sábado, 31 de julio de 2010

No tengo tiempo


Desde hace un par de años, la UNAM ha venido organizando el “Virtuality Literario Caza de Letras”, en el cual siempre he querido participar pero por ‘x’ o por ‘y’ nunca he podido. Los concursos son a base de un blog-taller, en el que los finalistas van cumpliendo retos, para que los lectores y el jurado voten para decidir quien sigue y quien abandona el certamen. La edición del 2008 fue sobre novela literaria, el ganador fue Arturo Vallejo Novoa por 'No tengo tiempo’, libro que por cierto, acabo de leer.

Siendo yo apasionado de la literatura y los blogs, sentía curiosidad por ver el resultado de una novela engendrada en un proceso así. Además la historia me parecía interesante: El personaje principal es ‘La Chaparra’, una joven que trabaja en un restaurante de comida rápida especializado en hamburguesas, lugar en el cual siempre intenta pasar desapercibida y que es lo más parecido a una jungla contemporánea. Su vida fuera de ahí no es más divertida. Acompañada por El Grunch (bajista de la banda de covers ‘Almas Muertas’) y el Guasón (cleptómano de libros) recorren la Unidad Latinoamericana y sus alrededores buscando en qué matar el tiempo. Así de cotidiana es esta novela en la que aparecen personajes tan comunes, y sin embargo, cotidianos de esa sociedad ‘sin oficio ni beneficio’ que quién sabe cómo, pero coexiste. ‘La Chaparra’ elabora sin siquiera saberlo, interesantes paradojas sociales mientras entreteje una curiosa relación con quienes la rodean. Curiosamente, perdedores también. La Maldad, el Güero de Rancho, el Pacman, La Bitle, La Ñoña de lentes y el Tipo Asqueroso, son sólo ejemplos de ello.

Si algo domina esta novela es el sentimiento de soledad. Los protagonistas se relacionan pero jamás están completamente justos. Este aislamiento y vacio es el principal discurso de ‘No tengo tiempo’. Un retrato preciso de lo triste que puede ser el solamente ‘estar por estar’ en algún sitio determinado, perder la esperanza en el porvenir y sólo esperar lo que sea. Y sin embargo, no confundan mis palabras, la novela es divertida y dinámica. Se deja leer y disfrutar con una sencillez deliciosa. En apariencia no dice nada, pero habla de mucho. Desintegración familiar, ideologías activistas, desengaños amorosos, la asfixiante cultura del discurso motivacional, trabajos fantasmas, sectas religiosas, y mucho más de eso que todos los días nos rodea y a lo que raramente prestamos atención.

Arturo Vallejo no narra una historia con principio y final, pero a cambio nos entrega un generoso conjunto de pasajes de la vida de ‘La Chaparra’, a la que uno siente que conoce al concluir la lectura. Una buena novela para aquellos que hemos sentido que el problema no es no tener tiempo, sino el hacer algo provechoso con él.

miércoles, 28 de julio de 2010

Mi Inesperado, imposible e inminente encuentro con Don Bosco


La primera vez que escuché su nombre imaginé una rana tipo ‘El Viento en los Sauces’, y no a un santo italiano. Era 1993, me faltaba un año para terminar la primaria y debido a mis buenas calificaciones (en realidad, guardaba el cuaderno debajo de la banca en los exámenes) a mis papás les dio por buscarme una secundaria particular. Hasta ese momento, mis nueve años de educación habían transcurrido en instituciones de gobierno, por lo que el cambio no me convencía del todo. Entre la baraja de posibles escuelas, una llamó mi atención: el Instituto Don Bosco.

El día que me llevaron a conocer el lugar quedé encantado con el tamaño y lo bonito de las instalaciones. Por todos lados estaba la imagen de un hombre joven, sonriente y poseedor de un carisma indescriptible. Aquel rostro me seguiría desde entonces. Así fue mi primer encuentro con Don Bosco. Lleno de desventajas con relación al resto de los aspirantes (en mi vida había llevado inglés) hice los exámenes. Nunca supe cómo fui capaz de quedar en la codiciada lista de aceptados. El resto, es historia. Cursé mi secundaria y preparatoria en el IDB, escuela perteneciente a la congregación salesiana, de 1994 hasta el año 2000.

A fuerza de ser honesto, sigo sin saber cómo calificar mi vida en el Don Bosco. Podría decir que aunque viví cosas muy buenas dentro de sus paredes, nunca pude integrarme de todo a su peculiar ambiente, que por momentos se tornaba pesado y raro para todo aquel que no fuera parte del grupo popular del colegio. Así como conocí gente excepcional, también me encontré con gente creída y petulante. A la distancia me pregunto si esta percepción tenía que ver con mi edad adolescente, o si realmente la historia fue tal y como la recuerdo. Algún día narraré en éste blog un poco más de lo que fueron aquellos años en los que por primera vez me enamoré realmente, esos en los que supe lo que era el rechazo de los demás y la amistad verdadera, épocas en las que pasé de ser un buen estudiante a ser el último lugar del salón, días de irme de pinta y volverme un malandro; no obstante, lo que realmente me marcó, fue el propio San Juan Bosco.

