domingo, 30 de noviembre de 2008

El fantasma peninsular


No será la primera vez que escriba algo, sabiendo de antemano que nadie me creerá. En esta ocasión no los culpo, si yo fuera uno de los lectores del siguiente relato lo calificaría de previsible, trillado y carente de toda lógica. Y sin embargo me pasó. Los hechos fueron tan reales que en mi memoria siguen estando tan nítidos y acuden a mi cada que lo deseo, como un recordatorio de lo frágil que es la coherencia de la realidad. Como por más que lo intento no encuentro respuesta alguna y si muchas interrogantes más lo escribiré, dejaré que el relato de una historia sin comprensión se pierda y sea juzgada por cada quién.

Hace año y medio estaba en la Ciudad de Mérida, en el estado de Yucatán. Cerca del mediodía de un jueves soleado y sofocante me encontraba en una de las colonias más desoladas, a las afueras de la urbe. Estaba rodeada de terrenos baldíos, algunas casas y calles muy largas, como si se tratara de una zona residencial apenas en planeación. Ahí estaba yo, jugando con mi cámara digital, esperando por casi media hora a que algún camión o taxi pasará por dónde me encontraba y me acercara a la zona centro, cerca del Hotel en el que estaba hospedado.

De repente, podría decirse que de la nada, apareció un taxi. Le hice la parada, lo abordé y le pedí al chofer que me llevara a mi hotel. Durante el trayecto charlé amenamente con él.

- ¿Qué centro comercial me recomienda visitar, cuál es el mejor de Mérida? Pregunté.
- Bueno, yo voy a la Comercial Mexicana, a veces a Wal Mart, aunque a mi señora no le gusta mucho ir ahí. Contestó.
- Ya veo, pero ¿Centro Comercial?- Por eso, la Comercial Mexicana. O bueno, está un tal ‘Chedrauli’ o algo así, pero a penas lo están construyendo.- Imposible. Inquirí. - Ayer fui a un Chedraui a comprarme una bebida, creo que ya lo abrieron.
- No joven, apenas están fincando el terreno.

No quise seguir debatiendo, yo estaba seguro de haber ido a esa tienda y haberla encontrado funcionando al cien por ciento. Seguí platicando con aquel hombre bonachón sobre zonas arqueológicas, museos y sitios turísticos del estado de Yucatán. Aquel personaje me había caído bien, por lo que el viaje de casi veinte minutos se me fue en un abrir y cerrar de ojos. Al llegar a mi destino, le pedí que me imprimiera un ticket para comprobar aquel gasto. Pagué lo que debía y me bajé del taxi. Ya en mi cuarto de hotel, recibí la llamada de mi amigo Isaac informándome que llegaría en un par de horas, procedente del poblado de Valladolid para pasar juntos nuestro último día en el estado de Yucatán. Casi al instante de colgarle caí en la cuenta de que mi cámara digital no estaba en mi cuarto.

Después de vaciar cajones, muebles y maletas confirmé el peor de mis pronósticos: había dejado mi Cyber Shot en aquel taxi que hace unas horas había tomado. Medio desesperado salí a la calle y paré otro taxi. Le informé mi situación y me dijo que lo mejor era acudir al Sindicato de Trabajadores del Volante de Mérida y con el ticket en mano (el que me dio el taxista del vehículo en el que dejé la cámara), les dijera que lo rastrearan por medio del número de placa de la unidad y lo hicieran traer para que le preguntara sobre el paradero de la cámara.

Cuando minutos después llegó Isaac, le pedí que me acompañara al dichoso sindicato, en donde nos trataron muy bien e hicieron todo lo que estaba a su alcance para ayudarnos. Intentaron establecer comunicación por medio del radio con aquella unidad pero nunca obtuvieron respuesta. Al final me dijeron que seguirían buscándolo y me dieron un papel con el nombre del taxista a cargo del auto con el número de placas que abordé: Juan Manuel Puigcerver Sauri. Le di las gracias a todos, y regresé al hotel repitiéndome lo idiota que había sido por dejar mi adorada cámara digital en aquel carro.

Ya en el cuarto de hotel tomé el directorio telefónico local, busqué a los habitantes con el apellido ‘Puigcerver’. Sólo cinco personas en toda la ciudad tienen ese apellido, uno de ellos, además, se llama Juan Manuel, y su segundo apellido es Sauri. Sintiéndome satisfecho arranqué la hoja del directorio (de seguro nadie le echará de menos), subrayé el nombre encontrado y marqué aquel teléfono. Uno, dos repiquetes y una voz femenina y mayor me contestó:

- ¿Bueno?
- Buenas tardes, por favor con Juan Manuel Puigcerver.
- ¿Quién lo busca?... él falleció hace tres años.

¿Qué puede decir uno ante un argumento así? ¿Valdría decir que un escalofrió recorrió mi cuerpo en aquel momento en el que el tiempo se congeló? Aun así, tras diez segundos de un incomodo silencio decidí indagar más...

- Verá, creo que olvidé mi cámara en el taxi que era del señor Juan Manuel, ¿no sabe cómo puedo localizar a su actual dueño?
- No señor. Desde que Juan murió el taxi ha estado en el patio de la casa. No nos hemos atrevido a moverlo... ¿Le puedo servir en algo más?

Ahora el silencio fue de mi parte. Tímidamente di las gracias y colgué. Sudaba frió y lo peor, no sabía qué hacer, decir o pensar. Me dije que era una casualidad, aunque el apellido Puigcerver no fuera común, y la posibilidad de qué en una ciudad tan pequeña aquel nombre se repitiera no sólo en los apellidos sino en los nombres y en el oficio de taxista era insultantemente remota. Al otro día, antes de abordar el autobús que me traería de regreso a la Ciudad de México regresé al Sindicato de Trabajadores del Volante. Ahí me informaron que era probable que el conductor de la unidad ya no estuviera en activo, pues la base de datos no se actualizaba desde hace cinco años.

- Quizá por eso no nos contesta. Dijeron.

