miércoles, 30 de abril de 2008

El único tarugo es uno

¿Qué se puede hacer con 2,300 pesos mexicanos? Comprar un montón de cosas necesarias; comprar otro montón, pero ahora de cosas innecesarias; dar el enganche para algo; hacer una fiesta; ahorrarlos; ir al cine unas 20 veces, comprar como 17 discos compactos o 12 dvd’s originales; o un pequeño ipod, ‘rete harta’ comida o un viajecillo sencillo. En fin, tener cientos de posibilidades para dejar escapar esa cantidad de dinero y elegir la más indecente debería ser considerado un pecado, y de los graves.

¿En qué elegí, pues, gastar los 2,300 pesos?... pues en pagar mis impuestos a la Secretaría de Hacienda.

Consciente o inconscientemente (más lo primero que lo segundo), el tema ‘económico’ se ha vuelto un recurrente en éste blog. Situación seguramente atribuible a esa tendencia humana de evadir las obligaciones, sin que por eso se pueda escapar de ese ‘cosquilleo’ con el que a todas horas nuestra buena conciencia nos bombardea y que no es más que el indicativo de que estamos evadiendo un problema. Por más que el problema en sí se nos haga una injusticia, hay dos opciones: fingir demencia o tomar cartas en el asunto y cortar el problema de raíz, que al fin y al cabo es lo que hice, aunque con eso me haya condenado a unos tristes días de austeridad monetaria.

Tiene 24 horas que soy pobre y miserable (en sentido literal y figurado). ¿A quién se le ocurrió elegir Abril como el mes en el que los contribuyentes debemos presentar nuestra declaración anual de impuestos? Yo creo que al Diablo. Y al Diablo me dan ganas de mandar todos los trámites burocráticos que, amén de que me quitaron mi dinero, tuve que cumplir estoicamente como penitencia en Semana Santa. No caeré en el error común de echarle la culpa a alguien más, al contrario, si pagué todo lo que debía de un año de golpe, fue por la desidia de no ir cada mes a las divertidísimas oficinas de Hacienda y Crédito Público y pagarles por tener derecho ¡¿¡¿a trabajar?!?! osea, que no conformes con que me pare temprano, ande ojeroso, me tengan ocho horas encerrado en una oficina pichurrienta y esté a punto del colapso nervioso y una buena gastritis-colitis ha causa de mi buena alimentación en la oficina, ¡al gobierno se le ocurre cobrarme por eso!. Vuelvo a escribirlo: ¡váyanse al Diablo! (no los lectores, sí el Gobierno).

‘Tramites gubernamentales’. La sola palabra es capaz de provocarle una diarrea con temperatura y ataques cardiacos a cualquier ciudadano promedio. No es sólo ser despojado de nuestro dinero, sino las horas que se perderán en filas, las veces que habrá que verle la cara a empleados intransigentes y suplicarles que nos atiendan ya no eficiente sino dignamente. En fin, que después de presentar mis declaraciones mensuales correspondientes a Agosto, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre y descubrir que le debo las perlas a la Virgen, me di cuenta que lo verdaderamente molesto es que soy el único al que dicha situación le provoca desvelo.

“El único tarugo es uno”, dice mi abuelo, cada que escucha que alguien más presume sobre sus logros o la de alguno de los suyos. La misma frase podría aplicarse ahora, aunque en sentido más estricto de la palabra, al hecho de ser el único de mis compañero-amigo-enemigo-contemporáneos que fue a Hacienda, hizo diez mil visitas a oficinas y presentó su declaración anual. El resto del universo tomó dos posturas igualmente envidiables para su servidor.

Unos, los más, han tomado la feliz resolución de no preocuparse en lo más mínimo ni por declarar, ni por pagarle nada a Hacienda. Les preocupa, eso sí, pero sólo mientras lo comentamos en grupo, después, el asunto de sus impuestos pasa a ocupar el último lugar de sus prioridades. Otros, los menos, son gente dotada de un extraño don celestial de la responsabilidad que de alguna manera hace que vayan al día con sus requerimientos fiscales y que además no paguen ni un centavo a la dependencia, pues ellos, como excepción a la naturaleza del hombre, presentan facturas, notas y comprobantes de compras que hacen que sus impuestos se deduzcan a cantidades mínimas o incluso, desaparezcan.

O soy demasiado distraído para ir al día con eso de los pagos que la edad adulta y la vida laboral exige, o muy ñoño para creer que por dos mil pesos va a venir por mi la justicia y me condenarán a prisión por años a causa de evasión fiscal. Quién sabe. Lo único que ni cómo negar es la ‘taruges’ de no poder ser ni tan rebelde ni tan santo como uno quisiera. Estaré pobre durante los próximos quince días pero con la conciencia en paz. Pues aunque sé que es improbable que ante adeudos de millones de pesos vayan en busca de dos mil míseros pesos, pero es precisamente es ‘¿y si sí?’, el que como siempre, me congela mi espíritu aventurero.

Mi alma descansa en paz y así lo hará durante los próximos 365 días, plazo justo en el que de nuevo me daré cuenta de que otra vez me atrasé con mis pagos y responsabilidades y volveré a ser pobre, una vez más. Es eso o cambiar, cosa que por cierto, no se me da mucho que digamos.

domingo, 27 de abril de 2008

Marketing rubio

Apenas tiene un par de años que en la universidad llevé varios cursos de mercadotecnia, y parece que la teoría y sobre todo las técnicas en éste ramo han cambiado mucho. Antes, según recuerdo, lo importante era sobresaltar las virtudes de un producto y venderlo por medio de innovadoras y originales campañas publicitarias. ¿¡Quién iba a decir hoy en día eso es cosa del pasado!? El autor de éste blog comprobó que no son los grandes espectaculares, los carteles llamativos o los anuncios para televisión con presupuestos estratosféricos los que le dan la estocada final haciendo que los clientes potenciales se vuelvan consumidores de su marca.

Lo gracioso es que cuándo esa tarde entré en aquella tienda de la colonia condesa ni siquiera pensaba en el marketing. Como varios cientos de capitalinos suelen hacerlo, decidí matar el tiempo con la bonita tradición de entrar a tiendas, desear casi todo lo que venden en ellas, sentirme inmensamente infeliz al ver los precios y salir sin comprar nada. En esas andaba, de tienda en tienda cuando tuve la bendita (que a la larga fue maldita) ocurrencia de entrar a la tienda Adidas.

La sucursal Adidas de la Condesa, ha diferencia de las otras de la ciudad, está enfocada únicamente a la línea de productos de colección y diseños exclusivos de la marca que poco a poco comienzan a volverse de culto. Aquí no encontraras las playeras de la Selección Nacional o los tenis de David Beckham, pero si modelos rarísimos y vanguardistas de tenis, jeans, chamarras, camisas, playeras, sacos de vestir y muchos accesorios, sin dejar de lado los productos de la ‘vieja escuela'. Gracias a que poseen el antiguo logo de la flor de loto, uno diferencia fácilmente estos productos especiales de los que comúnmente elabora la marca.

Apenas ingresé a la tienda, el decorado minimalista del lugar, sus paredes de concreto, la distribución de la mercancía y la música punchis-punchis-electrónica me hizo sentir más en un bar-fresa-nice que en una tienda de ropa deportiva. En esas estaba viendo la ropa y dándome cuenta que la compra de cualquiera de esos productos sería el ‘harakiri’ para mi quincena cuando el más efectivo sistema de promoción para un producto apareció de la nada: Una chica rubia que no rebasaba el 1.55 de estatura, vestida originalmente, curiosa y con una voz amable que me preguntaba si deseaba ayuda o información sobre algún producto. Generalmente cuando voy de compras... (¿?)... está bien, cuando voy a ver lo que venden en las tiendas y algún empleado se me acerca ofreciéndome su ayuda, suelo ser cortante pues eso de que me estén siguiendo para todos lados como si fuera famoso o delincuente nunca me ha gustado. Más en esta ocasión, lejos de reaccionar así, me armé con toda la amabilidad que fui capaz de reunir y le dije a la vendedora que ‘por el momento no, pero si llegaba a necesitar algo sin dudar le preguntaría’. Su respuesta fue todavía más amable: ‘ok, voy a estar por aquí si me necesitas’.