De Juan Melchor Bosco hay millones de hojas escrito. No me considero conocedor de su obra, ni lo pretendo ser. Sólo guardo datos inexactos pero claros. Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815, en un pueblo cercano a Turín, en Italia. A los 9 años tuvo un curioso sueño con María Auxiliadora. Él mismo lo narra:

"(...) Cuando tenía nueve años, tuve un sueño... ¡Este sueño me acompañó a lo largo de toda mi vida! Me pareció estar en un lugar cerca de mi casa, era como un gran patio de juego de la escuela. Había muchos muchachos, algunos de ellos decían malas palabras, Yo me lancé hacia ellos golpeándoles con mis puños. Fue entonces cuando apareció un Personaje que me dijo: “No con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” Yo tenía sólo nueve años. ¿Quién me estaba pidiendo a hacer algo imposible? Él me respondió: “Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. Mi Nombre pregúntaselo a mi Madre.” De repente apareció una Mujer de majestuosa presencia. Yo estaba confundido. Ella me llevó hacia ella y me cogió de la mano. Me di cuenta que todos los niños habían desaparecido y en su lugar vi todo tipo de animales: perros, gatos, osos, lobos... Ella me dijo: “Hazte humilde, fuerte y robusto… y lo que tu ves que sucede a estos animales , tu lo tendrás que hacer con mis hijos.” Miré alrededor y vi que los animales salvajes se habían convertido en mansos corderos ... Yo no entendí nada… y pregunté a la Señora que me lo explicara... Ella me dijo: "A su tiempo lo comprenderás todo".

Desde entonces Don Bosco dedicó su vida a la educación de los jóvenes y al sacerdocio. Creador del Sistema Preventivo, fundador de la orden Salesiana e impulsor de la idea de que ‘Santidad es alegría’, e innovador por su jovialidad y formas de llevar su vida. Podría dar más y más datos, como aquel de que cuando Don Bosco se encontraba en peligro, un misterioso perro gris surgía de la nada para ayudarlo. Pero lo que realmente quiero transmitirles, lo que en verdad me interesa, es contarles mi relación con Don Bosco. Siempre recurro a él. Cada que me siento solo, que necesito un milagro, o que simplemente, necesito encausar mi vida, sé que cuento con su protección. Varias veces le he pedido imposibles. Le pedí que todo saliera bien cuando mi papá tuvo un transplante de riñón, y saben, me escuchó. Gracias a San Juan Bosco, sé que la religión también tiene su lado divertido, que no todo es seriedad y que es válido tener fe sin andar todo el tiempo con cara de velorio.

El próximo 4 de agosto, la reliquia insigne de Don Bosco, su corazón y brazo derecho dentro de una estatua de resina, llegará a México en el marco de la peregrinación mundial que comenzó en julio del 2009 en Turín, y finalizará en enero del 2014. Dicho evento conmemora los 150 años de la fundación de la Congregación Salesiana, y el bicentenario del nacimiento de Don Bosco, en 2015. En México recorrerá varios estados. En la Ciudad de México, estará en lugares emblemáticos como la Basílica de Guadalupe y la Catedral Metropolitana. Pero será el 16 de agosto, a las 21 horas, cuando las reliquias de Don Bosco visiten el IDB. Volveré a mi antiguo colegio sabiendo que el encuentro con un amigo de toda la vida será inminente. A días de que esto suceda, no quiero ni sospecho lo que pasará con mi mente y corazón. Pero me marcará, lo sé.



Me considero católico, pero poco apegado a mis creencias. Esté no pretende ser un post religioso ni quiere venderles culto alguno. Únicamente quería hablarles de un aspecto poco conocido de mi vida.

Toda la información de la visita de Don Bosco, aquí.

lunes, 26 de julio de 2010

Blog enojado


Hay tienen al Gabriel Revelo quebrándose la cabeza por ofrecerles textos novedosos y de calidad en su blog. Tras meses de pensarlo se anima y comienza a subir su historia 'Con Miedo al Tiempo', por partes… y entonces ¡¡¡ni un pan le echan!!! De plano, salvo honrosas intenciones, a casi nadie le intereso. Ok… el blog está molesto, demasiado. Volverán los post tontos, sin sentido y que hablan de espantos, cosas del amor, popos, el Atlante y cosas así. No me hago responsable por los resultados. Me lavo las manos.

Ñaca Ñaca…

sábado, 24 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo VII.- Domingo, al anochecer


VII. Domingo, al anochecer

Una noche antes de su desaparición, y tres antes de que encontraran su cuerpo (mutilado en un solitario páramo, cercano al ex convento del Desierto de los Leones), Sandra Basú revisó el cajón en el que guardaba objetos de su época universitaria. Examinó cartas, fotografías y artículos que guardaba por tener algún valor sentimental para ella. Sin quererlo tropezó con la foto de Félix Reyes, su exnovio. No comprendía como aquel chico tímido y de apariencia débil, de un día para otro, se le había borrado de la mente. Encontró un poema fechado el 25 de noviembre de 1999 que nunca había leído, y que le pareció el más bello del mundo. Dedicó un par de horas a recordar su romance con él, y a recriminarse el haberlo apartado tan torpemente de su vida.

Cerca de las doce, Sandra se fue a dormir con la idea en la mente de buscar a Félix en los próximos días, y se hizo la promesa de jamás permitirse volver perder a la gente que realmente vale la pena.


-FIN-


Santa Fe
Octubre 2005



“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona

miércoles, 21 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo VI.- Tú y yo, desde el infierno


La lluvia arrecia cuando llegamos al Za-Hur, un lujoso restaurante bar de comida contemporánea. Mientras el Valet Parking se hace cargo del Audi, esperamos a que nos asignen alguna mesa. Me cuentas que viviste dos años en Viena y que a tu regreso te graduaste con honores en la UIC. Hablas de lo increíble que es Europa, de lo rápido que a nivel profesional se te han abierto las puertas y de los negocios que piensas emprender. Ocho cuarenta de la noche, hasta el momento, sigues sin mencionar ni por error nuestro romance de hace siete años.

Nuestra mesa esta lista. Ordeno cosa, tú prefieres una ensalada griega acompañada de pescado. Pido una botella de vino blanco, y entretanto esperamos la llegada de nuestros platillos, entusiasmada me hablas sobre algunos de los casos que en el despacho jurídico están a tu cargo.