Puede ser, pero eso no me explica quién era el conductor de aquel taxi al que me subí y que se supone, lleva un par de años parado en el interior de una casa. Tampoco explica quién se quedó con mi cámara, o quién emitió ese ticket electrónico cuyo número de placas (14-94) y de taxi coinciden con el de Juan Manuel Puigcerver. Abandoné el Sindicato, comí con Isaac en el Vips y regresamos al DF. La cámara no apareció.

Una semana después, ya en la Ciudad de México, recibí una llamada del Sindicato de Trabajadores del Volante de Mérida. Una noche antes alguien había dejado la cámara en el buzón de objetos perdidos. Nadie se acreditó su descubrimiento. Acordé pagar los gastos de envío por medio de un depósito bancario. Dos días después recibí la cámara intacta.

Días después platiqué la experiencia a un par de amigos que dijeron creerme, aunque no sé por qué siento que no es así. Aunque tengo a mi amigo Isaac como testigo de lo ocurrido, y dos datos más, sin los cuales ésta experiencia no sería tan intrigante: El Chedraui de Mérida empezó a construirse tres años atrás, más o menos cuando Juan Puigcerver murió, y el ticket que me expidió aquel taxi, días después se puso amarillo (como un papel muy viejo) y las letras y datos se le borraron. La hoja del directorio de Mérida está en mi poder, para quien quiera hablar y corroborar que todo es verdad. Y a todo esto ¿para qué querría un fantasma una cámara digital?.

Esta fue la foto que me tomé en un solitario paraje en Mérida, unos minutos antes de abordar el taxi.


martes, 25 de noviembre de 2008

El eterno Carlos Fuentes


Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs… Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs… Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs… Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs… Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs… Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs… Lunes 24 de noviembre, 19:00hrs…

Casi un mes tuve la fecha dándome vueltas en la cabeza de forma medio obsesiva. Repitiéndose una y otra vez de distintas maneras, como preparándome para el juego de sensaciones que sin piedad se abalanzarían tarde o temprano sobre mí. Fueron muchas las tardes que dediqué a pensar en mi encuentro con aquel hombre que desde siempre merece el adjetivo de maestro. Imaginar lo qué sería verlo, escucharlo hablar o simplemente compartir el mismo tiempo y espacio con él se volvió cotidiano.

Por eso, la noche de anoche arribé al Auditorio Nacional con los nervios a flor de piel. Él estaría ahí, en el marco del Homenaje Nacional por sus 80 años. Él daría una conferencia magistral. Él hablaría de cómo escribió alguna de sus novelas. Él leería fragmentos de algunos de los libros que más me han cautivado. Él, escritor más eternos que inolvidable, más vigente que clásico, más universal que Mexicano. Tras una larga espera, el 24 de noviembre traería consigo mi encuentro con Carlos Fuentes. No importa que haya más de 4,500 asistentes al coloso de Reforma, tal y como ocurre con la literatura, uno siente que el encuentro con el maestro será personal, aislado, íntimo.

Fuera del escenario nada más existía. No importaban las docenas de personajes de la vida cultural que ocupaban a tan solo unos metros de mi lugar, ni las imágenes de las pantallas gigantes o la música con la que se amenizaba la recepción de los invitados. Escritores, diplomáticos, políticos, escultores, músicos, lectores, autores de blog, estudiantes, oficinistas, profesionistas… todos con la mirada fija en aquel atrio elevado.

Cuando Jorge Volpi anunció la entrada de Carlos Fuentes el tiempo se detuvo en una ovación conmovedora. Cuando me di cuenta ya estaba de pie, aplaudiendo con todas mis fuerzas y sintiendo como en segundos se me enchinaba la piel. Por más que lo haya visto en televisión y fotografías, en nada se compara con tener a Carlos Fuentes enfrente. Qué decir de escuchar su voz potente y dejarse llevar por sus palabras. Escuchar fragmentos de Aura y la manera en la que Fuentes concibió su portento de novela fue el inicio de aquellos segundos que se volvieron fugaces y a la vez inmortales. Después hablo del poder, de la historia de México. Dio paso a fragmentos de “Terra Nostra”, de “La voluntad y la fortuna” y de “La muerte de Artemio Cruz”. Cuando su reflexión se centró en las raíces de la Ciudad de México me sentí afortunado por estar en ese lugar, en un momento irrepetible y del que aprendí mucho. Sólo el podría haberle dado vida a Ixca Cienfuegos. Nadie tan conocedor de la identidad del mexicano, pocos con su autoridad para decir que el nuevo reto de Latinoamérica es darle cabida a la creciente diversidad.

El maestro finalizó con un fragmento de “La región más transparente”. Una ovación más fuerte rompió el encanto en el que nos encontrábamos los espectadores. De nuevo me sorprendí de pie. Aplaudí con más fuerza, queriendo que las palmas de mis manos transmitieran mi admiración y agradecimiento a un hombre capaz de crear un universo de personajes más reales que cualquier verdad. A pasado un día y las ideas expuestas por Fuentes siguen acomodándose en mi entendimiento, adquiriendo nuevas formas, hablándome de un mundo entero en el que todo está dicho pero en cuya forma está el infinito.

No puedo esperar, me urge subir a mi cuarto para seguirme maravillando con una novela sublime (sí, estoy leyendo “La Región más transparente”). Jamás olvidaré que la noche de anoche conocí la eternidad de manos de uno de los escritores vivos más importantes a nivel mundial.

Maestro, le sigo aplaudiendo.

sábado, 22 de noviembre de 2008

El arte de novelar

¿Qué se puede decir, que no se haya comentado ya, en torno a Carlos Fuentes? ¿Quién no ha oído hablar de él? Quienes nos hemos dejado seducir alguna vez por sus letras sabemos que del maestro se podrá decir todo y siempre quedará algo más en el tintero, pues la obra de Fuentes tiene cabida tantos aspectos, que su universo se extiende ilimitadamente hacia cualquier campo de la vida.

Tomando en cuenta lo anterior, resulta comprensible que en el marco del Homenaje Nacional a Carlos Fuentes en sus 80 años, lejos de hablar del homenajeado, las mesas redondas y expositores se dediquen a hablar de los escenarios en los que su obra se desarrolló, y no en su obra como tal. Hablar de periodismo, de la vida cultural de México y de los cuentos, ensayos y novelas en general, es la mejor manera de rendirle honores a uno de los escritores más importantes a nivel mundial.