Total que ni la necesité, pero tampoco se fue. Estuvo por ahí sin descuidar hacía dónde me movía o a dónde iba. Aunque a esas alturas del partido yo sabía que su interés radicaba en que alguna atractiva comisión para ella dependía de que lograra o no venderme algún producto, no podía ni concentrarme en ver aquellas prendas que me seguían pareciendo carísimas gracias a esos ojos clarísimos que la hacían la versión atractiva de Big Brother.

Una chamarra gris-guinda me llamó la atención. Tuve la mala puntería de preguntarle por el probador. Me la puse y me gustó como se me veía el modelillo aquel. Salí, le pregunté el precio y éste, a pesar de estar ya rebajado, seguía siendo un tanto alto para mis aspiraciones. Lo malo es que ella parecía encantada con mi elección. Caí en la cuenta de que acababa de firmar la sentencia de muerte de mi economía cuando mirándome fijamente y hablando lenta pero con un tonito cariñoso dijo que era la última de ese tipo que le quedaba y que además la dichosa chamarra ‘estaba bien padre, bien bonita’. ¡No pues así hasta le compró un sándwich de hígado!... Cuando uno es sometido a semejantes niveles de dulzura femenina no puede decir que no. Porque si analizamos bien la situación me tenía acorralado. Si me iba sin pagar nada iba a pensar que soy un pobre miserable que no tiene ni para comprarse algo en esa tienda (cosa en la que no estaría equivocada) y que sólo entré para perder el tiempo (aquí tampoco se equivocaría). Además, si la dichosa prenda le había gustado tanto, quién no me asegura que tenga el mismo efecto con otras chicas. ¡Hubiera sido una estupidez no comprar aquella chamarra a pesar de los calores que invaden la Ciudad!.


No faltará entre quien lea estás líneas quien piense que soy una materialista superficial. La verdad es que no, al contrario, pero ya conocen una de las leyes universales de la vida: ‘Güerita concechi buena onda con actitud’ mata presupuesto, convicciones y todo lo demás. Cinco minutos después ella misma terminaba de cobrarme y me daba mi mercancía en una tradicional bolsa negra Adidas. Caminando rumbo a mi auto (ya me quería ir, no me fuera a topar a otra de estas sexy-vendedoras en otra tienda) miré el ticket de la tienda y ahí estaba el nombre de la vendedora que me atendió. Por mi cabeza fugazmente circularon varias posibilidades que me daba el saber aquel nombre pero todas las deseché al recordar que mientras estaba en el probador, escuché que un par de amigos suyos entraron fugazmente a la tienda para invitarla a varias fiestas en los días venideros. Y yo, pues sólo fui una comisión.

Todo este episodio insignificante me dejó varias lecciones sobre mercadotecnia, siendo la más valiosa que desde siempre las mujeres dominan el mundo. Qué nada podrán hacer los mejores creativos de la publicidad ante vendedoras así, que con la mano en la cintura son capaces de llegar y venderte cualquier cosa. Ni modo, usaré mi chamarra y a ver si para la otra aprendo.

Y ya que estamos hablando de marketing, ¿se fijan lo pésimo que soy para promocionarme a mi mismo?. Este post, que tenía como objetivo despertarle el interés a una chica-target en especifico y darle un poquito de celos debe tenerla muerta de risa por lo ingenuo que soy. Debo repasar mis apuntes de Merca de la Universidad, quizá así logre llamar su atención sin recurrir a como siempre hacer el ridículo y crear historias de la nada.

Qué le va uno a hacer.

miércoles, 23 de abril de 2008

El Arco de la Vida


Dejando de lado que aquel evento, por si mismo, ya fuera único e inimaginable. El que se haya dado todo en menos de una semana lo hizo aun más inolvidable.

Miércoles 16 de abril: La semana de locura empezó hace justamente siete días, cuando leyendo la sección deportiva del periódico Reforma casi me voy de espaldas con el contenido de una pequeña nota con todo el cuidado del mundo, tuve que leer por lo menos unas cinco veces más para convencerme de que mis ojos no me engañaban: Federico Vilar presentaría un libro el lunes 21 de abril en la Ciudad de México. Yo que he ido a infinidad de presentaciones literarias, me encontraba como niño dando saltos de emoción y esperando a saber todos los pormenores de aquel evento que desde ese momento había prohibido perderme.

La relación lógica de la causa de mi delirio es la siguiente. El autor del libro, Federico Vilar, es desde hace unos cuatro años el portero titular del Atlante, actual campeón del Futbol Mexicano. Yo le voy al Atlante desde que tengo memoria y estoy más enamorado que nunca de todo lo que éste equipo representa. Federico Vilar, además de mi ídolo, es el mejor portero en la historia del equipo, posee un estilo temerario y original que hacen de los partidos del Atlante todo un espectáculo. Yo, en mi equipo soy el portero. El libro, además, está dedicado a la posición de arquero... Ah, y por si fuera poco, en la presentación se anunciaba a Jorge Campos, otro de mis grandes ídolos de toda la vida, emblemática figura de la Selección Mexicana y uno de los jugadores más carismáticos en la historia del futbol mundial

No hace falta ser un genio para darse cuenta que en aquel pequeño evento me resultaba endemoniadamente atractivo. ¿Alguna vez han degustado una comida en la que cada uno de los platillos les gusta tanto, que aquello termina siendo un festín inolvidable? Pues bien, para mi la mezcla del Atlante, mis dos jugadores favoritos de todos los tiempos y las letras sería mucho más que un festín. Sería en cambio, la oportunidad de encontrarme de cerca con varias pasiones a las que he dedicado gran parte de mi vida y que por si solas explican lo que soy.

Domingo 20 de abril: Para rematar el poco raciocinio que me quedaba, mi locura se valió de que el domingo (un día antes de la presentación), el Atlante visitaría en la cancha del Estadio Azteca al América. Y como pocas veces, miles de aficionados atlantistas acudieron al encuentro que muchos consideran la eterna rivalidad entre los pobres y los ricos, entre la comodidad y el sufrimiento. A un equipo tan pretencioso como el América siempre dará gusto ganarle. Este domingo el marcador fue uno cero: suficiente para gritar a los cuatro vientos que el Atlante sigue siendo el Campeón, que su verdadera casa es y será siempre la Ciudad de México y que quienes tenemos sus colores tatuados en el corazón nunca dejaremos de sentir orgullo de ser atlantistas. Después del partido me di a la tarea da averiguar dónde y a qué hora sería la presentación de “El Arco de la Vida”.

Lunes 21 de abril: A las 18:45 llegué a Plaza Cuicuilco. La tarde nublada y aquel centro comercial de grandes espacios abiertos, rodeado de zonas boscosas y altos edificios le daban al entorno un toque romanticón y melancólico. Aunque faltaba poco más de una hora para que iniciara el evento, un sentimiento de excitación comenzaba a recorrerme el cuerpo. Una y otra vez recorrí las instalaciones hasta que di con el elegante restaurante de comida argentina en dónde se llevaría a cabo el evento. Atravesé un bonito puente de madera, ingresé con ciertas dudas al inmueble, descendí a la planta baja del local y con pasos lentos llegué al verde y bien cuidado jardín del fondo. Entonces lo vi. Sentado con su familia a tan solo unos metros de mi estaba el que consideró actualmente el mejor portero de liga mexicana y uno de los mejores del mundo. Ese mismo que en diciembre levantó la Copa que acreditó a mi equipo como el mejor.

Después todo se sucedió como un sueño. Ahí estaba yo en medio de una fiesta envidiable en la que los demás invitados eran gente del futbol: Heriberto Murrieta, periodista y atlantista de corazón; el ex portero atlantista y comentarista deportivo, Rafael Puente; los ex jugadores del América, Miguel Zelada y el Ruso Brailovsky; varios columnistas de diarios deportivos; José Antonio García y Guadalupe Cruz, presidente y entrenador del Atlante respectivamente; así como varios jugadores del plantel azulgrana. Tales invitados hicieron que maldijera el que mi cámara digital estuviera en reparación justo en esa semana.