Me pides que te comente de mi trabajo, y magistralmente, comienzo a hilvanar mentira tras mentira. Te comento que el nombre de mi revista es ‘Quinto Sol’, que en esta publicación con mucha frecuencia aparecen publicados cuentos de mi autoría, y que en general, gano lo suficiente como para vivir bien. Llegan nuestra comida, y por breves momentos, vuelves a ser la misma de antes. Si pudieras darte cuenta que cada segundo frente a ti es como un sueño. Años de extrañar extraviarme en tu mirada.

- Félix, ¿recuerdas cuando te decía ‘osito’?

Vuelves a sorprenderme. Titubeo antes de contestar. De pronto, y con la mayor desfachatez de la que eres capaz, sacas el tema de ‘nosotros’. Cierto es que eso era lo que buscaba, cierto es que no podía esperar un minuto más, sin hablar de aquellos años en los que éramos novios. Pero también es cierto, que me sorprende que seas tú quien lo mencione.

- Ehhhh.... sí Sandra… no lo he olvidado...

Ella sonríe, al tiempo que su rostro se ruboriza.

- ¡Que buenos tiempos! A veces los echo de menos.
- No tendrías porque... después de todo, fuiste tú la que quiso que todo terminara.

Siento que mi respuesta fue un tanto brusca. Como siempre, sigo siendo muy impulsivo. Para mi buena fortuna, mi comentario ni siquiera inmuta tu buen humor.

- Sabes Fel, creo que nunca te pedí disculpas por la forma en la que ‘tontamente’ di por concluida nuestra relación.

¿Tontamente?, ¿acaso con el paso del tiempo un dejo de arrepentimiento se asoma en tus palabras?. Intrigado, pero satisfecho con el rumbo que toma nuestra conversación, guardo silencio para continuar escuchándote...

- Aquel viaje a Holanda hizo que tuviera contacto con estilos de vida muy diferentes a los que conocía en ese entonces. Quizá fue una tontería, o un mucho de inexperiencia y falta de madurez, pero estando allá pensaba que el mundo me quedaba chico; que mi verdadero universo estaba en la sofisticación y folklore de una ciudad como Ámsterdam. Fue por eso que empecé a ignorar tus cartas y llamadas, no porque no te amara, o no quisiera saber de ti, sino porque también representabas esa parte de mi vida que cada vez se volvía más ajena para mis deseos y planes a futuro. Ahora sé que fue una estupidez dejarte ir. Cuando regresé, ya todo era diferente. Seguías siendo el amor de mi vida, pero mis sentimientos para contigo habían cambiado. Te quería mucho, demasiado. Pero ya no con la intensidad de tiempos pasados. En cambio, esa tarde en el aeropuerto, me di cuenta de que tú seguías igual o más enamorado de mi. Ese siempre fue tu problema Félix, siempre has estado enamorado del amor...

Y sonríes de nuevo, tímidamente. No me cuentas nada que yo no hubiera intuido antes, y sin embargo, tus palabras me hacen sentir bien. Ahora sé que es el momento de sacar todas mis emociones. Decido no contenerme...

- Sandra... pero cuando murieron mis papás ya estabas en México... ¿por qué no acudiste ó respondiste a mis llamados?. Eras la única persona en el mundo que me quedaba, me hiciste mucha falta.

¡Diablos! Un nudo en la garganta me impide seguir hablando. Una lagrima brota de mis ojos. Suave y lentamente resbala por mi mejilla. Apenado te pido perdón por el espectáculo que a causa de mis sentimientos te estoy brindando. Con la palma de tu tersa mano recorres lentamente mi rostro.. Con una voz angelical y delicada, capaz de romper el más gélido de los corazones intentas consolarme.

- Félix, perdóname. Creí que si me alejaba de ti sería mejor, y así me lograrías olvidarme poco a poco. Finalmente lo hiciste... osito, ¡mírate! eres todo un hombre, guapo y exitoso. Sé que me aleje de ti cuando más necesitabas de alguien, pero ten la seguridad de que lo hice para que dejaras de hacerte tanto daño pensando cosas que no son. De cualquier manera, quiero darte las gracias por todo lo que vivimos. Por haber sido mi alma gemela. Por llegar a mi existencia.

Me tomas de las manos, ahora tus ojos también se humedecen.

- Sandy, ¿cuándo fue que te olvidaste de mi?

Y ya no quieres, o no te alcanza el tiempo para responder. De forma casi imperceptible te acercas más a mí, cálidamente besas mis labios. Y este es un momento mágico, en donde no cabe Fernando, ni César, ni un curso de francés, ni Ámsterdam. Es nuestro mundo, y es como un sueño. Tú, yo, y si acaso, un ramo de margaritas y un poema.

- Lo siento Félix, me deje llevar... ¿podemos seguir siendo amigos?....
- Los mejores, ahora que de nuevo te encontré prometo no dejarte ir. Por cierto, sigues repitiendo las palabras ‘pues’ y ‘mira’.


Y estallas en carcajadas.


* * * * *



El resto de la cena transcurre como si el tiempo no hubiera pasado por nosotros. Volvemos a ser los mismos de hace casi ocho años. Son casi las once de la noche cuando pido la cuenta. Mientras vas al tocador aprovecho para besar la figura de oro blanco de la Santísima Muerte que cuelga de mi cuello. Este podría ser el final feliz, pero falta lo mejor ¿verdad madre mía?. Alcanzo a guardar la medalla en el interior del cuello de mi camisa negra justo cuando vienes regresando.

- Hora de ir a casa. Dices alegremente.

El empleado del Valet Parking trae mi auto hasta el pórtico del Za-Hur. Caballerosamente te abro la puerta y espero a que primero subas al vehículo.

- ¿Sigues viviendo en la colonia Escuadrón 201?

Una vez más, vuelvo a fingir demencia.