Por más que sea imposible por cuestiones de tiempo y espacio, uno como aspirante a escritor, quisiera estar presente en cada uno de los eventos que se han celebrado en el país durante las últimas semanas. Aun así se tiene que estar. De alguna u otra forma no participar en este homenaje a uno de los escritores que más admiro no me lo perdonaría mucho. No lo pensé dos veces cuando me enteré que la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana) preparaba una serie de mesas redondas tituladas “El Arte de Novelar”, en las que participarían varias de las más grandes figuras de la literatura latinoamericana, elegidas por el mismo Fuentes.



Una de ellas se celebró ayer en la tarde en el precioso y recientemente remodelado Centro Cultural del México Contemporáneo , con una plantilla de escritores de primer nivel: Elena Poniatowska (Francia), Xavier Velasco (México), José Ramón Ruíz Sánchez (México), Wendy Guerra (Cuba), Vicente Herrasti (México), Adrián Curiel Rivera (México) y Jorge Volpi (México), todos ellos presididos por Carlos Montemayor (México).

Aunque el evento estaba anunciado para dar inicio a las 4 de la tarde, llegué unos minutos después de las 3. Con el tiempo a mi favor me dediqué a recorrer las calles aledañas al lugar (República de Brasil, República de Perú y la Plaza de Santo Domingo), mítica zona de la Ciudad de México en el que el aroma a surrealismo se respira en cada palacio, en cada piedra, en cada rostro de los muchos que transitan la zona. Una vez dentro del Centro Cultural Universitario uno se da cuenta que esa tarde está invitado a un gran evento. Un escenario imponente, las cámaras de distintas televisoras, fotógrafos de prensa, distintas figuras de la cultura nacional y la expectación de quienes como yo, decidieron acudir esa tarde a una fiesta literaria que prometía.

Como sucede cuando algo impacta nuestra vida y no sabemos cómo o qué fue lo que pasó. Dar una lista detallada de cómo se fueron sucediendo los eventos en aquella mesa redonda me resulta imposible pues todo fue como un sueño, como asistir a una ceremonia en la que cada minuto se vuelve memorable. Recuerdo, en cambio, un sinfín de estampas: El inicio de la mesa sin la presencia de Xavier y Elena; lo guapa que me resultó Wendy Guerra; el impacto inicial de ver a Volpi y a Joserra, idénticos a como se ven en televisión y en fotos; la elegancia y porte con la que Carlos Montemayor comenzó a prescindir el evento; la repentina llegada de Xavier, siempre tan desfachatado y tan divertido como siempre es él; el turno en el que cada uno de los exponentes hizo suyo y le impregnó su estilo personal ya fuera leyendo o hablando sobre literatura; la aparición de Elena Poniatowska y el cálido recibimiento que tuvo… y así, en medio de un frío que Ruiz Sánchez definiría como digno de Helsinki la tarde se convirtió en noche.

¿Qué mejor homenaje a Fuentes que hablar de la novela como arte indiscutible?

Herrasti rememoró como gracias a la transcripción de textos llegó a la vocación novelística. Volpi, educado en un hogar en el que su padre veneraba la literatura clásica, descubrió en el estilo de Allan Poe el camino que en adelante deberían seguir sus textos. Wendy Guerra, con su acento cubano lleno de sensualidad, leyó un pequeño texto acerca de sus aventuras aduanales que desemboca en la importancia de contar historias para explicarse mejor la vida. Adrián Curiel improvisó una charla sobre la manera en la que escribió alguna de sus novelas, particularmente como las apariciones nocturnas que veía en su cuarto de un hombre durante su infancia le dictaron el estilo que haría suyo a partir de ese instante. Xavier, cosa rara, hizo su tarea y leyó un texto memorable (que se encuentra en su blog) sobre las venturas y desventuras del novelista y su continua lucha por sobrevivir al jugarse el todo por el todo en cada línea que escribe. José Ramón habló sobre la literatura del bien, que también tiene su atracción a pesar de percibirse menos atractiva que la del mal. Finalmente Elena Poniatowska lanzó al aire un sinfín de anécdotas no sólo de su amistad con Carlos Fuentes (al cual conoció desde antes de que éste se volviera escritor), sino de otros grandes escritores como Juan Rulfo y José Emilio Pacheco. Carlos Montemayor cerró el evento deseando que la luz de la creación novelística no se termine nunca.

Y ahí estaba yo, en un lugar mágico en pleno centro histórico de la ciudad. Con varios de los mejores escritores de la lengua española a unos pasos de mi. Verlos, palparlos, saberlos tan humanos como cualquiera y percibir su sencillez. Ninguno se retiró de inmediato. Tanto escritores como lectores querían seguir prolongando esas horas en las que todos fuimos uno. Tal es una de las dichas del arte de novelar.

La literatura termina siendo indispensable a la vida. Más que un retrato, en la escritura la existencia se recrea y acompaña al hombre en todas sus sensaciones. Sana dolencias. Termina con los temores. Por más que cada autor tenga su idea de concebir el milagro de la creación narrativa todos coinciden en que fuera de ella nada tiene explicación ni coherencia.

De regresó caminaba por la plaza de la constitución. La noche de viernes ya era diferente en esta ciudad en la que como dijo Xavier Velasco, nada es imposible pero en cambio, todo es probable.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Pornografía + Infantil NO


Lo paradójico es que haya palabras que causen tanto daño:

“Angels”, “lolitas”, “boylover”, “preteens”, “girllover”, “childlover”, “pedoboy”, “boyboy”, “fetishboy” o “feet boy”; son algunos de los términos con los que varios depravados realizan búsquedas de pornografía infantil en internet. Ahora mismo, estas imágenes enfermizas y deplorables para el género humano pueden ser expuestas, comercializadas y peor aún, producidas por seres sin escrúpulos.

Los esfuerzos para combatir este mal nunca serán suficientes. Es por eso que el 20 de noviembre de 2008, a iniciativa de La Huella Digital, más de 900 blogs de Europa y América Latina se sumarán a la Blog-Campaña contra la pornografía infantil. Buscando impactar en las ciberbúsquedas y en las conciencias de este tipo de material visual.

