martes, 9 de noviembre de 2010

Los minados caminos de San Juan

¡Bomba! Esta es una aventura cotidiana de plomeros, mercados pintorescos y la dudosa idiosincrasia del mexicano. Algún día me esto me pasó:

Vengo llegando del mercadito de San Juan, temiendo, no haber salido muy bien librado del lugar. Todo comenzó ayer al medio día, cuando la bomba hidráulica de la casa (el aparatejo encargado de subir el agua al tinaco) dejó de funcionar, dejando llaves, regadera y baño sin mayor suministro del vital liquido que el almacenado un día anterior. Ante una contingencia de este tipo, no pude hacer menos que entrar en paranoia total y ahora sí, economizar el agua como si fueran billetes de mil pesos.

Por eso hoy me bañe en tan sólo cinco minutos (rasurada incluida, ya se imaginarán la irritación de la que soy presa a estas horas de la tarde). Más o menos a las doce del día llegó el primer plomero para decir que casi nada de la instalación servía, y de paso, cobrarnos una fortuna. Hagan de cuenta que iban a reconstruir toda la casa. Obviamente, hicimos lo que se aconseja en estos casos: mandarlo al demonio y llamar a un segundo plomero, con la esperanza de que su presupuesto fuera al menos pagable por una quincena común y corriente de salario. Y así fue, después de llevarse la bomba nos hablaron una hora después para decirnos que no tenía solución, pues casi todas las piezas de su interior estaban pegadas. ¿Qué significa esto en el argot de las bombas hidráulicas? francamente lo desconozco, o quizá tengo una idea pero prefiero quedar como ignorante que hacer el ridículo.

Como se estipula en estos menesteres, el plomero quiso hacer su agosto y ofrecernos una bomba en $600.00. Después de echarle un vistazo concluí que el artefacto que nos vendían como si fuera la octava maravilla, distaba mucho de ser nuevo. En un ataque de sensatez (o tacañería) pensamos en conseguir la bomba (recalco que es hidráulica, en tiempos de terrorismo es mejor evitar malentendidos), en el mercado de San Juan, sitio pintoresco en las inmediaciones de la Agrícola Oriental y Ciudad Nezahualcoyotl. Quienes conozcan, saben que no son rumbos muy agraciados que digamos. Con todo, y todos, nos dirigimos inmediatamente al mercadito con una alegría inexplicable, cual si fuéramos a un centro turístico.

Como casi todas las inmediaciones de las capitales latinoamericanas, la zona es el vivo ejemplo de las carencias. Calles sucias, con basura y casas a medio construir son una constante en medio de niños, torres de luz y graffitis por todos lados. Justamente el mercado de San Juan está en una de estas zonas, a unas calles de Ignacio Zaragoza. No sé cómo no me perdí en medio de tantas calles iguales. Una vez que llegamos, busqué lugar en medio del tráfico provocado por viejos camiones de carga en un reducido camellón. Con gran desconfianza me despedí de mi auto pidiéndole a Dios encontrarlo a mi regreso.

En el interior de mercado la cosa es diferente. Empezando por su piso sin pavimento que junto con los angostos y oscuros corredores le dan a uno la idea de internarse en catacumbas egipcias. Un montón de tiliches decoran las paredes del lugar: tazas de baño, lavabos de porcelana, flotadores y demás objetos polvosos, propios de la plomería, son una constante en nuestro recorrido. Y sin embargo, no sería justo decir que éste lugar es feo, al contrario, yo me sentía como en Disneylandia con tantos escenarios dignos de adoración. Locales llenos de piezas viejas y amontonadas, un altar a la virgen, vendedores tan extraños como fascinantes en su atuendo. Jamás he estado en un mercado de medio oriente, pero supongo, esto es lo más cercano a la experiencia. Después de media hora, salimos del mercado con una bomba nueva (hidráulica, recalco de nuevo) cuyo precio nos dejó convencidos a todos. Antes de abandonar estos rumbos de San Juan, justo enfrente del mercado descubro una especie de casa de la cultura a la que no pude dejar de entrar. Es un lugar grande y de ser bien cuidado, bonito; aunque también muy abandonado por la gente.

Salí de San Juan pidiéndole una disculpa al rumbo y a sus habitantes, mi auto estaba intacto y durante mi estancia en aquellos lugares fui tratado bien. Llegando a casa le hablamos al plomero, que llegó minutos después con dos de sus ayudantes, y aquí es donde viene lo anecdótico del asunto: la bomba era reconstruida. Por eso no la dieron un poco más barata, por eso goteaba una vez instalada, y también, sus salidas no embonaba muy bien con el resto de la tubería. Culpando, como buen trabajador mexicano, a sus compañeros de oficio de lo mal instalada que estaba la bomba anterior. ¿Por qué siempre el trabajo de uno es el único bien hecho, y el de los demás una porquería? Lo ignoro, pero también pasa con los albañiles, cerrajeros, carpinteros, mecánicos y demás oficios semejantes.

Al final parece que ya todo quedó bien instalado, más unos pagos extra por los ajustes, claro está. Podría sacar muchas conclusiones de todo esto, o simplemente sentirme relajado de poder contar nuevamente con agua en los servicios de mi vivienda. También podría hacer una reflexión sobre la importancia de cuidar el agua y su importancia en nuestras vidas. No hace falta, de seguro algún día se les descompondrá la bomba, se les tapará la tubería o se les averiará el tinaco. Toco madera por ustedes.

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