- Claro Fel.

Enciendo el coche. Como un espíritu nocturno recorremos a toda velocidad las inmediaciones de la tercera sección del Bosque de Chapultepec, mientras la canción ‘November Rain’ retumba imponentemente en las bocinas. Charlamos alegremente, te ves contenta, y yo, cada vez me siento mejor a tu lado. La lluvia, el clima húmedo, una buena canción y tu voz. Dudo que en estos momentos exista en el mundo un lugar con más carga de magia que el interior de este Audi A2, que en estos momentos es un ave de metal, llena de orgullo al verse materializada en un templo del romance. Fantástica sensación que súbitamente se ve interrumpida por el timbre de tu teléfono celular. Nerviosamente guardo silencio, preguntándome quién diablos tuvo el atrevimiento de interrumpir nuestro momento. Contestas jubilosamente.

- Si mamá, ya voy para allá, lo que pasa es que me encontré a un viejo amigo que me invitó a cenar... ¿Me ha estado hablando César?, ¿Él dijo eso..? ¿que mi tío Ángel Javier había venido?... no... ¡está loco mamá, yo no le hablé!, al contrario, estuve esperándolo hasta las siete y media... ¡y no llegó!. Si vuelve a marcar dile que por el momento no quiero saber de él... sí mamá, me hizo enojar mucho, ya sabes que me choca esperar. Bueno... voy para allá, llego como en media hora.

Suspiro aliviado, estuve cerca de que toda mi jugada maestra quedara al descubierto. Afortunadamente jamás mencionaste mi nombre, lo cual, deja intactos mis planes. Por diversión, decido hacerte caer en tus propias contradicciones.

- Sandra... ¿Quién es César?

Ingeniosamente me respondes que es un vecino que hace poco se mudo a tu colonia, y que, debido a la cercanía de su trabajo y del tuyo, a veces pasa por ti. Vas tan hundida en tejer mentiras y escudar pretextos, que no adviertes que en lugar de tomar Viaducto entramos en Avenida Revolución. Ágilmente sigues hablándome de la situación política del país, que según tú, a un año de las elecciones es todo un caos. Al igual que en nuestras citas de hace ocho años, la que más habla en nuestras charlas eres tú. Podrías pasar horas enteras platicándome de tus proyectos, ambiciones y familia; de música, televisión y cultura. Para ti no hay temas difíciles ni desconocidos.

La lluvia continúa, y justo cuando doblamos en la calle de Vasco de Quiroga te das cuenta de que cada vez nos alejamos más de tu casa. Inquieta preguntas hacía dónde vamos. –Es una sorpresa. Respondo. Te juro no nos quitará más de veinte minutos.

Te desesperas al ver la hora y pensar lo poco que esta noche dormirás, mañana tienes que levantarte temprano. Aún así, la curiosidad por ‘la sorpresa’ puede más en ti, y decides continuar en esta aventura que por lo menos hoy, te sacó de la rutina diaria. Avanzamos más, Vasco de Quiroga ahora se transforma en avenida. Un rayo ilumina el firmamento y yo aprovecho la luminosidad de aquel momento para mirar de reojo tu rostro. Denotas preocupación, y un poco de extrañeza. Has dejado de hablar tanto y ahora sólo te limitas a externar comentarios aislados.

Justo cuando llegamos a la zona de Santa Fe me pides que sea cual sea la sorpresa prefieres dejarla para otra ocasión. Me explicas que en media hora será media noche y que tienes que llegar a casa para terminar con un pendiente del trabajo. En esta ocasión decido no responderte nada. Mi repentino silencio te angustia mucho más que cualquier respuesta que te hubiera dado. Tampoco dices ya nada. Al pasar de largo las nuevas instalaciones de la Universidad Ibero comienzas a sentirte verdaderamente angustiada. Te preguntas una y otra vez por qué diablos aceptaste subirte conmigo a mi lujoso automóvil. Comienzas a echar de menos la calidez de tu colonia y sus inmediaciones, más aún cuando la comparas con esta zona de Santa Fe, llena de modernidad y desarrollo, pero fría y solitaria. Isla del primer mundo en medio del mar del subdesarrollo de la capital.

Lentamente diriges tu mano derecha hacia el seguro que abre la puerta. Sutilmente intentas abrirlo. Con desilusión te das cuenta que tanto los seguros, como los vidrios del auto están perfectamente bloqueados. Percibo tu angustia, el miedo comienza a dibujarse en tu rostro; y lo disfruto. Acelero más y justo cuando tomamos la autopista a Toluca, llegamos a los 180 kilómetros por hora. Alterada me pides que dejé de acelerar, que el pavimento está mojado y que si seguimos así de rápido terminaremos por voltearnos. Sigo ignorándote. Tomas tu teléfono celular y un escalofrió recorre tu espalda cuando te percatas de que no tiene señal. Fijas tu mirada en mi rostro y descubres que mi semblante ha cambiado, ahora es más duro, más adulto y por qué no, más endemoniado. Aquí vas, atrapada en un auto que en cualquier momento amenaza con colapsar en alguna curva, incomunicada y acompañada de un hombre al que ahora desconoces.

De repente, notas que la velocidad del vehículo disminuye. Tomo el camino que sube hacía la zona del Desierto de los Leones. Aprovechas el momento para rehacerte emocionalmente, llena de valor, me gritas que detenga el vehículo y te explique lo que esta pasando. Vuelvo a ignorarte, ni siquiera te miro. Desquiciada gritas. Me ordenas que frene y te deje ir. Ya no puedes más, y en un ataque de rabia tomas de tu bolsa una pluma fuente y violentamente intentas clavármela en la cara. Fallas. Sin embargo alcanzas a herirme profundamente el costado derecho de mi rostro. Inmediatamente siento brotar un poco de sangre. Con fuerza te aparto de mí. Del interior del saco de mi traje extraigo la pistola nueve milímetros y te apunto directamente a la cabeza.