Este blog se suma a la iniciativa. Generemos ruido, digamos no a la propagación de la pornografía infantil y defendamos la inocencia de los niños y bebés del mundo.

martes, 18 de noviembre de 2008

Día D


Dicen por ahí, que el futbol es lo más importante de lo menos importante. Podría ser, aunque en estos momentos, dicha frase se me antoja ridícula: durante las próximas 24 horas, al menos para miles de mexicanos y hondureños, el futbol será lo más importante. Olvidemos la crisis económica a nivel mundial, los problemas de inseguridad o el desempleo. Cualquier dolencia física, dolor del corazón o carencia puede esperar hasta el jueves.

Mañana juega Honduras vs. México en la ciudad de San Pedro Sula. Fuera de eso nada más ocupa mi mente. Jugarse el pase a una Copa Mundial nunca será poca cosa para un mexicano.

Estas palabras no sólo van para los 11 jugadores que mañana saldrán a romperse la cara ante un ambiente hostil; van para todos los que vibramos cada que nuestra Selección salta a la cancha, que nos emocionamos con cada jugada, que gritamos con el alma cada gol, que sufrimos en carne propia cada derrota.

Por orgullo, por tradición, por amor a la camiseta, por esos miles de mexicanos que ven en la Selección una salida a su dura realidad. Por la historia de un pueblo que siempre es más cuando está unido. Por los niños que empiezan a creer en el 'si se puede', por quienes hemos visto gestas heroicas de los nuestros. Por los que mañana desde muy temprana hora traeremos la playera verde bien puesta. Por los que mañana pasaran sufriendo 90 minutos frente al televisor. Por quienes ya rezan para que todo salga bien. Por los que ya tienen la bandera tricolor lista. Por quienes al momento de escuchar el Himno Nacional sentirán la piel chinita. Por mi, por ti, por nosotros. Por todos los que somos mexicanos. Por los que no lo son pero aman a esta tierra como a ninguna. Por los que ya estamos nerviosos. Por los que sin problema alguno dicen sin empacho ‘somos mejores y vamos a ganar’. Por cada una de esas ciudades, de esos pueblos y esos puertos que mañana esperan ansiosos para explotar con un grito de júbilo. Por que mañana todos somos verdes. Por eso y catorce mil motivos más, este miércoles…

¡Vamos con todo México!
Porque no somos 11, sino millones de mexicanos los que mañana nos pondremos la playera.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Seguir en el anonimato


Parte del encanto y desencanto de un blog es el navegar, hasta cierto punto, con la bandera del anonimato. Si bien nuestro nombre y nuestra foto pueden aparecer en un perfil, nuestro verdadero yo permanece oculto del mundo real. Se es un personaje, nadie nos garantiza que seamos los mismos fuera de la complicidad que brindan las letras.

Hasta ahora, el escritor del blog nunca se había atrevido a cruzar la frontera de la realidad. El contacto con otros blogueros o con lectores de éste espacio era hasta cierto punto utópico. Salvo las personas que me conocen de toda la vida (familiares y amigos), y que a veces se dan una paseadita por aquí, nadie conoce en realidad quién es Gabriel Revelo. Pensé que siempre sería así, hasta que recibí una invitación vía Facebook. Sucedía que la Lata y Ross (ambas ingeniosas, guapas y divertidas) organizaban una reunión entre varios blogueros el fin de semana. No tuve que pensarlo dos veces. Por dónde se viera el plan resultaba atractivo: hablar con otros autores de blog, conocer gente nueva, pasármela bien y de paso, salir del anonimato. Gabriel Revelo saldría, por primera vez, de su Incomprensible Mundo.

Pase dos días esperando a que llegara esa noche. Una mezcla de emoción y nerviosismo recorrían mi cuerpo cada que pensaba cómo sería ese momento en el que uno deja de ser blog y se transforma en individuo. Aunque a la mayoría de los invitados los he leído, con algunos he tenido intercambio de correos y comentarios, seguramente la sensación de platicas sin usar un teclado y mirando a otros ojos sería muy diferente. Comenzaban así las típicas preguntas que persiguen a todo inseguro: ¿y si soy menos de lo que esperan?, ¿y si mis letras han dado la idea de un personaje con el que simplemente no coincido?... ¿y si mejor ya no pienso tantas tonterías y simplemente me dejo llevar por las circunstancias?

Llegado el anhelado viernes, el destino me jugó la primera de muchas malas pasadas, cuando el Tour Garnacho Gastronómico 2008 en el que participo finalmente me cobró la factura por comer tanto. Quién sabe si fue la torta de carne al pastor que comí con mis compañeros de trabajo el que me provocó esa diarrea repentina o algún otro alimento de horas atrás. El chiste es que pasaban y pasaban las horas sin que mis escapadas al baño se detuvieran. Sólo un milagro haría que asistiera a la reunión de esa noche.

Y el milagro lo hicieron unas varias pastillas de Pepto Bismol.

De la nada la diarrea se detuvo, y si bien todavía me dolía el estomago, el malestar era soportable. Entusiasmado vi el reloj: aun no daban las 9 de la noche, de apurarme llegaría a tiempo. Me bañé lo más rápido posible, me puse mis mejores ropas, me perfume y salí como alma que lleva el diablo hacía La Bodeguita del Medio, mítico bar ubicado en el sur de la ciudad. Lo malo fue que me agarró el tráfico de viernes de quincena, provocado por el viernes de quincena y las desviaciones ocasionadas por tantas obras en la ciudad. Pasé más de una hora dentro del automóvil. Para cuando logré llegar a Avenida Insurgentes eran casi las 10:25 de la noche. Lo que sigue de la historia es una idiotez mía, pues olvidé apuntar la dirección del lugar y mi necedad por preguntar sobre la ubicación del sitio al que me dirigía hizo que me pasara más de media hora recorriendo varias veces la avenida arriba mencionada. Ya estaba medio harto cuando en una de las aceras de mi camino se atravesó un letrero amarillo que me indicaba que por fin había llegado a La Bodeguita.

Como la aguja de la gasolina rayaba ya la parte más baja del indicador de reserva, decidí desviarme a cargar combustible y regresar para ahora sí, ya sin interrupciones, pasármelo de lo lindo con Ross, Lata y compañía. La Gasolineria estaba unos 500 metros adelante. Mientras me atendían, las dudas sobre asistir a la reunión volvieron a tomarme por sorpresa, una vez más me pregunté si era correcto llegar tan tarde (la cita era a las 9) y de paso, desafiar mis inseguridades. Pagué y mandé mis dudas a la fregada, iría. Tenía mucho que ganar.

Deben haber sido poco más de las 11 cuando deje el auto en el Valet Parking de La Bodeguita y entré al restaurante-bar. En la recepción me preguntaron si había alguien esperándome y yo, muy seguro de mi, di el nombre real de Lata, pues se supone que la reservación estaría a su nombre. El encargado revisó varias veces su lista hasta que convencido me dijo que no había ninguna mesa apartada con ese nombre. Obviamente me indigné y puse cara de pocos amigos, gracias a lo cual me dejaron pasar para ver si ‘veía a mis conocidos’. Lo malo era que a mis conocidos sólo les conocía las letras, y alguna que otra foto de sus perfiles en diferentes páginas personales. Mi ingenuidad me hizo creer que los identificaría fácilmente con sólo verlos y para mi sorpresa-decepción, cada que pasaba por una mesa veía rostros que potencialmente podían ser Lata y Ross. En algunas ocasiones algunos comensales se detenían a verme con cierto fastidio o curiosidad.

Sin el teléfono celular de alguno de los otros blogueros, mi última opción era pasar de mesa en mesa preguntando ‘¿disculpen, esta es una reunión de autores de blogs? ¿Es usted la inteligente Lata o la carismática Ross?' La descarté en cuanto un retortijón me recordó que me dolía el estomago. Salí, pedí mi auto al Valet Parking y emprendí el camino de regreso a casa.

Aun no sé bien qué pasó. Puede que haya llegado a otra sucursal de La Bodeguita del Medio, es bien probable pues no soy nada orientado al andar por la ciudad. También puede ser que haya llegado demasiado tarde o que la reservación hubiera cambiado de nombre. De cualquier manera, el destino no quería que esa noche saliera del anonimato y se empeño en ponerme una infección estomacal, tráfico y desviaciones en el camino. Seguramente habrá otra ocasión para que éste que ahora escribe abandone el blog y sea cómo es, para conocer a esas otras personas que también dan vida a otros blogs y que estoy seguro, son increíbles. Por lo pronto seguiré acá, escribiendo y tratando que estas palabras no sean tan diferentes al Gabriel que va al supermercado, se enferma, saca a pasear a su perro y que a veces le da por perderse en la ciudad.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Sexed up


"De todas formas te elegí y todo se ha ido al carajo. Es sábado, saldré y encontraré a otra tú".

Una canción debería ser sólo eso. Unas liricas acompañadas de armonías para pasar el rato, divertirnos o hasta bailar. Una canción debería escucharse una, dos veces, y ya, parar o seguir así, sin sentimientos ni emociones de por medio. Oír otra y otra y otra. La mayor parte de las veces que a nuestros oídos llega una nueva le damos una oportunidad y la dejamos ir. Canciones que sólo son canciones, inofensivas para el alma. El problema es cuándo alguna se sale del esquema y decide ser algo más.

Por más que en nuestro interior sepamos cuándo esto ocurre, describir el por qué determinadas melodías rebasan la frontera entré la simpleza y el arte es imposible. Todos tenemos nuestra selecta lista de canciones que se salen del esquema. Las atesoramos como algo invaluable pues en parte, gracias a ellas podemos encapsular momentos en la eternidad y regresar, gracias a unos cuantos acordes, el tiempo hacía emociones que van desde la felicidad hasta el sufrimiento. Volver a respirar olores, cambiar el clima o estremecerse de la nada; no hay imposibles para una canción con la que el destino nos ha unido.

Incluida en el álbum Escapology, ‘Sexed up’ de Robbie Williams es una de las canciones que ocupan un lugar privilegiado en el soundtrack de mi vida. La primera vez que la escuché me estremecí por la intensidad de la interpretación y la fuerza que en primera instancia transmite. Pasé los siguientes días escuchándola quién sabe cuántas veces seguidas. Incansable devoré su esencia. Recorrí con el esmero de un explorador cada renglón de su letra y me encontré con una historia triste, cruel por momentos, pero con la que todos alguna vez nos identificaremos.

Amar y odiar a la vez. Saber que una relación ya no da para más y aún así seguir unidos a pesar del hartazgo. ¿Qué se hace cuándo la ilusión ya no alcanza ni para una caricia?, ¿cómo afrontar, y más aun, aceptar, que el corazón también se puede suicidar? Robbie Williams tuvo el descaro de escribir una canción que plasma la agonía del amor.

I can’t awaken the dead day after day
Why don’t we talk about it?
Why do you always doubt that there can be a better way?
It doesn’t make me wanna stay

You say we’re fatally flawed
Well I’m easily bored, is that ok?
Write me off your list, make this the last kiss
I’ll walk away

Frases crudas adaptables a cualquier circunstancia y que lejos de ponernos bien nos hunden en la desilusión. ‘Sexed up’ lo mismo encaja con un rompimiento que con el desamor. Incluso, no encuentro una canción que vaya mejor con esta noche. Me duele, me pone mal, y aun así Dios sabrá ya cuántas veces, como hace un par de años, llevo oyéndola una y otra vez. Hay algo de masoquismo en poner Play tantas veces. Aun así, nadie me entiende en estos momentos tanto como está canción. Las canciones también son para encontrarnos y sentirnos acompañados en el viaje. El arte es comprensión… por eso nos refugiamos en ella.

Bastan los primeros acordes de la guitarra para que el aire se enrarezca y me repita la historia de un amor que aún no termina, pero al que le cuesta tanto mantenerse en pie.