Compré mi ejemplar y sin siquiera hojearlo vi que Vilar se encontraba solo, después de atender múltiples entrevistas y autógrafos a los aficionados que comenzaban a llegar. Sin pensarlo dos veces me acerqué y estreché su mano y le balbucee palabras que ni recuerdo (pero eso si, llenas de admiración y gratitud). Autografió mi libro y entonces me acordé de la cámara de mi teléfono celular. No recuerdo a quién le pedí que me tomará la foto que si bien es de pésima calidad, me es más que suficiente para atesorar el momento en el que pude conocer a uno de mis héroes.

No es siempre sea así. Al contrario, eso de andarme tomando fotos o pedirle autógrafos a las personas nunca me ha gustado. Salvo Chespirito y un par de escritores a los que admiró mucho, soy capaz de toparme con Britney Spears sin siquiera inmutarme ni perder la cabeza por conseguir su firma. Pero repito, esa noche era especial.

Los aficionados llegando, lanzando porras a Vilar y al Atlante. Las cámaras de televisión dispuestas a que iniciara el evento. Las personalidades que seguían llegando. En punto de las 20:25 horas supe que arribó mi otro ídolo entrañable debido al alboroto de la prensa y a la alegría que de repente invadió el lugar. Jorge Campos hacía acto de presencia irradiando el carisma que como jugador siempre tuvo. Haciendo bromas, saludando a conocidos y desconocidos con una sonrisa de oreja a oreja. Minutos después la presentación comenzó y el autor del libro habló conmovido de lo significativo que para él era el publicar aquel libro. Después de la sencilla pero emotiva (y graciosa, gracias a Campos) presentación, hubo un pequeño cóctel y continuó la convivencia entre aficionados, jugadores y personalidades.


Yo estaba y no estaba. Uno siempre piensa qué hará en n evento de ensueño como ese y lo cierto es que se termina sin saber cómo actuar. No obstante, en medio del alboroto me di cuenta que Campos y Vilar son tan humanos como cualquiera. Me di cuenta que Campos es de mi estatura. Es extraño saber que aquellas personas son las mismas que han hecho a miles de personas enardecer gracias a partidos históricos. Cuando se está junto a ellos es cuando se percibe lo mejor: ambos son excelentes personas, humildes, amables, accesibles.

Abandoné el lugar con una sensación de alegría que no se ha ido.

Hoy, miércoles 23 de abril. Que alguien, sea quién sea, consiga escribir un libro siempre será motivo de admiración. Más cuando se trata de alguien con tantas empatias contigo. Estoy a un par de hojas de terminar de leer el libro y definitivamente ha superado mis expectativas. Muy bien escrito, con tintes poéticos y ameno, no es para nada una obra autobiografica, sino una defensa al estilo de porterear alegre y vistoso, en el que se corren riesgos y se divierte a la tribuna. Dignifica la posición del portero, esa que por como hoy, juego por diversión.

Dentro de dos horas jugaré con mi equipo de amigos en la liga en la que estamos inscritos. Y no sé si es por el libro o por el encuentro con Jorge y Federico, pero estoy más ansioso que nunca por salir y sin que me importe el ‘qué dirán’ hacer locuras debajo del Arco de la Vida. Tal como en la escritura, vivir con el peligro y aprender a disfrutarlo.

domingo, 20 de abril de 2008

Patsy mi amor


La primera vez que vi ‘Patsy mi amor’, sospeché que estaba destinada a convertirse en una de mis películas favoritas. Sin saber todo lo que aquel film encerraba me dejé llevar por los diálogos de una de las películas mexicanas más representativas de la psicodelia sesentera del cine mexicano. Hace dos días volvieron a pasarla en un canal de cable y el impacto inicial aumentó a tal grado, que terminé viéndola una vez más en la repetición de las 3 de la mañana.

Exhibida en 1969, a primera vista ‘Patsy mi amor’ puede parecer una película común y corriente de la época. Fue precisamente bajó esa premisa que la primera vez que me topé con ella estuve a casi nada de cambiar de canal sino hubiera sido porque un par de diálogos de la escena en turno me insinuaron que aquella película de ordinaria no tenía nada. Si bien la historia no es nada del otro mundo, el contexto en el que esta se desarrolla y el reflejo de aquel México de los años sesenta son convertidos en recursos tan efectivos que siguen funcionando después de casi cuarenta años. Entonces, ¿dónde radica la magia de ‘Patsy mi amor’?... ¿les dice algo que el nombre del guionista del film es Gabriel García Márquez?.

Cuando me enteré de aquel detalle todo tuvo sentido. No exagero. Uno inmediatamente percibe que aquel guión fue concebido por un novelista, y gracias a Dios, la estética concebida por el colombiano fue respetada por el director. Por supuesto el resultado es mil veces mejor al de ‘El Amor en los tiempos del Cólera’, pues está se trata de una adaptación que deja mucho que desear de la novela del Premio Nobel. En cambio, ‘Patsy mi amor’, escrita específicamente para cine, nos ofrece una historia en la que los ‘guiños’ al mundo de García Márquez están presentes a cada momento.

‘Patsy mi amor... el despertar de una adolescente’ nos ofrece la oportunidad de disfrutar una historia un tanto alejada de la estructura típica de sus narraciones. Para empezar la historia ocurre en la Ciudad de México, una orbe que empezaba a despertar a la modernidad y cuya sociedad se fusionaba singularmente con las ideologías de rebeldía y despertar sexual propio de la juventud de la época. Patsy, la protagonista, lejos de ser un adulto o anciano, es una joven curiosa y con unas ganas arrebatadoras de comerse al mundo. A pesar de vivir en medio de lujos y comodidades con su padre, quiere saber de la vida, descubrir aquel mundo que a causa de su inexperiencia le parece seductor y sobre todo, quiere amar, jugar con fuego, descubrir esa pasión que se encierra más allá de un simple coqueteo. En medio de la música de rock, autos convertibles inmensos y fiestas psicodélicas, Patsy descubre que el poder de su belleza y su encanto natural le alcanza para que cualquier joven de su edad caiga rendido a sus pies. Y sin embargo, esa misma travesura la hará caer en las garras de un hombre casado que, aprovechándose de la ingenuidad de Patsy, la seducirá hasta llenar su vida de confusión. Así descubre que el amor es más peligroso de lo que parece.

Tengo mis propias teorías sobre lo que me atrajo de esta película y aunque podría enumerar infinidad de puntos, al final todo converge en el encanto de la protagonista. La suma de la Patsy sabiamente creada por García Márquez más la personificación de Ofelia Medina conjuran a un personaje tan tierno como seductor. Apostaría que cualquier hombre caería rendido ante esa mezcla así de mortal.

No sé porque las mujeres así siempre me han parecido atractivas. Aquellas que se salen del molde y que saben muy bien el poder de una frase, una caricia o una mirada. Esas capaces de tenerte en vilo toda la noche a causa de un desdén y que con ese mismo descaro son capaces de devolverte el aliento con una sonrisa inocente. Ahora mismo estoy enamorado de una Patsy y como los personajes de la película me sé condenado sin remedio a las fuerzas de su caprichosa voluntad. Y lo peor (o mejor, vaya uno a saber) es que no quiero salirme, pues su misma volubilidad algún día podría hacer que el viento gire a mi favor.

En una escena de la película, aquel extraño hombre casado invita a Patsy a un elegante restaurante e intenta enamorarla. Ella comienza a hablar de helados de tal manera que el seductor termina siendo el seducido. Así ya me ha pasado muchas veces a mi... contigo.

Hoy mi corazón está enganchado a una balada de los sesenta.

jueves, 17 de abril de 2008

26

A veces leer lo que uno ha escrito duele.
A veces el del cumpleaños es el que menos se divierte.
A veces, del melodrama, resurge la esperanza.