- Mira pinche piruja. O te estas quieta o aquí mismo te carga la chingada.

El ver el arma apuntando directamente hacía ti, y escucharme (por primera vez en tu vida) hablar con palabras altisonantes, hace que entres en shock. No entiendes qué pasa, crees estar en una pesadilla demoníaca de la que pides despertar a gritos. Intentas gritar, moverte, actuar; simplemente no puedes. El temor te paraliza. Sólo alcanzas a suspirar debido a los espasmos que el intenso llanto que brota de tus ojos verde vida te provoca.

Con el fin de acortar camino hacía la parte hacía la parte más profunda del bosque, y para evitar la caseta de seguridad, tomo un camino sin pavimentar. Ha dejado de llover, y un frío intenso recorre tus huesos. El camino enlodado y la oscuridad que nos brinda la sombra de los gigantescos pinos le dan un toque tétrico al lugar. Con trabajos continúo manejando. Apago el estereo del auto y el silencio nos envuelve. Continúo internándome en el bosque unos veinte minutos más hasta llegar al final del camino. Detengo el auto. De la guantera saco una lámpara sorda y mi navaja suiza. Con notables esfuerzos susurras quedamente que te saque de ese lugar. Te miro fijamente. Suavizo mi voz y amablemente, como si nada hubiera pasado retiro el bloqueo del seguro de las puerta y te pido que bajes. Torpemente lo haces. Al verte libre de tu prisión dudas si correr o quedarte a implorar misericordia. Para tu desgracia, optas por la primera opción.

- ¡¡¡Ayúdenme!!!. Alcanzas a gritar.

Centésimas de segundos me bastan para cortar cartucho, ubicarte visualmente y tirar del gatillo. En medio del silencio de la noche, la detonación se escucha veinte veces más potente. A lo lejos un perro ladra asustado. Después, silencio de nuevo. Sólo se escucha tu llanto saturado de dolor. Diez, once pasos, y llego hasta donde estas herida. Orgulloso, verifico que mi disparo dio en el blanco deseado, tu tobillo izquierdo esta destrozado. Mi poderosa bala atravesó tu hueso y cartílago; imposibilitada de huir, estas completamente a mi merced.

Con mi lámpara ilumino mi rostro. Disfruto verte así, en el umbral de tu partida de este mundo. Humillada, llena de lodo, sudada y con la muerte acechándote. Torpemente intentas hablar...

- ¿Por qué?... ¿Por qué me haces esto?. Alcanzas a preguntar.

Colérico te respondo, lleno de una furia que llevaba años encerrada en el infierno de mis entrañas:

- ¿Por qué Sandra? ¡Todavía te atreves a preguntarlo!. ¡Destruiste mi vida maldita estúpida!. Yo te amaba con el más puro de los sentimientos. Te entregue mi vida para que juntos creciéramos y fuéramos felices. Llenaste de ilusión mi alma, y al final ¿qué hiciste?. ¡Mandar todo al pinche caño!. Me doy cuenta que a tus veintiséis años sigues siendo la misma escuincla mimada de siempre. Te entregué amor verdadero Sandra, y lo echaste todo a perder...

Mi voz comienza a quebrarse.

- … siempre me dabas explicaciones sosas, sin sentido...

Y el llanto comienza a brotar de mis ojos.

- … sólo te importaba tu porvenir... ¿y yo?... ¿¡yo qué Sandra!?, a mi que me cargara el demonio ¿no?... tú sí tenías derecho de crecer, de hacer lo que más dichosa te hacía en ese momento, sin importarte los sentimientos e intereses de los demás.

Es inútil que lo evite, estoy desmoronándome emocionalmente. Como puedo, me limpio las lágrimas. Mientras me miras. También lloras, pero tu llanto, a diferencia del mío, es casi infantil, lleno de vulnerabilidad.

- No sabía... no pensé que... de verdad, ¿cuántas veces tengo que pedirte disculpas?

Respondes en el tono más triste que tu color de voz te permite.

- ¡Maldita¡ mil veces maldita seas por haberme enamorado, por no dejarme en paz ni por un segundo durante todos estos años. Y no sólo a mi Sandra ¡Por tu culpa hice mucho daño! ¡Por tu culpa maté, violé, abandoné a mis hermanos y casi pierdo la vida. Por eso, maldita perra, mereces morir.

Basta de retrasar más las cosas. Vuelvo a levantar el arma que sostengo en mi mano derecha. Con toda tu alma imploras piedad, pero sabes que ya no habrá marcha atrás. Y de nuevo, detono el gatillo una, dos veces más. Primero en tu hombro izquierdo, después en la boca de tu estomago. Un perro vuelve a ladrar a lo lejos, talvez el mismo, talvez otro, en estos momentos detalles como este no importan demasiado.

Debajo de ti un charco de sangre se mezcla con el lodo. Comienzas a sudar frío. Una punzada en tu hombro, recientemente masacrado, hace que casi te desmayes del dolor. El interior de tu estomago esta convertido en jirones; agonizas, y apenas es el principio de tu calvario. Yo, más repuesto emocionalmente, vuelvo a encarar a Sandra.

- Sabes, lo que más me encabrona, es que aun hoy me sigas mintiendo. Entérate pendejita: sé que sales con un putito medio pobretón llamado César... ¿esa es tu idea de un cambio de aires?, ¿ése es tu hombre de primer mundo?. Perdóname, pero estás muy equivocada, nunca comprendiste lo que el amor verdadero te puede dar. Sandra, ¿qué ganabas con ocultármelo?, ¿volver a verme la cara de idiota?