“Estoy solo aquí, no lo grites.
Con el tiempo olvidaremos.
Finjamos que nunca nos hemos conocido.
Vete lejos,
desaparece”





lunes, 10 de noviembre de 2008

Amaneceres del Husar


Inteligente y simplemente divertida, así es “Amaneceres del Husar”, la primera novela del no menos genial Eduardo Casar, ensayista, profesor, guionista y conductor del programa La Dichosa Palabra (por cierto, uno de mis favoritos).

Éste libro tiene varias complicaciones, empezando por encontrarlo. Pasé semanas enteras recorriendo varias librerías de la Ciudad hasta que por mera casualidad lo encontré en la Librería del Sótano de Coyoacán. Inmediatamente lo compré, pues Eduardo Casar siempre me ha parecido un tipazo lleno de buen humor y leer una obra de su autoría me causaba mucha curiosidad. La verdad no me decepcionó ni tantito, la novela es verdaderamente entretenida y llena de ingenio.

En apariencia el argumento es sencillo: la historia trata sobre las peripecias de un Husar (así, sin acento) que da clases de judo en el Colegio Militar y un día se descubre embarazado (intelectual y literalmente). Entonces acompañamos al Husar en sus diversos encuentros con el ritmo de la vida cotidiana y el lenguaje, éste último, elemento central de la historia que hace de cada párrafo, de cada línea, una autentica fiesta narrativa. Paradójicamente, en esa creatividad radica otra de las complicaciones de la novela, ya que a ratos su lectura no es fácil y demanda más atención de la cuenta tanto en los juegos de palabras como con los capítulos poéticos denominados ‘Husar adentro’.
Aun así vale la pena leer ‘Amaneces del Husar’, sobre todo si lo que se busca es pasar un buen rato y finalizar cada capítulo con una sonrisa en la boca. Personajes como la Susodicha, el General, el Coronel Aguilar y el Adelantado, entre otros, le dan el toque perfecto a la novela. Un libro diferente, original como su autor, que apuesta por un personaje extravagante que va y viene por la Ciudad de México, descubriendo otras realidades y otorgándole al lector diversos enfoques de un mismo escenario.

El siguiente es un fragmento del capítulo ‘Encuentro con el Trolebús’:

"El trolebús se hizo a la parada. El Husar, al abordaje, afanoso como un elefante equivocado. Pagó. Otra vez. Una vez más. De nuevo. Ahora sintió que algo se traía entre manos: era el boleto. (...) Una viejita le clavó muy hondo su mirada azul. El Husar tuvo que aprovechar la quietud de un alto para extirpársela del ojo donde se le había clavado, muy lente de contacto.

La viejita se levantó para cederle el asiento, diciendo algo completamente intraducible (hay que tomar en cuenta la edad de la señora y la ley de Quilis según la cual es el mínimo esfuerzo el que empuja la lengua).

--Gracias señora --se defendió el aumentado aceptando agregando: --Ya no hay caballeros.

--Ya no --contestó la viejita con un dejo de firme tristeza en la voz y en el gesto otro dejo más o menos igual.

--¿Le llevo sus cosas? --correspondió el Husar.

--Sí --le dijo la viejita, entregándole dos divorcios, un hijo muerto, un chevrolet azul modelo 47, una noche en la azotea de un hotel en Puerto Vallarta, una nieta violinista, la Historia general de México en dos tomos, un hombre aburrido, una foto en el periódico donde está con Adela, un florero de Tonalá que le había regalado José Antonio, la excurción de Bojórquez al Cañón del Sumidero, una mañana anaranjada del 32, lo del eclipse, un cuento de Bertold Brecht, un tocadiscos Philco con la aguja original, un beso, una nevada, unas flores, la borrachera en la que quiso vomitar en el closet, una libreta de Florencia, una declaración en una servilleta, la noticia del suicidio de Roque, la serenata, los langostinos al chipocle, el sermón de la montaña, el accidente, aquel café fuerte y fragante, dos partos naturales, dos botellas grabadas, un intento de diario, un tono exacto y el mar, con sus punzantes cordilleras azules."

Siempre se me complica reseñar un libro. El sentimiento de que no le hago la menor justicia a una obra literaria siempre queda flotando en el aire. Ahora, con ‘Amaneceres del Husar’ esa sensación es aún mayor; por eso, si ya los enredé de más no me hagan caso y lean lo que el mismo Eduardo opina de su novela.

En conclusión, un libro disfrutable.

viernes, 7 de noviembre de 2008

La noche en la que a los imposibles les dió por volverse realidad

Cuando de alguna manera se trabaja o vive atado a los medios de comunicación y los hechos noticiosos son las que dictan el ritmo de la propia rutina, se sabe que estos momentos más tarde que temprano llegarán y que en cierta forma se vive para ellos. El curso de la historia cambia y uno, testigo a fin de cuentas, poco puede hacer por no caer en la vorágine de sentir sacudido su presente.

Estos días han sido así. Toda la semana de la nada se volvió gris. La vida nacional ha girado en torno a esas imágenes que una y otra vez se reproducen en los noticieros sin que por eso se hagan más digeribles. Imágenes que he visto hasta el cansancio y que contribuyen poco a despojarme la idea de que todo es ficción.

Ahora las fotografías, videos y audios son elementos que respaldan la realidad y que borran todo escepticismo probable. Ahí está repitiéndose: uno de los trayectos de la avenida más hermosa y representativa de la Ciudad de México envuelta en llamas debido a la estrepitosa caía de un pequeño avión. No, no es una escena de película hollywoodense, ni el capítulo de una novela que se me antojaría exagerado e improbable. A veces a la vida le gusta exagerar y con ello dejarnos pasmados y sin capacidad de reacción. En parte escribo estas palabras para medio comprender lo que tanto le está costando entender al país entero.

Incomprensible es que un avión proveniente de San Luis Potosí caiga de la nada en el corazón de la capital mexicana. Improbable que esta nave caiga en una de las avenidas más transitadas en horas pico, con cientos de peatones y automóviles como blancos potenciales al impacto. Por si fuera poco, la inverosimilidad de la situación raya en lo ridículo cuando la noticia se hace pública: en el vehículo aéreo viajaba Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación del Gobierno Federal y otros funcionarios de alta envergadura. Los tripulantes de aquel avión gubernamental y varios civiles murieron. Más de cuarenta heridos en la tragedia. Decenas de historias de los testigos. Aquella noche, a un grupo de imposibles les dio por unirse y volverse realidad.

La noche del martes 4 de noviembre la televisión suspendió su programación para transmitir lo que en un principio se creyó, era un incendio. La información comenzó a fluir y a un ritmo acelerado fuimos entendiendo la gravedad de la situación y las implicaciones que está tendría. La cobertura de las elecciones en EE.UU. pasaron a un segundo punto. La noche estaba despejada y la belleza de las luces de la ciudad contrastaban con el caos que reinaba en las calles de Polanco. Después el Presidente de la República, visiblemente afectado, daría un sentido mensaje a la nación en el que lamentaba la muerte de su funcionario y amigo. Su confusión y desolación no nos fue ajena, al contrario, el sentimiento en el país es el mismo desde hace casi 72 horas: no nos reponemos del mal sueño que se tiño con tintes surrealistas y que al despertar seguía ahí, tenemos cientos de preguntas y carecemos de la seguridad de encontrarlas.

Los expertos dicen que todo apunta a que lo sucedido se debió a un accidente, pues así apuntan las imágenes del radar y las grabaciones del centro de mando del aeropuerto con la aeronave. La caja negra será analizada por varios expertos nacionales y extranjeros a fin de dar con la verdad. De nada sirven ahora las palabras cuando en el ambiente popular se siente que detrás de estos acontecimientos se esconde algo más. No me atrevo a hacer conjeturas irresponsables pero son demasiadas coincidencias en tiempos en los que el gobierno federal se encuentra librando una guerra sin tregua contra el narcotráfico. El mismo discurso del Presidente deja varios mensajes entre líneas que intentan dar la impresión de seguir en pie de lucha.

Cuesta descubrir que la ciudad en la que vivo es el escenario de un accidente así. Siempre pensé que en esta ciudad cualquier cosa podría pasar, pero jamás imaginé que escribiría algo así. Aquellas calles por las que tantas veces he pasado ahora están cercadas, llenas de autos quemados y trozos de avión en varios metros a la redonda. Ayer se realizaron los funerales de estado que reunieron a toda la clase política del país, logrando la unión de fuerzas y diversas ideologías que pocos creerían posible.

Soy uno de tantos que sintió un hueco en el corazón en el momento en el que el Presidente Felipe Calderón, entregaba a los familiares de las victimas la bandera que cubría cada uno de los féretros. Cuando el pequeño hijo de Juan Camilo Mouriño abrazaba el retrato de su padre fui golpeado por un profundo pesar del que aun no me repongo. Y es que ya no se trata de hablar bien o mal de un político de carrera prometedora sino de pérdidas humanas, de familias a las que la muerte sorprendió de una manera caprichosa y eso debe doler en el alma.

Quería publicar más fotos, pero estos ya abundan en la red y no le vería mucho caso. Además el ánimo no me alcanza para otra cosa que no sea guardar un mínimo respeto hacía el sentimiento de luto que se apoderó del corazón de cada mexicano.

martes, 4 de noviembre de 2008

Feliz aniversario señorita nostalgia


Nublado a ratos, pero en su mayoría soleado, así es este mediodía de martes. Es 4 de Noviembre, y apostaría que soy una de las pocas almas que recorren los pasillos de esta universidad en la que hace un par de años estudié. Así, sentado en una jardinera del llamado ‘edificio H’, solo, escribiendo en un viejo cuaderno estas palabras que hoy me parecen sin sentido. ¿Qué hago en este recinto de estudios que me vio terminar una carrera universitaria hace casi cuatro años un día entre semana a una hora que muchos se tomaron libre?, ¿encontrar respuestas?, ¿comprender una historia que desde hace años quedó inconclusa? La verdad, estoy aquí para celebrar nuestro aniversario.

Sopla un airecillo fresco. Intento escribir pero no me sale nada. Si vieras mi cuaderno: palabras rayadas, tachadas... cosas que no sirven. Si he de ser sincero contigo, te diré que fallidamente pretendo redactarte una par de palabras coherentes, porque debes saber que hoy sólo quiero pensar en ti ¿algún día leerás estas palabras que sólo son tuyas?, ¿te incomodo si menciono tu nombre, que por años para mí fue oración? Dicen que los caballeros no tenemos memoria, pero sabes, yo sí que la tengo. Por eso estoy aquí. Por necio. Porque no te quise. Te amé. Si el resto del mundo no quiere recordar ni mirar atrás yo lo haré: hoy, hace cinco años me hiciste la persona más feliz del universo.

Tenía meses tras de ti. Algunas veces salimos. A veces cerca, a veces lejos, pero tú siempre diferente. Imagínate mi sorpresa el 4 de noviembre de ese caótico 2003, cuando me preguntaste si quería andar contigo. ¿Te acuerdas? (por favor, dime que sí) era martes. ‘El punto es’ que no sé qué cara habré hecho, pero tiré al suelo mi mochila y mi bata blanca de laboratorio para mi clase de fotografía. ¿Te abracé o primero te dije que ‘sí’? No me acuerdo. Prefiero guardar en mi mente la alegría que en ese momento recorría cada parte de mi cuerpo. No olías a ningún perfume. Olías a ti, al amor más delicado que se consume en un segundo y es capaz de perder en la tormenta de tu ternura al más incauto de los mortales. Te di ¿o me diste? un tímido beso en los labios. Si cierro los ojos aun siento la finura de tus labios, la suavidad y calidez de tu boca que me regaló un segundo en el cielo. Hoy en cambio, si pienso en ti sigo sintiendo ese cosquilleo en mi boca, pero con un pequeño toque insoportable de dolor. Aun a la distancia, puedes hacerme bien, puedes hacerme mal, y ni siquiera te importa.

Esa misma noche cuando se enteraron, mis amigos dijeron que mis ojos tenían un brillo especial. Hoy más que nunca confirmo que esa chispa que me iluminaba era el reflejo del azul de tu mirada. Y fui feliz, muy feliz, como pocas veces, como casi nunca. Al otro día estuvimos tomados de la mano, esperé a que salieras y te llevé a tu casa. El viernes de esa semana te compré un ramo de flores rojas. Una semana después cortamos y me rompiste el corazón. Meses después anduvimos, y rompimos de nuevo. Nuestra historia no se reduce a un día, pero hoy sólo quiero hablar del martes de ese noviembre, de esa noche en aquel tercer piso que observo desde donde estoy sentado. Solo en esta escuela me siento extraviado en el recuerdo. Haciendo preguntas al aire, a Dios y sobre todo a ti. ¿Dónde estarás ahora?

No te preocupes. Ya no siento nada por ti, o eso quiero creer... aunque sólo por hoy estas ganas de escribir tu nombre me está matando. Como hace cinco años, hoy por primera vez sentí frío invernal.

Siento mis ojos rojos, una lágrima está a punto de escaparse para siempre de mí. Así fuiste tú, como una lagrima que amenaza, suavemente acaricia mi mejilla y lentamente se pierde para siempre. ¿Por qué me afectó tanto este día, cuando hace uno o dos años ni me acorde de lo que había pasado?, ¿Serás tú o será que pasan los años y sigo solo, añorando? No quiero ni pensar que ha pasado en tu vida o si compartes con sentimientos con alguien, mientras yo sigo igual, estancado y en pausa esperando quién sabe qué cosa. De cualquier manera, por más que quiera no podré ocultar lo mucho que me lastimaste... aunque te empeñes en hacerme ver a mi como el malo de la historia.

Ha pasado una hora en la que más que escribir recordé cosas. Retrocedí el tiempo y ahí estás tú conmigo, yo contigo. Fundidos en un abrazo eterno. Le doy la vuelta al edificio 'H’ y al recuerdo. Que se quede ahí, como guarida para refugiarme cada 4 de noviembre. Cierro el cuadernito y le pongo punto final a esta narración con unas palabras para ti: Sí, a veces pienso en ti. Sí, aun guardo las cartas y cosas que alguna vez te di y me regresaste. No me atrevo a verlas, las estoy guardando para cuando quiera hacerme mucho daño.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Nuevo contagio


Quizá lo de menos sea no recordar cuál obsesión es la que precede a otra. A final de cuentas, poco importa saber dónde inició el recorrido, si ya hemos avanzado lo suficiente en un nuevo camino que dista mucho del original. Siendo así, a estas alturas no conviene tanto el preguntarme cómo me he contagiado sino cómo evitar que la enfermedad se siga propagando. No, no es gripa, menos un malestar estomacal o alguna bacteria mutante, tampoco una enfermedad venérea o una depresión crónica; más bien es el internet y sus redes sociales, malévolos artilugios seductores de este siglo.

Todo empezó con tener cuenta de mail, después Messenger y rematé con un blog. Hasta ese punto mi vida en la pretenciosamente llamada ‘carretera de la información’ aún era controlable. De pronto apareció el maldito Hi5, el adictivo YouTube y el glamuroso MySpace, a los cuales fue inútil resistirse. Así pasé varios meses, creyendo que ya había llegado a mi tope de cuentas y perfiles en el mundo virtual. Entonces llegó Facebook… y de nuevo caí.

Sé que no es ningún consuelo decir que en esta ocasión puse más resistencia. Varias ocasiones logré rechazar con estoica decisión las propuestas de varios amigos y familiares de abrir mi Facebook, que según ellos, era la octava maravilla del mundo. Sin cuenta Facebook estaría fuera de onda, pasado de moda y lejos de toda diversión. Poco importaba si ya poseía mi cuenta de ‘Jais Fai’ y ‘Mai espeis’ ya que el Fais buk ‘es otra cosa’.

Y caí, aunque no muy convencido.

Desde hace unas tres semanas integró la familia de millones de usuarios de Facebook en el mundo. La verdad no es la gran cosa y a decir verdad, por los comentarios de otros usuarios esperaba un poquito más. También cabe la posibilidad de que aun no descubro la gran cantidad de aplicaciones con las que cuenta esta red; cosa bien probable si tomamos en cuenta que tras veintiún días de uso continuo, el Facebook sigue siendo algo incomprensible. Y ahí está la contradicción, me quejo de no entender nada pero no puedo dejar pasar un día sin entrar a subir fotos, revisar comentarios, dejar mensajes o fisgonear en la vida de otros usuarios. No comprendo nada y poco importa, total, el chisme-morbo-voyerismo es el mejor autodidacta del mundo y tarde o temprano a mi mente atormentada llegará la iluminación. Y entonces, algún nerd inventará algo más atractivo y volvemos a empezar.

Juegos, clubs de seguidores, enviar y recibir distintas distinciones, invitaciones a eventos, creación de foros, chat… y más. Todo eso engloba Facebook. Incluso he perdido ya la cuenta de las veces que he querido agregar alguna aplicación a mi perfil y termino cerrando mi sesión al no entender si pude o no instalarla correctamente. Un universo en crecimiento ininterrumpido, tan inacabable e inexplorable que apuesto a que ni los mismos creadores de esta red social ya son capaces de dimensionar.

Agreguemos ahora el crecimiento de las otras redes sociales… el dilema ya no será estar o no en ellas sino entenderlas, saber encontrar la mejor manera de sacarle el mayor provecho y quién quita, esclavizarnos más. Así me pasó ahora, cuando en lugar de ponerme a escribir éste texto primero tuve que darme una vueltecita por mis páginas personales para enterarme 'en que andan los demás'.

Hace un mes una compañera de la primaria me contactó por uno de estos medios. Hoy en día, si se participa activamente en la red, esconderse es prácticamente imposible. Todos queremos tener agregados a cientos de amigos (aunque no conozcamos ni a la mitad de ellos), recuperar a las personas con las que de cualquier modo compartimos un ayer o encontrar gente más o menos afín en la que siempre cabrá la esperanzadora posibilidad de una amistad, una oportunidad de crecimiento o hasta el mismísimo amor. Lo importante es estar.

Les presumiría mi cuenta de Facebook, pero aun soy tan nuevo (o tan ignorante), que no sé cuál sea la dirección correcta. De todas formas, si les llegara a interesar pueden poner mi nombre en el buscador del sitio. Eso sí, no me hago responsable si caen en el contagio de moda: la adicción al Facebook.