Hace un año, más o menos a esta hora, escribía sobre mi cumpleaños número 25. Faltaban unas horas para que el 18 de abril llegara y con él, la llegada de mi existencia al cuarto de siglo. 365 días después estoy en la misma situación... eso es lo preocupante. Con la incredulidad como escudo de protección repaso una y otra vez esos enunciados que si hace un año me quemaban la conciencia, hoy la laceran:

“Si hiciera un balance de mi vida, diría que soy feliz. Tengo salud, una familia que me quiere mucho y grandes amigos. Para mi fortuna, el destino ha sido bastante benigno conmigo, por lo que sería una ridiculez quejarme. Y sin embargo, ‘el vacío’ sigue ahí, tan temible como siempre, con esa sensación de insatisfacción que me sigue hasta en los sueños. A los veinticinco, los cánones de la sociedad dictan que debería tener aunque fuera una mediana idea de hacia dónde va mi existencia, debería, además, tener varios triunfos en mi haber, además de una pareja y por qué no, hasta planes de formalizar un compromiso. Pero... ‘oh sorpresa Sr. Revelo, usted no tiene nada de eso, y peor tantito, no está ni cerca de conseguirlo’.”

Mis quejas de ese ‘no tan lejano entonces’ son las mismas que en la actualidad le roban la tranquilidad a mis tardes. Parece mentira (y ojalá lo fuera) que la tierra le dio una vuelta al Sol y yo sigo en las mismas, sobre todo porque me prometí hacer todo lo imposible para que todo cambiara y se esfumara de mi cualquier inquietud. Si duele que alguien te falle, duele ochenta veces más cuando el que te falla eres tú mismo.

Me conozco tan bien que ya lo sospechaba. Hace un año mi texto también decía:

“Lo jodido de los 25 no son los 25 en si, es todo lo que quedó inconcluso detrás. Fragmentos de tiempo que no podré regresar ni vendiéndole mi alma al diablo. Lo jodido es que el tiempo sigue corriendo, y dentro de un año será la misma cantaleta: yo, el vacío, mi inmovilidad, el 26 y el futuro en cenizas”.

Como verán, le atiné: si estaba aterrado de cumplir los 25, los 26 me causan pavor... bueno, más o menos. ¿Alguna ves se han preguntado el por qué del nombre de éste blog? pues la respuesta es sencilla: ni yo me entiendo. Desde que tengo memoria he sido un contradictorio y un día antes del 18 de abril no es la excepción. Me angustia cumplir esa edad y no haber logrado nada, pero a la vez estoy más sereno que nunca y con la seguridad de que voy por el camino correcto. Me hace falta encontrar el amor pero estoy seguro de que se encuentra más próximo de lo que creo. La soledad ya no me abruma, las letras cada día me guiñen más el ojo y a ultimas fechas rió mucho más que antes.

Los miedos siguen ahí, pero comienzo a encontrarles sus puntos flacos. Uno de ellos es repetirse que la vida es el eterno juego de resolver los acertijos de la vida con ingenio y mucha alegría. En un año me deshice de ciertos fantasmas y a otros los he ido adelgazando. De los 25 a los 26 conocí a mucha gente. Corrí un par de riesgos y comprobé que hay cariños que no tienen limites. Lloré, reí, extrañé, comí, me enferme de la gripa y del estomago, mi Atlante se hizo campeón, escribí, trabajé, manejé, me desvelé, recé, leí, me enojé, jugué, amé, tomé, bailé (¿?), festejé, canté... en pocas palabras y para no hacer más largo esto: viví, y ya con eso es suficiente.

Además tengo a mi familia, a mis amigos, a mi perro y a mi View Master.

Nunca se está satisfecho con lo que se tiene, y menos si se es un necio como yo. Sin embargo creo que el tiempo me va cambiando la visión de las cosas y las estoy viendo con más madures. ¡Que asco!... y yo que odio que los niños me digan señor. Mañana cumplo 26, y no sé porque, pero tengo la seguridad de será menos malo de lo que pensé. (¡umta!, quería un texto dramático y al final quedó cargado de optimismo).


El autor de este blog el día de su bautizo, acompañado de su más grande ídolo (que también es su papá y que ahora vive en el cielo).

martes, 15 de abril de 2008

Allá, dónde siempre puedas reír

Miguel Galván:

Confieso que pensé mucho sobre escribir o no estás líneas para ti. No quiero faltarle el respeto a tu memoria, ni a la gente a la que realmente éste día les duele en lo más profundo del alma, pero la necesidad que siento de hablar de ti y de éste sentimiento extraño que me invade es tan fuerte que me es imposible contenerlo.

Aunque sabía que llevabas días en el hospital. La noticia de tu muerte, al igual que a muchos, me cayó por sorpresa. Quizá sea una apreciación tonta, pero lo último que uno se imagina es que la gente como tú sufra o sea tocada por la muerte. Las personas que se dedican a tu noble labor nos tienen mal acostumbrados a ver en ustedes el remedio al tedio, la solución a los problemas, el alivio para el alma. Escribir de la muerte de alguien dedicado a hacer reír nunca será fácil.

Sin pena me cuento entre los miles a los que alguna vez le arrancaste una carcajada. Con cualquiera de tus personajes siempre engalanabas los programas de televisión en los que participabas y que tanto me gustaban. Cerré mis ojos, con toda claridad pude recordar alguna de tus intervenciones en televisión y como era de esperarse una risa escapo de mis labios Antes no me lo había planteado, pero hoy reconozco cierta admiración de mi parte hacia ti: tan sólo con tu enorme talento como llave, supiste abrirte la puerta ya no de la fama o el éxito, sino del cariño del público. Sin ser guapo ni agraciado (perdona mi impertinente honestidad en momentos como éste) los que te conocieron dicen que tenías un gran corazón, lleno de positivismo y que sabía ser un gran amigo.

Mi único contacto contigo fue hace cuatro años. Grababas “La Hora Pico” en uno de los foros de Televisa San Ángel y me pareció admirable la pasión que le dedicabas a tu arte. Suponer que ese recuerdo, y el milagro de arrancarme un par de risas deberían ser suficientes para justificar esta carta improbable. Y sin embargo, querido Miguel, tu muerte me ha pegado por más razones que la simple admiración. Para empezar, la enfermedad que te arrancó la vida fue la misma que hace cinco años me quitó a mi Papá. Por lo tanto, adivino lo desgastantes que debieron haber sido tus últimos meses de vida y que paradójicamente, incrementan el valor de tus esfuerzos por portarte estoico y anteponer, como siempre, tus ganas de hacer que fuera tu público, y no tú, quien olvidara por medio de risas sus problemas cotidianos.

No sé que tan mal gusto haya en que por televisión hicieran enlaces desde la funeraria en la que se velaba tu cuerpo, pero debes de estar muy orgulloso de que toda la familia de la comedia y el humorismo en México se encontrarán reunidos sin más objetivos que el de rendirte un tributo y recordar tu calidad humana. Verlos llorar o con el rostro inundado de tristeza me rompió el corazón. Te confieso que además de simpatía, siempre he sentido inclinación por la comedia y el arte de hacer reír. En parte por eso estudie Comunicación, y también en parte por eso, cuando la vida se me complica, suelo imaginarme que estoy en medio de un programa de comedia y entonces las cosas se ven de mejor forma. A la vida no hay que tomársela tan en serio pues si no esta pierde su verdadero sentido.

Lo extraño es que la gran mayoría de los comediantes, fuera del escenario, son personas un tanto introvertidas y tímidas que no explotan hasta estar caracterizadas o frente a un público. ¿Y sabes?, yo soy así. A ratos puedo parecer alegre o verle lo gracioso a todo. Puedo escribir y aparentar ser algo que no soy.... pero entonces, cuando estoy sólo yo, sin disfraz o personas ante las cuales mostrar mi verdadera careta, suelo ser bastante solitario. Decían que detrás de tu soledad había una gran ternura.

En ti vi un espejo y me reflejé.

Me sigue conmoviendo el que te hayas ido. Descansa en paz ahí dónde estés. Gracias por las risas, ahora es tu turno.

viernes, 11 de abril de 2008

Te descubrí mujer

Una de muchas historias de mi vida
1. El ‘siempre listo’ Gabriel de los 90´s

Contraría a las grandes historias de amor, esta no tiene poemas ni besos intensos, vamos, ni siquiera una declaración o una mirada tormentosa. Carece de celos, de caricias, de amor. Quizá porque es real nos quedó a deber todo. Sucedió en un baile.