Te convulsionas. Estas ardiendo en fiebre y apenas percibes lo que pasa a tu alrededor. Definitivamente estás luchando, no quieres morir tan joven, con tantos planes y sueños aún por realizar. Perdóname, pero ya tengo que terminar con esto. Me hinco ante tu moribundo cuerpo. Saco la hoja metálica más filosa de mi navaja y la acerco a tu pecho. Me observas con la mirada casi en blanco. Tu pulso se acelera y cada vez se te dificulta más respirar. Estas sufriendo un ataque cardiaco.

- Muy bien mi amor, me duele en el alma terminar todo así... pero no quiero seguir odiándote por toda la vida. Nuestra historia no merece un final así.

Comienzas a escupir sangre. Mientras hablo, muy lentamente perforo la piel de tu pecho con la afilada cuchilla.

- Perdóname tú...

Atravieso tus costillas, hago un poco más de presión en el mango de la navaja y así traspaso un costado de tu corazón.

- … por destrozarte el corazón, tal como tú lo hiciste conmigo.

Muevo lentamente la cuchilla en tu interior... despedazo el interior de tus entrañas.... y dejas de existir.

* * * * *


Una hora después atravieso periférico a toda velocidad. El reloj digital del tablero marca las cero horas con cuarenta y ocho minutos. En la radio suena ‘Smells like teen spirit’ de Nirvana. El celular de Sandra, en el asiento del copiloto, suena por séptima vez. Por la ventana arrojó el ramo de margaritas, y mi alma por fin esta en paz.

Cuando amanezca, en cualquier coladera de la ciudad tiraré la pistola y la navaja, con la que acabé con su existencia. Sacaré todo el dinero que tengo disponible, y tomaré el primer vuelo de la mañana hacia Uruguay. Gracias Santísima Muerte, mi venganza esta completa. La regresaste a mi vida, y cerré el círculo. Ahora, como lo prometí, cambiare radicalmente mi vida. Me voy a Punta del Este, ya sin adicciones a las drogas, ya sin obsesiones, ya sin Sandra.


Próxima entrega
Parte 6 de 7
Domingo, al anochecer

“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

lunes, 19 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo V.- El Audi que rompió el silencio


V. El Audi que rompió el silencio

Siete de la noche. Hace ya media hora que saliste del trabajo y César aún no llega por ti. Extrañada, miras una vez más el reloj que no se detiene. Detestas la impuntualidad.

Siete y cuarto. De nuevo revisas tu teléfono celular en busca de alguna llamada perdida o mensaje. Y nada. Podrías llamarle tú, pero tu orgullo infinitamente superior te lo impide.

Siete veintiuno. Te conozco, estas a escasos seis minutos de perder la paciencia. Imposible en ti esperar a otra persona más de una hora, ni siquiera a ese intento de novio borrachito e ignorante que tienes.

Siete veintitrés. Te levantas de la banca en la que pacientemente esperas. Caminas de un lado a otro de la acera. La noche comienza a caer en Avenida Reforma, y toda tu rabia se transmuta en tristeza.

- ¿Dónde estas Cesarín?, en más de un año que llevo de trabajar aquí nunca me habías hecho esto. Piensas para ti misma.

Siete veinticuatro. Decides comprarte alguna bebida caliente en la cafetería de la esquina. Si la memoria no me falla pedirás un capuchino, para llevar.

Siete veintisiete. Regresas con tu café en la mano derecha, y un rano de margaritas que recibiste en la mañana, en brazo izquierdo. Delicadamente te sientas de nuevo en la banca del exterior del edificio en el que trabajas. Ves caer algunos truenos a lo lejos. Si César no se apura, la lluvia va a llegar antes.

Siete treinta y uno. Un aire frío comienza a soplar. Miras tu reflejo en uno de los vidrios laterales del autobús que pasa frente a ti; te sientes patética al ver la imagen que das. Ya es oficial, te han plantado.

Pocas veces me salen las cosas tan bien como hoy. Me encuentro observándote en el interior de mi auto, listo para acecharte. Mi corazón comienza a latir más aprisa, la adrenalina recorre mi cuerpo y mis sentidos se agudizan. Obviamente, el estúpido bueno para nada de César no vendrá esta noche. Me cuesta creer que se haya tragado el cuento tan soso que inventé. Bastó una llamada a su oficina, para engañar a una de sus secretarias con el cuento de que ‘tu tío abuelo, Ángel Javier, había llegado de improviso de San Cristóbal de las Casas, por lo que tú, toda tu familia, se reunirían a cenar en un restaurante muy cercano a tu trabajo’; agregando, obviamente, que ‘a tu celular se le había agotado la batería y por lo tanto, sería imposible localizarte’. Mi llamada ficticia concluía con la promesa de que te comunicarías con él más tarde, cuando llegaras a casa.

Una vez aclarado el por qué de la ausencia del imbécilete ese, por el parabrisas advierto que te levantas de la banca, en donde resignadamente, llevas más de una hora esperando. Un relámpago rompe el sonido rutinario de la ciudad. Caen las primeras gotas sobre el retrovisor. Llego el momento. Enciendo el auto, tomo la lateral de esta preciosa avenida y ahí estas, cada vez más cerca. Ocho años después, mi corazón vuelve a latir con la intensidad de la primera vez que te hablé.

Siete treinta y tres. Las primeras gotas hacen que apresures la búsqueda de un taxi que no pasa. Parada en la orilla de la acera, miras a lo lejos y apenas lo puedes creer: hacia ti viene un Audi A3 color rojo, el auto de tus sueños, ese que próximamente por fin podrás comprar. Mayúscula es tu sorpresa, cuando el vehículo se detiene justo frente a ti, el vidrio eléctrico de la puerta delantera derecha desciende y te llamo por tu nombre.

- Sandra, ¿eres tú?...

