jueves, 19 de agosto de 2010

Mi encuentro con Don Bosco (reencuentro en el IDB)


Continuación del post 'Mi inesperado, imposible e inminente encuentro con Don Bosco'.

Esperaba la noche del 16 de agosto con la emoción e incertidumbre de quién sabe, vivirá un momento único y capaz de cambiarle la vida. Fueron semanas de imaginar cómo serían esos breves segundos en los que tendría la dicha de estar frente a las reliquias insignes de Don Bosco. Esa noche, además, volvería a los pasillos del IDB (Instituto Don Bosco) tras 10 años de haber terminado mi preparatoria. Sin una idea muy clara de lo que encontraría, pero con la emoción que generan los reencuentros, llegó el día esperado…

Lunes por la tarde. Se supone que las reliquias de Don Bosco llegarían al IDB a las 7 de la tarde. Yo apenas iba llegando a casa después de una ardua jornada laboral. Cansado, con dolor de cabeza y mucho sueño. Comí un poco y con cierta resignación vi el reloj ‘no llegaré a tiempo, a esta hora y con el tráfico que hay en la ciudad ya no tiene caso intentarlo’. Días atrás había visto la Reliquia Insigne de Don Bosco en la Basílica de Guadalupe, así que pensé que no me perdería de mucho si esa noche decidía quedarme descansar. Entonces recibí una de esas noticias que cimbran y son capaces de alterarte el ritmo de la vida y ponerte a pensar. Se dice que recurrimos a Dios sólo cuando algo nos preocupa o no le encontramos solución a las cosas, lo cierto, es que en ese momento de confusión el que Don Bosco estuviera a tan sólo unos kilómetros de mi fue una bendición.

No lo pensé dos veces. Una chamarra Adidas, cartera y celular. Cuando encendí el auto eran las 8 de la noche. Tomé la ruta que pensé estaría menos congestionada y manejé lo más rápido que pude. Media hora después pasaba afuera del IDB y me llevé la primera sorpresa de la noche: una enorme fila de personas aguardaba su turno para entrar. Las calles aledañas estaban llenas de autos y tráfico. Tras veinte desesperantes minutos de dar y dar vueltas encontré un lugar. En el momento en el que bajaba el cielo se iluminó de amarillo y verde. Vi entonces unos espectaculares y estruendosos fuegos artificiales que sólo aumentaron mis ganas de ya estar dentro.

Llegué a la fila. La gente no dejaba de llegar. Personas de todas las edades. Todos hablando con emoción de Don Bosco y de lo que para ellos significaba esa noche. Muchos abrazos a mi alrededor, exalumnos de diversas generaciones que se encontraban. Cuando finalmente entré al IDB fui asaltado por un sinfín de recuerdos. Momentos buenos, malos, historias de amistad, desamor y soledad. Cuando se vuelve a un lugar en el que hemos vivido tantas cosas la sensación de volver a casa es inevitable. Me sorprendió lo cambiado de las instalaciones y aun así podía encontrar recuerdos en cada rincón. Algo pasaba esa noche que hacía que el patio, pasillos y el mismo cielo brillaran de una forma especial. Respiraba alegría, entusiasmo, hermandad… amor de verdad.

Una pantalla proyectaba una película de la vida de Don Bosco en uno de los muros de la escuela. En otro rincón unos músicos tocaban armoniosamente. La fila atravesaba el enorme patio, seguía hasta la zona del campo de futbol y de ahí hasta el patio trasero, en dónde finalmente se encontraba la Reliquia de Don Bosco. Y es aquí cuando ya no sé de qué manera continuar éste relato: ¿cómo describir un milagro? ¿Cómo hablar de algo que escapa a mi entendimiento? Caminar esos últimos metros y sentir que una inmensa paz me envolvía fue sólo el principio. Instantes de una alegría sin igual, de saber que la solución a cualquier preocupación está en siempre mantener la fe y sobre todo, en creer. Frente a Don Bosco no supe que decir y a la vez tengo la certeza de que mis ojos le contaron lo que ha sido de mi vida. No hizo falta explicarle a Don Bosco lo que añoro, lo que quiero ser y lo que necesito. Él estaba ahí para confirmarme que nunca se ha ido ni se irá de mi lado. Fueron segundos frente a él. Suficientes para llenarme de una energía que me devolvió algo que hace años perdí y que esa noche volvió a conectar con mi corazón. Un coro y sus bellos cantos enaltecían el momento. Rostros felices. Gente llorando de alegría. Todos los presentes sabíamos que aquello era más que especial. Fuimos testigos de la presencia divina y carismática de un santo.


El camino hacia la salida lo hice en automático. Mi cuerpo se marchaba, pero mi mente estaba aun ahí, en esa urna que contenía el corazón de Don Bosco. Caminando hacia la salida noté que no me había visto a ninguno de mis compañeros de generación. En ese instante giré el rostro y a unos metros de mi vi pasar a otra persona. Tenía unos ocho años de no verla y al parecer ni cuenta se dio de mi presencia y siguió de largo.

Lleno de nostalgia, con el corazón anclado en aquella escuela, comencé el camino de regreso.




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