Corría el año de 1995. Tenía un par de meses que había cumplido trece años e iba en segundo de secundaria en el Instituto Don Bosco, escuela en la que nunca me sentí del todo integrado y en la que, salvo honrosas excepciones, tuve muy pocos amigos. Por esta razón, el escape de esta realidad lo tenía los sábados en el Grupo Scout de Iztapalapa número 5, al que pertenecía desde tres años atrás.

Ahí sí tenía amigos. Apreciaba a mis compañeros de Tropa (ya había dejado de ser Lobato) y estoy seguro que también ellos a mi. Era sub guía de la patrulla ‘Ardillas’ (un año después me convertí en el guía) y aunque estaba mucho más gordo que ahora, en aquel entonces tenía una agilidad envidiable. Durante mis años de escultismo fueron innumerables los campamentos, excursiones, aventuras, aprendizajes y experiencias que en gran parte forjaron lo mucho o poco que Gabriel Revelo es hoy en día, y que seguramente en algún momento escribiré más detalladamente en este blog, o en algún otro espacio que encuentre disponible.

2. Hallowen Scout vs Los Simpsons

Por lo pronto, déjenme seguirles contando. Era 28 de octubre. Sábado. Dado que estábamos en plena época de las celebraciones de muertos, los dirigentes Scouts del grupo tuvieron la idea de organizar un Hallowen esa noche. (ajá, yo prefiero el día de muertos, pero qué clase de ser anormal sería si en la adolescencia no hubiera asistido a una celebración de este tipo). Después que, en las actividades de la mañana se pusieron de acuerdo, a todos los de la tropa nos dieron la dirección, la hora y la indicación de no ir uniformados como scouts sino disfrazados. La verdad, la dichosa fiestecita nos cayó como un balde de agua fría, pues mis compañeros y yo queríamos ver el ‘Capitulo Especial y de estreno de Hallowen de Los Simpsons’, que aquella noche transmitirían por el canal 7 de TVAzteca. Antes de que me juzguen por inmarudo, recuerden que tenía 13 años, y mis compañeros eran más o menos de la edad. Además, los especiales de Los Simpsons, aun hoy, siguen teniendo su encanto. ¿A poco no?.

No me acuerdo quién fue el primer valiente que le objetó a nuestro dirigente el gravísimo problema. Tampoco recuerdo que fue lo que nos respondió. El chiste es que nunca nos pudo convencer de no ver aquel capitulo que tanto esperamos. Nos habló de la importancia de las tradiciones, de la integración de la Tropa con las otras secciones del grupo, etc. Al final, se llegó a un acuerdo: Con la ventaja que nos daba el que la mayoría viviéramos en la misma colonia. Iríamos a la fiesta. Al diez para las ocho nos saldríamos y veríamos el episodio en la casa de alguno de nosotros. Media hora después, regresaríamos a la celebración.

3. Cesar “Krugger” Costa is Comming

Hasta ese momento no había reparado en dos detalles: No tenía disfraz y a la fiesta no sólo iría la tropa (que comprendía a los jóvenes de 12 a 15 años aproximadamente), sino también los miembros de las otras secciones... incluidas las troperas. Pase la tarde buscando un disfraz. Mi Papá tenía una capa negra de mago que con un poco de imaginación podría ser de vampiro. Me la probé y no me convenció mucho. En realidad parecía... un mago. Mi Mamá propuso maquillarme. Por supuesto me rehusé. Empezaba a darme por vencido cuando vi pasar a mi amigo Huriat por la ventana. Le expuse la situación y a los diez minutos ya lo tenía en mi casa con una opción infalible: una especie de antifaz (que también cubría parte de la boca) con los rasgos y la piel quemada de Freddy Krugger, y un guante con garras de plástico. Busque en la ropa de la familia y encontré un suéter que, aunque parecía más de César Costa, bien podría dar el ‘gatazo’ de ser el del famoso asesino.

Caía la tarde, y con ella llegaba una noticia mejor. Mi hermana, perteneciente a la sección de Gacelas (de unos 6 a 11 años) no tenía la menor intención de asistir al dichoso Hallowen. Podría regresar un poco más tarde, y hacer lo que quisiera sin necesidad de andarme cuidando de ella.

La cita de la mayoría de los Troperos fue en el Parque Central de la colonia a las siete de la tarde. Cuando llegué (puntualísimo como siempre) Alfredo, Rodrigo y Erick ya estaban ahí. Después creo que llegó Casaigne, Juan Carlos y no me pregunten más. No tengo tan buena memoria. Total, que después de perder el tiempo en tonterías partimos rumbo a la casa de la fiesta. Éramos como nueve, y mientras caminábamos me di cuenta de que era el único ridículo con disfraz. Estaba apunto de quitármelo cuando todos a una voz me dijeron ‘¡Noooo, está bien chido!’, ¿qué puede uno hacer, cuando a los trece años lo ovacionan de esa forma?. Nada. Seguir haciendo el ridículo.

4. Una fiesta ‘de grandes’

Cuando al fin llegamos la casa nos topamos con un escenario muy diferente: la fiesta estaba a reventar. Todos, absolutamente todos (bueno, menos mi hermana) los Scouts del grupo estaban ahí: Guías, Lobatos, Gacelas, Troperas, Expedicionarios, Expedicionarias, Claneros, Claneras, Robers, etc. Seguramente más de cuarenta personas en el garaje de aquella vivienda.

Ya no estaba tan fuera de lugar pues todos estaban disfrazados. Aunque más bien sí lo estaba. Tengamos en cuenta que esa era una fiesta de verdad. Con jóvenes más grandes que nosotros. Música, baile, obscuridad. Nosotros teníamos de catorce años para abajo, por lo que esos ambientes no nos hacían sentir del todo cómodos. En mi caso, aunque había asistido a fiestas mixtas desde el sexto de primaria, en las que se suponía había baile y música, los chavos siempre terminábamos jugando fútbol en la calle sin la menor pena. Por eso, cuando llegué y ví aquel ambiente sentí ganas de salir y ponerme a jugar cualquier cosa con mis amigos. Creo que todos, incluso Rubén que era el más grande de nosotros, tenían la misma sensación. Por lo que procedimos a ocupar el lugar que los adolescentes ocupan en las fiestas: una esquina en la que hicimos un círculo y en el que empezamos a platicar de cualquier tontería y a ver el reloj compulsivamente para irnos a cualquier casa y no perdernos Los Simpsons.

Para distraerme exploré con la vista el lugar lleno de disfraces sencillos que no ocultaban la identidad de sus portadores. Me extraño ver tan pocas troperas. Estaba Tatiana, Brenda y algunas más, pero algo faltaba. ¿Será qué inconscientemente ya desde antes la buscaba sin saberlo?. Es algo que hasta la fecha no sé. Así como tampoco tengo muy claro cuánto tiempo pase perdido buscando quién sabe qué cosa.

5. La Hora Marcada

Mi reloj digital Casio marcaba las 19:47 cuando Gerardo preguntó dónde veríamos el especial de Hallowen. Yo estaba a punto de proponer ‘en la casa de Alfredo’ cuando una aparición hizo que me quedará mudo. Ahí estaban, entrando a la fiesta. Arregladísimas, guapísimas. De pocas ‘primeras veces’ tengo registro en mi vida, pero si alguien me pregunta cuándo fue la primera vez que una mujer me robó el aliento diría que fue el 28 de octubre de 1995 a las 19:47 hrs.

Al principio no supe quienes eran. No las ubiqué. Segundos después reconocí que debajo de esas dos atractivas jovencitas se encontraban Jazmín y su mejor amiga (se me acaba de ir el nombre, pero también es mi vecina y fue Scout). Sabía que se llama Jazmín porque tiene mi edad y ambos fuimos en la primaria pública Carlos Sandoval Sevilla. Nunca me tocó compartir salón con ella. Yo siempre fui en los grupos‘B’ y ella en los ‘A’. Siempre se me hizo la típica niña enojona, aunque realmente nunca la traté, y si sabía su nombre era porque era de mi generación. Fue hasta unos meses después de haber salido de primaria cuando llegó a los Scouts y se hizo amiga de mi vecina que también es de su edad. Desde entonces comencé a verla cada sábado y a cruzar, cuando en las actividades del grupo mezclaban a la tropa masculina con la femenina, escasas palabras con ella. Lo extraño del asunto, es que hasta el 28 de octubre la veía como una niña más, por eso aquella transformación, más que extraña fue impactante. Siempre tuvo la piel blanca y el cabello castaño rizado. Siempre tuvo esos ojos color miel. Siempre sonreía. Pero aquella noche estaba rodeada por un aura especial. Traía tacones negros, el cabello peinado en una cola, maquillaje sutil y un vestido negro ceñido al cuerpo que dejaba ver sus nacientes formas de mujer. Éste último detalle puede ser insignificante para muchos, pero para un púber de 13 años, acostumbrado a ver ‘niñas’, un cambio tan bello no podía ser otra cosa que el cielo.

Quedé perdido viéndola. Aspirando esa aroma que hasta la esquina de los troperos llegaba. Cuando regresé de mi perdición, ya se había propuesto mi casa como sede para ver Los Simpsons. Hubiera podido reclamar y cambiar la decisión, pero mi cabeza estaba ya en otro mundo al que jamás había viajado y en el que descubrí que los vestidos tenían el poder de millones de bombas nucleares. Yo no quería irme, pero el capitulo estaba a punto de empezar y mis amigos me sacaron casi a empujones de la fiesta. No hubo pretexto que me valiera el quedarme un poco más. Cinco minutos después estábamos los nueve, sentados en la sala de mi casa viendo por televisión la entrada de un programa en el que las nubes se dispersan y dan lugar a un pueblo en el que sus habitantes son amarillos.

6. Homero tridimensional
Aquel capitulo fue memorable. Muchos, al igual que yo, dicen que es el mejor. No recuerdo que número de especial de Día de Brujas sea, pero ni falta hace. Me parece que la primera historia es acerca de una especia de pequeña criatura que se mete al autobús escolar Bart va de excursión con sus compañeros de la primaria, y la criatura amenaza con quitarle una de las llantas al transporte, siendo Bart el único que puede verlo. Yo veía la televisión con un refresco y unas papas que compramos en la tienda y mi cabeza no estaba en Springfield, sino a ocho calles de ahí, en una fiesta de las que no me gustan pero en la cual me moría por estar.

La segunda historia del capítulo tampoco la recuerdo. Supongo que no fue tan buena como la tercera. En esta última, Homero era tragado por un hoyo negro y enviado a una dimensión ‘con volumen’, es decir, en la que el personaje ya no era plano, sino que poseía, valga la redundancia, tridimensionalidad. Así, medio Springfield lucha por encontrar una manera de regresar a Homero, que continúa ocasionando problemas en otro universo paralelo. Cuando Bart, amarrado de una soga entra a buscarlo yo no podía creer lo que veía: Mis personajes favoritos, a los que había seguido por años estaban más vivos que nunca, en medio de una aventura alucinante. Y el final lo fue aun más: ¡Homero perdido en una calle, caminando en medio de gente real, entrando en un local de pasteles eróticos!. Acabó el capitulo y todos compartíamos el mismo sentimiento ¡Qué bueno que nos salimos de la fiesta! ¿imagínense si nos hubiéramos perdido esa joya?.

Lo que vimos fue tan bueno, que en ese momento no había lugar ni para Jazmín, ni para otra cosa en mi cabeza. Hasta la fecha, cuando me recriminó por mi cobardía de esa noche recuerdo a Homero Tridimensional, y me digo que hice lo que cualquier hombre de mi edad hubiera hecho.

7. Más primeras veces
Regresamos a la fiesta todavía emocionados. Contándole a cuanta persona nos topábamos la mala suerte que tuvo al no haber estado a las 8 de la noche frente a un televisor. En esas andábamos cuando vimos que en el centro del garaje (o improvisada pista de baile) estaban todas Las Troperas bailando en círculo. Yo, que sólo vestía distinguidamente mi suéter de César Costa, pues había dejado en mi casa la mascarita y las garras de Krugger, veía, a todas sin chiste, de repente caí en razón: ¡No estaban las brujitas! (ah, no lo explique, se supone que de eso iban disfrazadas Jazmín y su amiga). ¿Y si se habían ido mientras yo veía a un gordo perderse en no sé dónde?. Repentinamente se me bajó la borrachera de Simpsons y caí en la realidad de que ya no estaban. O más bien, estaba. Porque sin ser grosero, su amiga y vecina mía, aunque también se veía increíble, me importaba un rábano.

Argumenté ir al baño para perderme por unos minutos de mis amigos y me adentré entre los bailadores. Nada. Entré a la casa en la que los más grandes platicaban y tampoco, nada. Y ahí estoy de nuevo en las primeras veces: Nunca, hasta ese momento, había buscado con tanto ahínco a una persona que no fuera un amigo o de mi familia. Nunca, hasta ese momento, había sentido que la pregunta ‘con quién y dónde estará en este momento’ me laceraró tanto. Nunca, hasta ese momento, me había dolido estar en una fiesta, pensando en otra persona. Nunca, hasta ese momento, pensé que se pudiera sufrir un sábado.

Cuando regresé de mi supuesto viaje al baño, los troperos ya ocupaban la esquina y platicaban, de nuevo en circulo. Confundido me integré a la charla que seguía girando en torno a un tema que ya estaba cansándome. ¿tan tontos eran, cómo para perder el tiempo hablando de una estúpida caricatura cuando podían ponerle atención a las chicas?. Después de pensarlo bien recapacite: en esta fiesta, ya no hay chicas guapas. Por supuesto, aquel pensamiento era poco menos que una idiotez, pues además de las otras troperas estaban las féminas de las otras secciones. Y feas no eran.

8. Alguien se acuerda de Pif
Triste. O más bien, sin algo que me ilusionara en ese lugar, que para el caso es lo mismo, volví a sentirme fuera de lugar. Horrible sensación de aquellos que darían su vida con tal de poder regresar el tiempo y decir: váyanse a mi casa, vean la tele, pero a mí no me lleven. Estaba a punto de inventar que tantas papas me habían caído mal, cuando la casa volvió a iluminarse. Y apareció ella. (de nuevo acompañada por su amiga y vecina mía, pero eso me daba igual). Igual de mujer a pesar de sus ¿doce? ¿trece años?. Nunca supe a dónde fue, igual y también a ver Los Simpsons. Recuerdo que fui un descarado (también por primera vez) al mirarla lentamente. Atesorando cada centímetro de su cuerpo en mi mente. Guardándome la imagen de la perfección y su frescura que irradiaba en cada paso, en cada mirada, en cada poro de aquella piel que de tan suave debía de provocar la envidia y desplante de cualquier flor. Flores hay muchas, pero ninguna como el Jazmín.

Era de esperarse. Siempre en los primeros bailes, cuando uno es adolescente, pasa lo mismo. Ellos y ellas por separado. Ellas bailan. Ellos platican. Así fue esa vez. Tuvo que llegar uno de nuestros dirigentes a regañarnos por rancheros. ‘Qué están esperando, saquen a bailar a las troperas, que no se hable mal de ustedes’. Incluso la dirigente de la tropa femenina se acercó para susurrarnos ‘no ven que guapas se arreglaron mis niñas, ¿a poco no las van a sacar a bailar?’. En efecto, al menos Jaz parecía bajada del cielo. En efecto, yo, al igual que mis compañeros, era un ranchero. ¿O lo sigo siendo? Quién sabe si hoy, doce años después, sigo siendo igual o peor. Actualmente sigo siendo pésimo para el baile. Y para ligar (odio la palabrita, pero ni modo). Y para tomar valor en los momentos decisivos. Peor tantito: sigo teniéndome mucha desconfianza.

No nos animamos. Allí estaba Jazmín. Su amiga que además es mi vecina y las otras. Nos separaban cinco metros de distancia que dramáticamente se iban reduciendo gracias a que ellas tenían mucho más arrojo que nosotros. Seguramente ellas si querían bailar. Más seguro era que, aquella noche, ellas se quedarían con las ganas.

Dos horas después Jazmín se acerco a mí sin motivo alguno. No sé si llegó a darse cuenta de las infinitas miradas que le dirigí. La tuve frente a mí. Era un poco más bajita que yo. Sonreía, como siempre. ‘¿Y el disfraz?, ¿Por qué te lo quitaste?’, preguntó. Quién sabe qué tontería balbucee, seguramente algún monosílabo inaudible y por mucho incoherente. Otra primera vez: Aquel día supe que las palabras faltan cuando frente a ti tienes a la perfección del universo contenido en 1.46 de estatura. Después de aquella noche, volví a caer en las garras del ridículo gracias a la cortesía del amor.

Ese Hallowen, que enmarcó tantos descubrimientos, y que hasta ese momento pintaba melancólico y desastroso fue salvado de la nada por ella y su tierna voz: ¿A ti en la primaria te decían ‘Pif’ verdad?. Y algo muy dentro de mí se llenó de luz. ¿Fue el corazón?, ¿la ilusión?, ¿el cariño?. No. La esperanza. Ella me recordaba. No era, después de todo, tan desconocido para la niña más linda de la fiesta. En efecto, desde quinto de primaria mis amigos me decían ‘Pif’. Después de esa noche, el apodo me acompañó en los años restantes en los que estuve dentro del movimiento Scout. Si ella sabía aquel apodo significa que vivo, aunque sea en un pequeño reducto de su memoria. Y eso, vivir en la historia de una chica , a los trece años, es mucho.

Platicamos un poco más, minutitos en los que como Homero, me perdí en otra dimensión. Su amiga, que también es su vecina, tenía ya que irse. Se despidieron. Alguien sacó una pelota. El resto de la fiesta, la pasé en la calle jugando. Terminé todo sudado, sin suéter y desfajado. Volví a ser niño, pero con esperanza de amor: eso es la adolescencia.

9. Esa silenciosa sombra de la esquina.
El sábado siguiente volví a verla en las actividades Scout de cada semana, pero no crucé más palabras con ella. Unos dos meses después, ella, y su amiga que también es mi vecina dejaron de ir. No fue impedimento para que la dejara de ver, al contrario. La busqué más y la convertí en la heroína de mis cuentos, de mis juegos de detective. La princesa a la que debía salvar del mal.

Descubrí que vivía en la esquina en la que se encontraba una tienda llamada ‘La Burbuja’. Su casa estaba frente al parque de la esquina de mi casa. Ahí estaba yo, religiosamente cada tarde, esperando a verla aunque fuera un instante. A veces coincidimos con la mirada. A veces estaba acompañada por su mamá que cariñosamente la llamaba ‘conejita’. Le seguí la pista por un año. Después entré a preparatoria y otra mujer capturó mi atención. Hoy, en lugar de tienda hay otro negocio, y los columpios del parque en el que los que de lejos la observaba ya no están.

No dejé de verla. También se hizo amiga de otra vecina de nombre Stephani. A veces las veía cuando venían de la escuela. O los viernes, salir arregladísimas de alguna casa para irse de fiesta. Jazmín con el tiempo se volvió una mujer atractiva. Yo con el tiempo me enredé más. Ellas pasaban guapísimas. A veces con uno o dos galanes. Yo en pants lavando el auto.

Tiene mucho que no veo a Jazmín. Quise escribir está historia que viví para no olvidarla. No es nada original. No es conmovedora. No es nada. Sólo se trata de la primera vez que un niño descubrió que existen cosas más importantes que la televisión, el fútbol, y los juegos. Desde aquella vez, hasta hoy, ella sigue presente con su cuerpo y su aroma que sólo varía ligeramente en nombre, lugares y rasgos.

Así era 1995, tiempo que no volverá.

martes, 8 de abril de 2008

Morir de amor

“No sabes dónde ponerte, para no
estorbarte a ti mismo”



Una charla de algún noviembre de mi vida:


Chica B: ¿Crees que se muera de amor?

Yo: Estoy convencido. No sé si te ha pasado, pero es una desesperación horrible.

Chica B: No.

Yo: Quieres. Quieres verla, quieres llamarle, pero a la vez te da mucho miedo. La calle es intolerable, pero una vez que estas en tu casa te sientes encerrado. El tiempo se va lentísimo. No quieres ver a nadie y a la vez la soledad te hace mucho daño. No sabes dónde ponerte para no estorbarte a ti mismo. Eso se siente más o menos. Eso es un sábado.

Chica B: Sí. El chiste... a dónde iba, es que 'como yo no quiero así' me entra curiosidad saber. Siento que no es real sentir tanto como tú. Siento que eso es de telenovelas o novelas, tal vez por eso me gusta leer tanto.

Yo: ¿Y si te dijera que para mi no es normal no querer tanto? En realidad es fácil. Lo difícil es salirse. Como con las drogas.

Chica B: No es fácil, si lo fuera, ya lo habría hecho, creo.

sábado, 5 de abril de 2008

Alfred E. Newman y Don Ramón, un sábado

Si bien, quedarse un sábado por la tarde en su casa para muchos es casi un pecado mortal, habemos quienes lo hacemos bastante a menudo. No por gusto, sino porque a si se nos va organizando la vida. Resulta patético que hoy (un maldito sábado) no tenga absolutamente nada que hacer, lo curioso es que entre semana siempre tengo los días atiborrados de actividades. Saber que esto sucede cuando tengo libre sábado y domingo es tantito peor. Siempre me pasa, cuando tengo que trabajar en fin de semana se me juntan varias fiestas y salidas el mismo día. Seguramente el maldito calendario me odia.

Rara vez lucho cuando un sábado aburrido como éste me atrapa. Suelo dejarme llevar y esperar a que ocurra algo que me saqué de mi casa o en el peor de los casos, que los minutos corran más rápido de lo habitual y conviertan al peligroso sábado en un apacible domingo. Total, nunca nadie te verá como bicho raro si se entera de que a causa de la flojera te quedaste en casa todo el domingo.

Hoy fue un tanto diferente. En cuanto percibí que mi sábado tenía todos los síntomas para convertirse en un ‘homenaje al bostezo’ decidí salir de mi casa cuanto antes, como con ganas de que la noche llegue más temprano de lo habitual. Atravesé la ciudad (curiosamente una odisea, si consideramos que vivo en la más grande del mundo) y llegué hasta el Panteón en el que está enterrado mi papá. Una hora después, antes de emprender el camino de regreso pensé que sería buena idea detenerme en una tiendita para comprarme unas papas y una Coca Cola bien fría para el camino. Antes de volver al auto fijé mi atención en el puesto de revistas que se encontraba afuera de la tienda. Titulares de periódicos deportivos, tabloides de chismes, publicaciones del corazón y en una esquina, como escondiéndose, la revista MAD.
No se trataba de la publicación gringa sino de la mexicana que lleva varios años siendo editada en México. Odiada y amada por muchos, la revista MAD y su irónico contenido jamás pasará desapercibido. No recuerdo exactamente mi edad, pero rondaba los ocho años cuando comencé a pedirle dinero a mis papás para comprarme la MAD cada que la veía. Aunque era la versión en inglés y obviamente no entendía nada, me hacía sentir malo y trasgresor el ver los dibujitos burlones y las ingeniosas portadas en las que un niño pecoso parodiaba desde posters de películas hasta momentos históricos. Con el tiempo fui aprendiendo un poco más de inglés y los chistes de la revista se me fueron revelando como un tesoro. Comprendí que aquellas caricaturas, más ingeniosas de lo que en un principio creí, se estaban volviendo una adicción e hice todo lo posible porque el vicio creciera más y más: me compré el juego de mesa oficial, juntaba estampitas de las portadas, conseguí el juego de Nintendo de Spy vs. Spy... Imagínense mi conmoción cuando descubrí que mi adorada revista tendría su versión azteca.

La obsesión me duró un año. Religiosamente compraba y devoraba mi ejemplar de MAD México. Aprendía los chistes y corría a decírselos a mis amigos. A veces entendía el contenido, a veces no, pero eso era lo de menos. Después, no sé si fue mi llegada a la Prepa o que por primera vez en mi vida caí preso del encanto de una mujer, pero así como llegó la obsesión por la revista MAD se fue, y aunque ocasionalmente releía alguno de mis viejos números o llegaba a hojear algún ejemplar, dejé de seguirle la pista a las locuras de Alfred E. Newman (el personaje pecoso y chimuelo de las portadas).

Volviendo a mi deprimente sábado, les contaba que ante mis ojos apareció la revista MAD y a penas vi su portada decidí comprarla. ¿Cuántas veces han visto una revista y se han reído como locos con la portada?... de seguro muy pocas; por eso, en cuanto vi que la tapa de la revista parodiaba la carátula del libro de pensamientos ‘Dulce Amargo’ de Dulce María (sí, la cantante de RBD) no lo dudé un instante. Minutos después atravesaba de nuevo la ciudad, comiendo papitas, tomando refresco (ya saben, la seguridad es primero) y deseando poder estar ya en casa para reencontrarme con mi ex-revista favorita. No suelo hacerlo pero una vez más voy a ventilar mi vida privada: si por algo esa ingeniosa portada me dio tanta risa, es porque yo tengo el ‘Dulce Amargo’ de Dulce María. No, no es broma, ni tampoco algo de lo que me sienta profundamente orgulloso, pero qué quieren, me ganó la curiosidad de ver cómo escribe una de las RBD. Ya en otra ocasión les daré mi punto de vista sobre los talentos literarios de Dulce María, sólo les diré que ni es tan mala como muchos piensan, pero tampoco la heredera de Octavio Paz (Dios me perdone por tal blasfemia).

Tenía pues, prisa por reconciliar cuanto antes mi amorío con la revista MAD, pero también un hambre vestial que me llevó a un McDonald´s. Sí, ni lo digan, mi alimentación deja mucho que desear. Hacía cola para pedir cualquier cosa cuando de nuevo mi atención se vio secuestrada por la fuerza del consumismo: en la Cajita Feliz estaban dando muñequitos de los personajes de La Vecindad del Chavo. ¡Y yo que también soy bien fan de Chespirito y compro cuanta cosa sale de él y sus personajes!. La colección consta de seis personajes: El Chavo, La Popis, Quico, Doña Florinda, El Profesor Jirafales y Don Ramón. (Éste último era el que estaban dando). Los juguetitos estarían bien bonitos si no fuera por unas manotas que les pusieron (quesqué para poder sujetarlos unos con otros) y que los hacen ver extraños. De todos modos el daño estaba hecho y mi obsesión por coleccionarlos ya tenía carácter de irrevocable.

Llegué al mostrador y pedí un ‘Junior Pack’ (como una cajita feliz pero para adolescentes). Me dijeron que ya no tenían más que Cajita In-Feliz me puse de mal humor ¿qué persona de más de diez años se llena con la mini-hamburguesa, las mini papas a la francesa y el mini refresco que incluye la Cajita In-Feliz?. Después de rogarle y sonsacar al púber cajero conseguí que en la compra de un Mc Trío Grande más diez pesos me diera el añorado figurín de Don Ramón. El problema no es que tendré que regresar al McDonald´s otras cinco veces hasta completar una colección que en unos meses terminará guardada en una bolsa debajo de mi cama, o que debido a tan nutritiva dieta me pondré bien gordo. El meollo del asunto es que siempre acabo comprando cuanta chucheria se me cruza en el camino. Desde discos, muñequitos, revistas, libros. Si algo me gusta y traigo dinero, es cuestión de tiempo para que aquel objeto pasa a formar parte de mi colección particular. Que importa si luego me estaré arrepintiendo por dejar volar el dinero de una forma inútil, cualquier cosa es mejor que la idea de ‘pude habérmelo comprado y lo dejé ir'.

Chin, creo que estoy bien dañado.

Hoy fue una revista Mad y un Don Ramón, mañana ya veremos qué. Ahora que pensándolo bien, el verdadero problema es que sea sábado en la noche y yo me encuentre en mi casa, escribiendo sobre mis ridículas compras. O me falta salir más, o una novia, o las dos cosas.

miércoles, 2 de abril de 2008

Cuando los Emos nos alcancen

Tengo un primo Emo. Aunque ya lo sospechábamos, no lo asumimos como real hasta que él mismo nos lo confesó hace un par de semanas. ¿Qué se hace en estos casos? Bien que mal, uno sabe que decir cuando un miembro de la familia anuncia un divorcio, se declara gay o decide ser actor... pero que se hace cuando los temores se confirman y de la noche a la mañana descubre que la corriente Emo ha llegado al seno familiar.

Tiene menos de un año cuando en todas partes comencé a verlos por todos lados: Adolescentes respingados con pantalones respingados, ropa pegada en tonos oscuros, el cabello largo con un flequillo que les tapa la mitad del rostro y una actitud un tanto represiva. En un principio pensé que era un asunto de modas; sentí miedo cuando los encuentros comenzaron a ir en aumento. Supe que todo aquello era parte de una especie del movimiento sub cultural llamado ‘Emo’ y he de confesar que llegué a un punto en el que todo aquello comenzó a molestarme... y no sólo a mi.

De la noche a la mañana en los medios de comunicación se comenzaron a difundir varias notas sobre ataques a los emos. En parques, en las calles, en fiestas. Basta que un grupito sea identificado como Emo para ser blanco de uno de estos ataques. Se dice que son los punks. ¿Será?. Según mi primo, el termino Emo viene de la palabra ‘emoción’.

- Un Emo es capaz de sentir emociones con gran intensidad. Desde una alegría inmensa, hasta una profunda depresión... Son sentimientos...

(osea, yo también soy capaz de eso y no por eso soy un Emo ¿o si?)

- ... vivimos el amor y desamor con una entrega desmedida....

(¿y yo no? ¡si ese es mi estado natural!, rayos, creo que sí soy Emo)

- ... por eso usamos manga larga, porque muchos tienen cortaduras en los brazos por la tristeza...

(¿De verdad es para tanto?)

- ... tomamos elementos de diferentes corrientes contra culturales, como el color negro de los Darks o los pantalones entallados de los Punks. Eso es lo que ellos no toleran...

(yo uso playeras de futbol, tenis Converse, y camisas negras... ¿lo tolerarán los futbolistas, los creativos buena onda y los elegantes?)

- El movimiento no es nuevo. Bueno, en México sí, pero desde los años sesenta está presente en Europa.

(ahora resulta que con un poco de suerte hasta John, Paul, George y Ringo fueron Emos).

- Los Punks son los envidiosos intolerables. Nosotros vamos por el amor.

(para mi tanto ellos como ustedes son unos ridículos).

Al fin y al cabo nadie tiene derecho a criticar a los demás por sus ideología o vestimentas. Por eso me parece que ese pleito Punk-Emo no es sino una gran muestra de la estupidez. Yo mismo me he creído diez mil cosas (rapero, karateca, tortuga ninja) y en su momento he descalificado a mis opuestos. Con el tiempo uno crece y se da cuenta que al final se tiene derecho a ser como a uno se le pegue la gana sin tener la necesidad de andar dando explicaciones a nadie. Seguramente esos Emos crecerán y se darán cuenta de que ni el mundo es para sufrir ni mucho menos que todo el mundo los quiere golpear. Después de tanto dimes y diretes lo único que queda es burlarse del asunto y no tomarse las cosas tan apecho.

El sábado pasado me encontraba en Pachuca. El centro estaba lleno de Emos y Punks que llenaban de tensión el ambiente. ¿Había necesidad de que estropearan el rico paste que me estaba comiendo?. Por mi los punketos, rockeros, hippies, nerds, veterinarios, domadores de circo, beisbolistas, darketos, etc, son lo mismo: parte de una inmensidad llamada sociedad.

Tras su confesión mi primo sigue siendo el mismo. Una esencia que como la tuya y la mía sólo juega a disfrazarse. Los dejo, voy por mi traje de romántico empedernido.