Sorprendida me miras. Tardas unos segundos en identificar quien soy. Para mi sorpresa, me reconoces.

- Félix... ¡que sorpresa! ¿¡Qué haces por aquí!?

Los claxonazos de los autos detrás de nosotros no se hacen esperar, situación que aprovecho para invitarte a subir a mi auto ofreciéndote el clásico ‘aventón’ a tu casa. Propuesta que, con este clima, y sobre todo con este auto, sería imposible que rechazaras.

Subes. Inmediatamente vistes el interior con la esencia de tu aroma ‘Emporio Armani’. Me saludas con un beso en la mejilla, y el contacto con tu piel es simplemente vibrante. Te miro y me sonríes, me derrito en deseos al tenerte tan cerca. Bastan estas cosas para volver a enamorarse de aquí al cielo. Pongo el marcha el Audi, y me atrevo a pedir que me aceptes una invitación a cenar. Para mi asombro accedes instantáneamente, al momento en que das un par de tragos más a tu aún humeante café.

En el camino, mientras avanzamos Reforma con rumbo a Chapultepec no dejas de idolatrar mi auto. Tres minutos después me preguntas a qué me dedico.

- Soy Editor en Jefe de una revista cultural. Obviamente, miento.
- ¡Es que no lo puedo creer! ¡Estas cambiadísimo, y a la vez sigues siendo el mismo! Es curioso, ayer me acordé de ti.
- Bueno, la vida es la que cambia y nos da sorpresas. Ya ves, quien iba a decir que la casualidad nos reuniría hoy. ¿Qué hacías parada sobre Avenida Reforma a estas horas?
- Este... nada, bueno... sí. ¡Olvídalo!... esperaba un taxi.


Ahora eres tú la que miente, aun así, finjo creerte.

- Por cierto Sandra, lindo ramo de margaritas...



Próxima entrega
Parte 6 de 7
Tú y yo, desde el infierno

“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

viernes, 16 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo IV.- Amparame tú, Santísima Muerte...



IV. Ampárame tú, Santísima Muerte...


Santa madre mía, cobíjame en tu regazo protector y guíame por la obscuridad de esta noche. Sólo tú puedes socorrerme para que éste sufrimiento, y su historia, llegue a su fin; ampárame tú, Santísima Muerte...

Simplemente no puedo, ni quiero, seguir viviendo con la carga del desamor a mis espaldas. Muriendo todos los días por su ausencia, recordando su indiferencia que arranca en mil pedazos la poca voluntad que me queda por salir adelante. He intentado olvidarla, tú lo sabes madre mía, he luchado con todas las fuerzas de mi ser por desenterrarla del pensamiento. Pero es imposible, cada vez me hundo un poco más en este pantano de aversión, en medio de la selva de su olvido. Y todo es por ella.

Sólo tú, Santísima Muerte, me has acompañado en mis peores momentos. Solo tú, sabes lo que me costó salir adelante cuando perdí a mis padres aquél invierno de 1999. Solo tú conservas en el tiempo aquella amarga sensación que invadió mi alma la noche del treinta y uno de diciembre. Mientras todo mundo festejaba y sonreía en las calles, todos llenos de dicha al esperar la llegada del nuevo milenio, yo lloraba lleno de impotencia en mi habitación, atestado de silencio y memorias fúnebres. Quería que todo se detuviera, morirme en ese instante, para que palabras como ‘mañana’ y ‘porvenir’ dejaran de asfixiarme. A partir de ese momento, solamente vivo... con miedo al tiempo.

Meses después, señora mía, sabes que me sacudí el dolor y comencé, sin éxito, a buscar trabajo. En ningún lado obtendría los recursos suficientes para mantenerme a mis dos hermanos y a mí. Pasaba el tiempo y la miseria se apoderó de mi vida. Junto con mi beca en la Universidad, perdí mis sueños de ser escritor. Justo entonces, decidí mandar todo al demonio. Mis valores, mi religión, mis ideales, todo se desvanecía en mi vida.

Comencé a robar. En un principio lo hacía solo. Aprovechaba las primeras horas de la noche para robar bolsos, carteras, auto partes y misceláneas; con el tiempo fui conociendo a niños de la calle, miembros de pandillas y drogadictos, que me protegían a cambio de un pequeño porcentaje del dinero que obtenía de los hurtos. Poco a poco, me dejaban participar más en la ejecución de delitos, que gradualmente, se iban volviendo más graves. Todo esto siempre fue un secreto para Jorge y Alejandro, que cada noche se iban a dormir con la versión de que su hermano Félix ‘trabaja en el horario nocturno de un fábrica de zapatos’.

Dedicaba mis ratos libres a intentar hablar con Sandra. En ese instante lo único que necesitaba era un poco de comprensión, que por cierto, nunca obtuve, pues la señorita Basú nunca contestaba, ni por error, una de mis llamadas; ni las cartas que en las madrugadas yo le dejaba afuera de su casa. Ella, que era la única persona capaz de frenar mi descenso al infierno, se negaba a salvarme. Una palabra, una sonrisa, una señal de vida hubiera sido suficiente para no vencerme por la vida.

Ante tanto dolor, las drogas me brindaron un escape, una fuga, un consuelo. Inicié con Marihuana. Me aficioné terriblemente a la cocaína. Con las drogas sintéticas cancelé las pocas ganas que me quedaban de vivir. Terminé por perderme.

De aquellos días recuerdo muy poco. Sé que en alguna ocasión hasta participé en el robo de un banco; maté gente, e incluso, en una lluviosa madrugada de noviembre me atreví a violar a una señora que regresaba a su casa del trabajo. Fue por las inmediaciones de Cabeza de Juárez. Lo hice sólo por el puro placer de lastimarla, por ese enfermizo deseo de arruinarle la vida a los demás. Sé que causé mucho daño. Nunca más volví a enamorarme.

Cada día, el temor que hacia mi sentían mis hermanos se acrecentaba un poco más. Hasta que decidieron marcharse de casa. Hace cinco años que abandonaron aquel modesto hogar en dónde vivíamos... hace cinco años que no sé nada de ellos... hace cinco años que no dejo de sentirme culpable... hace cinco años. ¿Parece mucho? A mi ese tiempo me bastó para hundirme en el abismo de la mayor de las soledades, la de del alma. En este angustioso circo de mi existencia pasaron los días, semanas y meses. Sin darme cuenta me volví uno de los principales distribuidores de droga en las escuelas del rumbo. Gracias a mi odio, y a lo poco que me importaba la vida, me convertí en uno de los intermediarios más eficientes y respetados en la venta de estupefacientes. Mis ganancias personales se incrementaban rápida y considerablemente.

Y así, entre delincuentes, ladrones, drogadictos y violadores, aprendí a rendirte culto. A tomarte como estandarte de mi única religión. Tú, mi protectora, mi señora, mi guía en la vida. Me tomaste entre tu auxilio defensor y condujiste hacía el éxito todos mis retorcidos negocios. Dos años después, ya contaba con lo suficiente como para permitirme algunos lujos. Algún auto último modelo, un terreno por aquí, un departamento por allá, en fin, lo suficiente para vivir con las condiciones que un narco promedio merece.

Reina mía, te habla uno de tus hijos predilectos. Él que hace unos meses salvaste de una terrible sobredosis. Gracias a ti sigo vivo Santísima Muerte. Gracias a ti me he dado cuenta de que mi vida tiene que cambiar, y que esta, es mi última oportunidad para borrar, de una vez por todas, ese pasado de miseria, desamor y podredumbre.

Poco a poco, a ti te consta, he ido saliendo del mundo del narcotráfico. He conseguido un trabajo digno redactando artículos, que contradicción, en una revista de política. He vendido todas mis propiedades ‘ilegales’. Ahora, sólo conservo este apartamento y mi auto, un Audi A2, el favorito de ella. Con tu amparo, Santísima Señora, estoy por dejar para siempre las drogas y el alcohol. Estoy cumpliendo nuestra promesa, ¿recuerdas?, ‘si regresabas a Sandra a mi vida, prometo ser un hombre de bien’; y juro por mi vida que después de esta noche, lo seré.

Hace unos meses la vi por azar en un centro comercial de Avenida Universidad. Desde entonces sigo sus pasos calladamente. Descubriendo que sigue siendo la misma mujer de antes, y en parte, es otra, totalmente contraria a mi recuerdo. Más bella que nunca, la tornaste a mí para cerrar el círculo. Y la espera terminó. Ha llegado el momento de castigarla por trastornar mi vida, por condenarme a pensarla idamente cada noche. Por transmutar mis sentimientos en obsesión, esta noche, ella, pagara con su vida.

Gracias Santísima Muerte, esta noche, sea como sea, todo terminará.



Próxima entrega
Parte 5 de 7
El Audi que rompió el silencio

“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

martes, 13 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo III.- Félix


III. Félix


Diez de la mañana en punto. Tamara, secretaria de una exitosa abogada del Despacho Jurídico Becerra-Hernández, se asoma en una de las ventanas de la oficina, desde dónde Paseo de la Reforma, la avenida más bella de México. Madre de un niño de siete años, se encuentra tan inmersa en sus propios pensamientos, que no repara que desde hace cinco minutos, al otro lado de la acera, un joven de unos veinticuatro años con barba de tres días y un vieja gabardina negra, no deja de mirar hacía la oficina de la Licenciada Basú. Afuera, el misterioso y desalineado hombre que sin aparente motivo siguió a la licenciada Sandra, decide que es tiempo de regresar a su departamento en Polanco, lugar donde vive desde hace seis meses, cuando se mudo de su antigua casa en Ciudad Nezahualcóyotl.

El nombre de este extraño de mirada melancólica es Félix Reyes. Aquél que hace ocho años, un sábado de diciembre, supo lo eléctrico que puede llegar a ser un beso y lo devastador que puede ser la frase ‘tengo novio osito, ¿recuerdas?’. Y en segundos, el sólo recuerdo de ese momento es capaz de hacer trizas su corazón. Félix Reyes, es este hombre, que recuerda que a pesar de esa primera y desafortunada declaración, él y Sandra siguieron frecuentándose. Durante meses ambos se entregaron a la más hermosa de las relaciones humanas: la amistad. Con el tiempo aprendieron a confiar ciegamente uno en el otro. Entre ellos los secretos dejaron de existir. Con el tiempo, Sandra se dio cuenta de que ser novia del muchacho más popular de la universidad ya no era importante. Era más costumbre que amor. Más un disfraz que una realidad.

En mayo de 1998, ella tomó la decisión de romper con Fernando, su novio de ese entonces. Después de cuatro años de noviazgo, ambos estuvieron de acuerdo, pues ya nada los unía. Por primera vez desde hace mucho tiempo, Sandra se sentía libre, llena de ganas de vivir y de tomar nuevos rumbos. Un mes después, en medio de una tarde soleada de jueves. Félix recibió la llamada de la niña de sus sueños. Quería verlo y decirle algo muy importante. Medía hora después, ambos ya estaban hablando en un parque de Coyoacán.

- Y bien, que me tenías que decir Sandra, ¿acaso me vas a invitar a cenar o algo así? Bromeó Félix.
- Ay osito, pues... hace un mes que rompí con Fernando. Perdóname por no haberte dicho nada, sé que entre nosotros no nos tenemos secretos ¿verdad?, pero mira, estoy mejor que antes... ¿ah que sí?
- