicado al gobierno Australiano exigiendo respeto hacia nuestra bandera.

Y es que en México los emblemas nacionales siempre se deben tratar con un profundo respeto. Cualquier falta de respeto al Himno Nacional, Bandera o Escudo Nacional está seriamente penado por la leyes y constitución mexicana. Estos valores uno los aprende desde los primeros años de educación de manera tan efectiva, que basta cualquier ‘falta de respeto’ para encender los ánimos de la población.

Las imágenes de aquel juego en Big Brother Australia que han causado tanta polémica a nivel nacional han sido transmitidas hasta el cansancio, y no hay medio de comunicación en el que no se haya debatido el tema. En general, la opinión es de una condena absoluta y a todo el asunto no se le da más calificativos que el de una ‘burla de mal gusto’.

Endemol (empresa productora de Big Brother) ya mandó disculpas alegando que aquella penosa situación no se volverá a repetir y que la ‘fiesta mexicana’ no tenía otro objetivo que el de homenajear a México y a su ‘vibrante cultura’. A pesar de la disculpa, la sociedad sigue muy disgustada. Y es aquí dónde empiezo a dudar.

Para ser sincero, la primera vez que vi la imagen en el noticiero de la mañana sentí enojo y hasta rabia. Como comenté líneas arriba, desde niño me he acostumbrado a ver en los símbolos patrios la grandeza e inmensidad de mi patria. El sentir ese respeto me llena de orgullo. Como dice la canción ‘si alguien la mancilla, le parto el corazón’. Por eso, ver como en otro país se divierten a costa de ellos es algo que en ese momento me disgusto. Precisamente porque estoy acostumbrado al respeto.

¿Qué pasa entonces cando en un país como Australia, la población está acostumbrada a traer la bandera en la ropa, lápices, calzones, gorras y demás?. Es muy de los países anglosajones (sobre todo los que forman parte del Reino Unido) jugar así con sus símbolos patrios, y aunque yo lo vea raro, para ellos es de lo más normal.

Sé que cualquier bandera debe de ser tratada con el mayor de los respetos. Ahora mismo no me imagino llenando de salsa de tomate la bandera de ningún país. Diplomáticamente no sería correcto.

En cambió, las costumbres cambian continuamente. Cada región no ya del mundo, sino de cada país es diferente. Podemos culpar a los australianos por no haberse informado y faltarle al respeto a las leyes mexicanas, pero no creo que podamos hacerlo por mal intencionados. Ellos hacían lo que para ellos es normal. Una costumbre sólo puede ser cambiada al entrar en conflicto con otras. Quizá los australianos se la piensen mucho más la próxima vez que quieran usar algún otro símbolo o bandera extranjera, y eso, en términos de respeto, es lo rescatable del asunto.

El tema seguirá dando para mucho. Yo, por lo pronto, cada que veo las imágenes me indigno menos, aunque eso sí, ver mi bandera manchada de rojo en medio de un juego bobo es algo que jamás veré con normalidad. Ahora, si ya nos pidieron disculpas ¿qué más queremos?. Los mexicanos somos así, sentidos por naturaleza. En ese sentido nos parecemos a esas novias a las que no basta unas flores y un poema para contentarlas.

Como sea. La ofensa fue grave pero sin mala intención. Ya nos pidieron disculpas. Deberíamos aceptarlas. No es bueno andar por la vida cargando rencores.

miércoles, 20 de junio de 2007

Dos pajaritos muertos y quince personas

Ya tiene varias semanas que al salir a caminar me he topado con algunos pajaritos muertos. Hoy no fue la excepción y peor aún, vi dos. Sus cuerpos, tirados en medio de la tierra de un parque estaban llenos de tierra. No sé si los mató la tormenta que cayó anoche, y de la cual ya no queda rastro alguno detrás del cielo azul y despejado que esta mañana cubre la ciudad. No sé si murieron por la contaminación, por algún parásito que las atacó o por amor.

Ignoro si eran pareja (que estupideces escribo), simples conocidos o parientes. Ojalá y no tengan crías, no me gustaría imaginar ese nido desolado lleno de huevos o pequeñas avecillas en espera de ser empollados, alimentados y protegidos por quién no volverá más.

Seguramente los cadáveres se quedarán ahí. Poco a poco serán cubiertos por ramas, pasto, basura y arena. Lentamente se descompondrán. Una parte de ellos será absorbida por la tierra, otra se volverá partículas que volarán por los aires hasta quién sabe dónde y otra, la menos afortunada, mutará en gusanos rosas. Mientras eso sucede, sus impúdicos cadáveres serán vistos diariamente por unas quince personas, de las cuales, en promedio 10 pasarán indiferentes ante la tragedia.

El problema son las otras cinco personas.

Una de ellas,
niño u adolescente, pateará alguno de los cadáveres, o lo usará como broma al arrojarlo a sus compañeros. Si el cuerpo del animalito tiene suerte, caerá sin impactar en la cara de nadie y se quedará ahí, a unos metros de su posición original de descanso eterno. Pero si los compañeros del niño u adolescente así lo deciden, comenzarán una guerra entre ellos. El chiste del juego es tomar al pajarito de una de las opacas plumas de su cola y aventarlo con toda la saña del mundo al contrincante, el cual, hará lo propio una vez que tenga el cuerpecillo en sus manos, que al final del juego ya no podrá ser llamado‘cuerpo’, pues seguramente ya estará reducido a un montoncito mal oliente de huesos rotos.

Otra de estas cinco personas será un
coleccionista de nada. Uno de esos ciudadanos que junta todo con el pretexto de que ‘algún día le servirá’. Vendrá caminando del centro comercial en donde compró un par de chucheras que jamás volverá a utilizar. Al toparse con los pajaritos caídos tendrá una idea no del todo macabra, sino mal intencionada. Inspeccionará ambos especímenes y elegirá al más grande. Después de guardarlo en el bolso de su chamarra, irá corriendo a casa para probar la eficacia de su idea. No tiene tiempo, sus hijos salen del colegio en tres horas, y quiere darles la sorpresa antes de la hora de la comida. Con tijeras para tela, barniz de madera, hilos, agujas, una cuchara y algodón en mano, el alocado padre de familia y coleccionista de nada abrirá el cuerpecito inanimado por medio de una incisión mal hecha a lo largo del pecho del ave. Secará la sangre con algodón y con la cuchara sopera vaciará del cuerpo todas las vísceras y órganos vitales. Lavará muy bien el resto con agua y jabón en abundancia. Rellenará, como si se tratase de una almohada, el interior del pajarito con el algodón restante. Una vez que esté más rechoncho y esponjado que en vida, coserá la herida con hilo de cáñamo color café y con una aguja gruesa. Limpiará la sangre restante y orgulloso verá que la cortada solo es visible si uno se acerca mucho al pecho del difunto animal. Lo barnizará con una brochita a fin de que se conserve. Lo dejará secar y finalmente sostendrá sus patas rígidas en una ramita de su jardín a modo de escenografía. Colocará el antes cadáver, hoy adorno de casa, sobre el mueble de la televisión, lugar desde el cual sus hijos lo contemplarán sorprendidos mientras su esposa le reprocha los riesgos bacteriológicos de tener un animal muerto como figura decorativa. Tres semanas después el adorno se volverá aguado y fofo, comenzará a apestar, se llenara de una especie de pelusa blanquecina y terminará en la basura.

La tercera de las cinco personas será (muy probablemente) una
viejecita vestida de gris. Verá los pajaritos e interpretará su muerte como una señal inequívoca del fin del mundo. Tal cual se tratará de uno de los jinetes del apocalipsis, la venerable anciana susurrará un ‘válgame Dios’, tomará los cadáveres y se dirigirá, con toda la rapidez que sus casi ochenta años le permiten a la iglesia de la colonia. Al llegar exigirá a la secretaria del templo hablar con el Padre Miguel, que dicho sea de paso, está ocupado dando clases de catecismo. Después de insistir, el Padre se encerrará con la viejecita vestida de gris para confesarla por séptima vez en el mes. Se sorprenderá al ver los pajaritos muertos y escuchar la absurda explicación y angustia de la que es presa aquella pobre vieja decrepita. Sucede que para ella, las aves muertas en un día soleado son la señal de la llegada del anticristo, del fin de los tiempos, de la condena del pecado. Desesperada llora y pide que el sacerdote una vez más la purifique de sus faltas. El sacerdote le quitará las aves y le impondrá la penitencia de un padre nuestro y tres aves marías. Mientras ella reza, el Padre Miguel se alejará. Será curioso que se precisamente un ‘Ave María’ rezado por la anciana, la última melodía que despida a las aves antes de que el sacerdote las arroje detrás del atrio, a la chimenea siempre encendida.

La persona número 4 de las quince que verán el cadáver de los pajaritos en el parque soy yo. Me cruzaré con ellas y llegaré a mi casa a escribir algo que no es ni un cuento, ni una narración, ni un verso. Quizá yo soy las quince personas... soy la indiferencia de la mayoría, pero también la travesura maligna de
un niño u adolescente que no termina de crecer, ni tiene el menor respeto por nada. Soy un coleccionista de nada que anda recogiendo todo para hacer nada, ignorante de mis acciones cuyas consecuencias me vienen dando igual. Y también soy la viejecita vestida de gris, sumida en un fanatismo que me atormenta, pero sin el cual mi vida no tendría explicación alguna.

La quinta de las quince que en promedio pasarán hoy frente a los cadáveres también se sentirá triste y no sabrá dónde meter el dolor. No sé sentirá triste por ellos (los pajaritos) o por el trágico destino del que son presa. Esta persona será mujer y pasará, al igual que yo, la mañana preguntándose si la sabiduría del tiempo está contenida en la muerte de dos aves. Se cuestionará sin obtener respuesta alguna, acerca de los recuerdos y la manera en la que estos revolotean nuestra mente estorbándonos y aturdiéndonos, hasta que llegado el momento los recuerdos dolorosos mueren como pajaritos en un parque, y entonces nos entra la melancolía. Y no queremos que se vayan. Imágenes que nos perturban por años pero cuya idea de perderlas nos resulta insoportable.

La cuarta y la quinta persona. Él y ella, sufren por lo mismo. Traen heridas de otras batallas y están a punto de caer. Quieren olvidar, pero temen hacerlo por lo aplastante que sería quedar vacíos. Cuarta y quinta persona ya no tienen entrañas, y para su desgracia ni todo el algodón del mundo bastaría para llenar el vació que tienen en su interior ¿Quién, si no uno al otro les puede coser la herida con hilo cáñamo café? La cuarta persona volverá cuantas veces sea necesario al escenario del crimen con tal de toparse con la quinta. Uno sabe de la existencia del otro, pero no se hallan. Quizá, esperemos que no, lo hagan hasta la muerte (como ese par de pajaritos que siguen tirados y llenos de tierra) cuando ya sea demasiado tarde.

domingo, 17 de junio de 2007

¿Cuál es la prisa?

La otra tarde escuchaba en el radio uno de mis programas favoritos cuando una mención publicitaría de los conductores llamó poderosamente mi atención. En ella se promocionaba un método buenísimo e infalible de técnicas para mejorar la comprensión y aumentar la velocidad de lectura.

Según los representantes de la empresa (no doy el nombre para no hacerle mala reputación), su método puede ayudar a cualquier persona mayor de ocho años a incrementar considerablemente el número de palabras leídas por minuto. De tal modo, que uno puede leer un libro de 200 hojas en poco menos de una hora y comprenderlo en su totalidad. Bajo el argumento de que la vida cada vez nos deja menos tiempo para todo, y ante la necesidad de estudiantes, amas de casa y profesionistas de leer textos por necesidad, el método anunciado parecería una autentica maravilla.

Puede ser que funcione, o quién sabe. No hace mucho, en mis años en la preparatoria, un amigo se inscribió en uno de éstos cursos y entre clases era común verlo entrenando su vista con algunos de los ejercicios en los que invirtió y que para ser honestos, jamás le sirvieron de mucho, pues mi amigo sigue, hasta la fecha, sin tener el menor interés en abrir un libro. ¿Para qué aprender a manejar si no te gustan los autos?. Por necesidad, dirán algunos. Yo diría que por necedad... y aquí llega mi molestia.

Sin querer parecer un Grinch de la superación personal diré que a estos cursos de lectura rápida no les veo la menor utilidad. Apresurar una lectura sólo por acabar cuanto antes y tener más tiempo libre es algo que no me cuadra, sobre todo si lo que leemos es una obra literaria, en dónde apresurar las lecturas se me antoja hasta grosero y de mal gusto.

Quienes vemos en las letras el prodigio del arte, y encontramos en cada enunciado, en cada renglón un manjar exquisito de formas, ritmo y disfrutamos de las construcciones gramaticales ingeniosamente logradas, el que lleguen a decirnos ‘ahora las leerás cinco veces más rápido’ se me hace un crimen. Se trata de disfrutar un texto y volver a las palabras, encontrarles nuevas metáforas y sentidos, no de volver el asunto algo mecánico y trivial.

Cuando se lee lo que menos debe importar es el reloj. ¿Qué importa si disfrutamos una y otra y otra vez un mismo párrafo de Julio Cortazar en una hora?. Si la vida se trata (o se trataba, pues ahora no lo sé muy bien) de disfrutar las cosas a nuestro propio ritmo, para qué quiero correr. No es lo mismo disfrutar una buena comida con calma y tranquilidad, saboreando cada bocado, que tener que comernos todo en cinco minutos y terminar indigestados sólo porque ‘hay prisa’. Pues al carajo la prisa, que al fin y al cabo no trae más que preocupaciones.

Muchos conocidos creen que leo demasiado y siempre comentan que cada que me ven traigo un libro diferente bajo el brazo. Creen que me paso tardes enteras leyendo y la verdad es que no, hasta para leer soy bastante irregular y diría que hasta lento, pues mi promedio de lectura es de 15 paginas o menos por día... pero eso sí, lo hago diario, de manera que no importa la velocidad, sino la constancia. Aunque la constancia también me debería de importar un pepino, pues la literatura es un arte y como tal sólo hay que disfrutarla.

Leo porque no hay nada en el mundo comparable. Uno vive, se cuestiona, ama, sufre, se encuentra. Lo hago porque me apasiona y no creo tener la necesidad de dar más explicaciones. Si usted ya ha tomado estos cursos y lee con la velocidad de un rayo, felicidades, seguramente leerá todo el contenido de éste blog en unos 9 minutos. Si en cambio, le importan poco las prisas lo invito para que siga leyendo mis tonterías como debe ser: despacito, encontrándole el sabor.

jueves, 14 de junio de 2007

El mejor novelista del mundo

Cuando se comienza a escribir una historia, uno tiene una idea del final, pero no siempre está del todo claro. En parte por eso se narra, para descubrir en que acaba todo ese conflicto que inicialmente nos planeamos en la cabeza.

El final.
Siempre lejano e infranqueable, fuera de él ya no hay nada. Los personajes parten al anonimato, sus vidas se vuelven recuerdo, o en el peor de los casos, olvido. Los finales son grandiosos porque después de ellos todo cambia. Para bien o para mal, pero cambia. Después de un final, queda un mar de tiempo para pensar en el pasado pero con la asfixiante certeza de que ya nada podrá alterar el curso de las cosas. A veces emocionan, a veces dan miedo.

Ahora vuelve esa sensación que no me deja ser. Siento que se acerca el final de una historia que acaso ahora, sigo dudando que tuvo un comienzo. Lo veo venir como un huracán que se adivina aun en los días soleados y cuya capacidad de devastación desconozco, de modo que no puedo asegurar a ciencia cierta si sobreviviré.

La historia que está a punto de terminar es de amor. No es muy buena, pero es mía. Como protagonista dejo mucho que desear, y lo peor, a unas páginas de que termine el libro sigo sin entender en que va a terminar toda esta trama. Si el escritor de mi historia puede oírme, le suplico desesperado me dé un final digno, y que no me deje como el pobre diablo que hasta el momento he sido.

Como personaje, desconozco el por qué de muchas cosas en ésta novela de amor. Si acaso, me queda la leve esperanza de que mi historia está a cargo del mejor novelista del mundo. Él ha escrito millones de historias, a todas horas decide circunstancias, mueve personajes, mezcla tramas de un libro a otro. Parecería mucho, pero no es así, escribir e imaginar destinos no es tan complicado para quién creo el mundo, dicen, en tan sólo siete días.

Le llamaría Dios, pero al menos por hoy prefiero referirme a él como mi novelista. Aquel que está escribiendo la historia de Gabriel Revelo y cuya intrincada trama comenzó hace ya varios años. El protagonista quería una novela romántica, que fuera tierna como un beso en un marzo lluvioso y dolorosa como un adiós de mayo. El novelista se lo dio, y mejor aun, le regaló a la mejor heroína de la historia para volverlo loco, enamorarlo hasta extremos inconcebibles y llenar página tras página de esa esencia que al lector le deja un hueco en el estomago y unas ganas imparables de llorar.

Ha sido una gran historia. Casi se me va la vida en ella, pero de ser yo el lector, estaría más que enganchado. A veces me gustaría ser sólo testigo mudo de las vueltas cíclicas que doy por el amor de la protagonista.

Aquí estoy, como un personaje cuestionablemente real, hablando al cielo. Sé que se acerca el final de mi historia con ella, y presiento, será de esos en los que todo acaba mal. Lo cierto es que no puedo seguir repitiendo los mismos patrones, recorriendo las mismas calles y buscándola dónde siempre. No puedo y no debo, por el bien de la trama, seguir siendo el mismo. Los lectores se aburrirían y dejarían la lectura a medias. Estoy seguro de que todo eso lo sabe el Novelista, y allí reside mi esperanza, la última y a la que me aferro como idiota. Apelo a su ingenio, a que le dé un apretón de tuercas a la trama y de la nada surja un giro inesperado para todos. Ya te voy a tutear, si eres coherente con tu oficio debes hacerlo. En todas las grandes epopeyas siempre se le complican las cosas al héroe (en mi caso, antihéroe), siempre todo parece perdido y triste, no hay esperanza y el día es gris, hasta que de la nada pasa ‘algo’, un milagro que cambia la suerte del bueno y en las últimas páginas recobra el coraje que lo saca adelante. Así es en la épica, en la novela romántica, en el teatro. Así debería ser también en la vida. En mi vida.

Ahora mismo yo también veo todo perdido. La veo a ella, pero se aleja tanto que su imagen es cada vez más difusa. No me queda nada que me haga recuperar las fuerzas y salir tras mi princesa a luchar contra dragones y mounstros temibles, no encuentro el coraje que la desesperanza de muchos años me ha quitado. Sigo en el suelo, derrotado, esperando que venga el gigante de la resignación y me coma de una vez por todas. Espero la muerte de mi historia con ella o el milagro, ese que sólo puede salir de la pluma del Mejor Novelista del Mundo. En una ocasión me escribió capítulos llenos del más puro amor, ¿qué te cuesta escribir uno más?

Aquí estoy, lleno de miedo, esperando el milagro.

Novelista, háblale de mi en el viento, llénala de mis recuerdos, mueve tormentas, llena su sendero y el mío de casualidades, desafía las leyes de la lógica y escribe el mejor capítulo de esta historia. Que sea inolvidable, lleno de frases y escenas eternas. Sé que está a punto de acabar, dale un final de novela... quedan unas cuantas páginas y el protagonista, aunque agonizando, sigue vivo.


Cuando se comienza a ser parte de una historia, uno tiene una idea del final, pero no siempre está del todo claro. En parte por eso se vive, para descubrir en que acaba todo ese conflicto que inicialmente nos planteo el corazón.

martes, 12 de junio de 2007

Politicamente incorrecto

‘Yo nunca he hecho eso’. Todos lo hemos dicho alguna vez, como si portáramos un inmaculado estandarte que nos diga, sólo para estar bien con nosotros mismos; que los que siempre se equivocan y tienen comportamientos adecuados son los otros, y no nosotros.

Cansado de apariencias inútiles me pregunto qué pasaría si al menos por hoy acepto que lejos de lo que busco aparentar, digo la verdad y acepto todo aquello que hago y que se supone, debe ser visto como ‘políticamente incorrecto’.

Porque eso soy para ti. Una persona políticamente incorrecta de la que jamás podrás enamorarte. Mereces a un hombre respetable, que vista bien, tenga noción de la moda y siempre huela a perfumes europeos. Alguien joven pero maduro, que sepa de negocios y tenga ingresos aceptables. Que sea independiente, guapo y posea una personalidad arrolladora, sepa bailar y sea sociable. En fin, todo lo que no soy, aunque a veces lo pretenda con nefastos resultados.

Siempre, al menos cuando tú estás presente, he pretendido ser otro, alguien al menos un poquito más interesante. Esconder mis defectos detrás de montañas de mentiras que estoy seguro nunca te tragas. Ahora que todo está más o menos perdido, más me valdría de una vez por todas aceptar lo que soy. ¿Qué más da si los defectos y acciones que estoy a punto de enumerar no son exclusivos de mí y otros también incurren en ellos? Eso no te haría quererme.

Para ti soy políticamente incorrecto. Me muerdo las uñas de las manos, leo el TVNotas en el baño y chupo las bolsas de frituras una vez que me las acabo. ¿Verdad que eso no haría el hombre de tu vida? Seguramente tampoco dejaría pasar días sin rasurarse, se pondría la misma ropa tres días seguidos o pasaría un día entero viendo la televisión sin hacer nada. Alguien correcto no confesaría en un blog sus soledades, ni se sabría canciones de RBD o tendría muñequitos decorando su cuarto a sus veintitantos.

Veo caricaturas y lo peor es que me emociono. Alguna vez he visto páginas porno en internet, chateado fingiendo ser otro y no me gusta ir a misa. No hago ejercicio, como entre comidas y siempre ando deprimido. Alguna vez me robé unos dulces de un supermercado, en las comidas elegantes me da por aventar bolitas de migajón y no sé nada de vinos y tragos elegantes, visto pésimo y manejo como viejito.

Por más que me empeñe en decirte lo contrario, son muchas cosas las que me hacen inconveniente para ti. Quizá lo más desafortunado del asunto sea el estar loca, verdadera y puramente enamorado de ti y que esto también sea políticamente incorrecto. Yo y mi mala suerte. Yo y lo que no soy. Yo sin ti, por cierto, me caigo muy mal.

Mereces a una gran persona a tu lado y no alguien como yo. Soy la antítesis de un príncipe azul, que lo único que podría darte son cursis y mal escritos cuentos de amor.

domingo, 10 de junio de 2007

Respetable Karma, puedes irte a la basura

Especialmente esta tarde, por todo y por un poquito de nada, por la lluvia, por lo que no sé y más que nada por lo que sé. Por lo nublado y también porque es sábado. Porque estoy aburrido, porque no me encuentro. Por eso y muchas cosas más (como dice la canción) estoy de mal humor.

Supongo que hay días así. Hoy el tráfico me atrapó, casi choco y además tuve que arreglar algunos trámites burocráticos. No he recibido ni un mensaje o llamada de algún amigo (a) con la mínima intención de sacarme de mi aburrimiento y al encender el televisor ningún programa me pareció aceptable. Como diría mi amiga Rosalía Campillo ‘ni quién me eche un pan’.

Busco culpables. Alguien tiene que ser responsable del día nefasto y desagradable que estoy pasando. Ante la falta de villanos he decidido inculpar al karma de toda mi desgracia.

Porque eso hace la gente. Inventar culpables de sus propias desgracias. Por eso existe el karma, para convencernos de que tanto lo bueno como lo malo que nos pasa, tiene su origen en nuestras propias acciones y pensamientos. Si piensas y actúas de buena manera con el prójimo y el mundo en general, eso recibirás del universo. Si en cambio, te comportas como un desgraciado y por lanzas maldiciones por todos lados, el destino se encargara de regresarte cada una de esas malas vibras.

De eso se trata más o menos el karma. Pues bien, el karma y todo lo que lo rodea (si es que existe) puede irse mucho al diablo. Y es que no es por dármelas de santo, pero nunca he matado a nadie. Me he agarrado a golpes muy pocas veces en mi vida y casi nunca digo groserías. No como huevos de tortuga ni carne de ballena porque creo en el respeto a los animales. Diario platico con Dios, odio el racismo y en general, trato de vivir en paz. Entonces, ¿por qué la vida se empeña en ponerme trabas?

Si la teoría del karma fuera real, los déspotas y canallas no tendrían por qué tener tanto éxito con las mujeres; ni los ex presidentes casas y cuentas millonarias. De ser real, la teoría karmática está mal elaborada, si no cómo se explica que alguien que hizo mal, para recibir un castigo, tenga que sufrir el mal a manos de otro... entonces éste otro que comete mal, en realidad no está obligado por su libre albedrío, sino por el karma, que de paso, hará que éste malhechor reciba su merecido a manos de otro... y así sucesivamente. Cientos de malos castigados sólo porque el karma quiere.

Por eso ya me cansé de actuar siempre bien (bueno, casi siempre) y de no recibir más que patadas en el trasero. Si de todas formas me va a ir como en feria, al menos quiero divertirme en el proceso. Ya si el karma quiere castigarme en un futuro no muy lejano será su problema, pues de mi no obtendrá nada más que escepticismo a su injustificada existencia. Intentaré divertirme más y ya no ser tan mojigato, igual y así a la vida le da por sonreírme.

Antes de que los creyentes de Karma-tron comiencen a condenarme a una vida de infelicidad, quisiera aclarar que de ninguna manera estoy enojado con lo que hasta el momento es mi vida, pero de acuerdo a la cantidad de bien que he hecho merezco algo mucho mejor que un sábado en soledad y mal humor. Los Karma fans dirán que cada quién pasa un día de acuerdo a su actitud, pero eso no es cierto ¿cómo quieren que uno esté de buenas si por más que invierte en hacer el bien el saldo siempre es desfavorable?.

Como sea, dicen que los malos se divierten más y así parece ser. Si les contará la de chicas y prospectas de novia que he perdido a causa de patanes y déspotas me darían la razón. Hoy comencé a responder a las mentadas de otros automovilistas, a ver con ojos lujuriosos a las muchachas con las que me cruzaba en la calle y ha desearle mal a medio mundo. He maldecido y ni rastros del karma vengador, supongo que es puro cuento y puedo seguir con mis planes de ser malo y apoderarme del mundo.

Ya no me importa, seré políticamente incorrecto... el karma puede irse a la basura. Gracias por nada.

viernes, 8 de junio de 2007

Creer en ti

Me preguntas si te quiero.
Te respondo que te amo
... y además te creo.
Y creo, eso es aun más importante.

Porque muchos te pueden querer,
pero no todos creerte.
Para eso hace falta tenerte fe,
saberte dueña del milagro de cambiar vidas
con tus ojos sacrílegos.

Creer es dar testimonio de la existencia
de cosas invisibles.
De esas que son poesías.

Todo mundo necesita creer en algo,
yo elijo hacerlo en ti.
Con la fe de un santo milagroso
y la resignación de un enfermo terminal,
voy a seguir tus huellas, a sabiendas
de que yo no puedo dividir el mar.

Me deshago.
Estoy en mil pedazos, por ti .
Me dices ‘te amo’ y yo te creo.
Tú ni te la crees.

Yo creo en tus palabras.
En la fuerza de tu alma,
tus errores no son nada,
te lo juro.
Sólo una oportunidad de ser mejor...
y así te quererte más.

Aunque me mientas con palabras
y tus acciones te llamen espejismo.
En el desierto de mi soledad,
quiero creerte a pesar de los pesares.

Porque sin ti no me creo nada.
Dios me creó pensando en tu mirada.

Un hombre sin fe no es nada.
El día que deje de quererte voy a desaparecer.
Irás por el mundo ya sin mí,
contando historias de dolor.

A ver quién te cree.



Gabriel Revelo/Junio 2007

miércoles, 6 de junio de 2007

Sudores nocturnos

Cero y van seis noches sin dormir. Si hasta el momento el calentamiento global me preocupaba más no me afectaba, ahora ha comenzado a causarme problemas. Cero y van seis noches eternas, de esas en las que ves pasar cada hora con la velocidad de un caracol que para colmo, no sabe a dónde ir. Pensar que una onda de calor en México es la culpable de mis ojeras no es consuelo de nada.

Porque al menos en mi casa las noches son un infierno. Abro las ventanas y puertas para que el aire corra y refresque el ambiente, pero ni así. Me despierto unas cuatro veces auténticamente empapado en sudor y con la horrible sensación de que todo me estorba: pijama, sabanas, almohada. Desesperado tiro todo al suelo. Sigo dando vueltas en busca de que el calor cese milagrosamente y el sueño reparador aparezca de la nada. El bochorno malogra cuanta postura intento.

Dos horas después me encuentro más pegajoso. Voy al baño otra vez y aprovecho para bajar a la cocina y refrescarme un poco. Ya con un vaso de Coca Cola atiborrado de hielo me asomo al patio trasero y veo a Margarito, el perro, dormido afuera de su casa... al menos no soy el único que cambia su rutina a causa de las noches veraniegas.

Regreso a mi cuarto para darme cuenta que mi cama me parece insoportable. Entonces me acuesto en el piso y es como el paraíso. No es tan frío como quisiera, pero en comparación del resto de mi cuarto es un oasis, en el cual puedo extenderme a mis anchas y evitar que mis extremidades se estorben una a otra. Aun así, conciliar el sueño me resulta difícil pero finalmente posible. Me levanto cinco horas después y ya es de día. Con el aspecto de un borracho y los cuadritos del piso marcados en la mejilla me siento desconcertado hasta que recuerdo el por qué de mi ubicación. Hago un recuento y concluyo que pase más de cinco horas luchando contra el calor.

Cero y van seis noches así. Ya no sé qué hacer para no estarme durmiendo en el día y matar el sofocante calor nocturno, que para colmo, aumenta con las lluvias de la tarde. Comienzo a tener miedo de que llegue la noche y no sepa dónde meterme (quizá en el tinaco). No falta mucho para que me retire a dormir y comience el calvario.

sábado, 2 de junio de 2007

This is how i feel

¡Aquí esta Gabriel con sus amigos y con su show! yo cantaré, yo bailaré... chistes contaré.

Es sábado, en la noche, quiero escribir pero no tengo qué. O más bien si tengo, pero el pudor y respeto a muchos (y sobre todo ‘muchas’) me impide ser tan explicito como quisiera. Por eso a veces dudo mucho en mis escritos, aunque también es cierto que parte de un blog es escribir cómo se siente uno con el día a día.

Pues bien, me siento chingón (disculpen ustedes la grosería, sé que no están acostumbrados a que me exprese así, pero vamos, una de vez en cuando no me hará mal). La verdad no hice gran cosa en todo el día pero aprendí mucho, o eso quiero hacerme creer. Descubrí que uno se puede enamorar en un velorio a las cuatro de la tarde, que la ciudad con el cielo azul luce hermosa y que Nery Castillo hará historia con la selección nacional.

Hoy, y sólo por hoy sé que las cosas no están tan mal como a veces pienso. Si no veo no siento. Ahora mi temor no es sentir, es ver. Porque las cosas tienen su tiempo y no lo dudo, nuestro tiempo llegará. No es la primera vez que el tiempo me aclara la mente, lo que pasa es que el mal tiempo regresa rápido y vuelve a nublar todo.

Vuelvo al velorio. Llorabas y yo sin saber que decirte. ‘Me pongo a sus pies hermosa mujer’ hubiera estado bien. No era el momento, quizá para la próxima... quizá. Si alguien la ve díganle que dejó sembrada la semilla de querer conocerle más. Que ganas de decirle amor al amor hablándole a los ojos.

Así es como me siento esta noche de sábado que ya es domingo.
Bien, más no tranquilo. Yo siempre estoy tenso.

viernes, 1 de junio de 2007

Vivir sin corazón

Tan simple al principio. Complicado después. Nada me basta. Por más que digan que hay más mundo detrás del horizonte nunca podré estar conforme con nada. Dicen que sin corazón no puedes vivir, entonces ¿cómo hacer cada que te lo quiebran en dos? Mueres muchas veces, supongo. Naces una vez superado el dolor, intentas amar de nuevo, te lo vuelven a romper, mueres de nuevo. Y así infinitamente. Gracias desamor.

Si morirse es renacer, creo que estoy en el limbo. No me recreo, no cambio, no llego. Probablemente he muerto ya tantas veces, que la vida ha preferido ahorrarme el trámite de ser, dejar de ser y volver a ser.

No tiene mucho que morí de nuevo. Ni siquiera sé si ya volví a la vida, o sigo aferrado a un corazón que ya ni forma tiene. Y estoy siendo benévolo, pues sospecho que ya ni corazón tengo y sólo respiro por inercia. Si sigo muerto, que alguien me lo diga. Si estoy agonizando, que me salven de mi inevitable muerte, esa que ya no tiene retorno: la renuncia definitiva al amar.

Vivir sin corazón no debe ser tan malo, al contrario, es casi lo mismo. Ríes, comes, duermes igual. Puedes correr, saltar, ver la televisión. Sólo que no hay latidos que te sobresalten para bien o para mal. Sin corazón la vida es una línea recta siempre tranquila. Todo lo conoces, nada te sorprende. Nadie puede hacerte daño... y eso da miedo.

Me siento bien, desconfiadamente bien. No soy presa del dolor que debería sentir por perderla una vez más. Puedo dormir y los ataques de ansiedad ya son controlables. Si no me conociera diría que me estoy desenamorando de ti. Pero no. No amarte, al menos para mí, es imposible. Tendría que no tener corazón. Para eso, tú y las otras tendrían que haber contribuido poco a poco a su destrucción.

¿Podré vivir sin corazón?... parece más sensato que vivir sin ti.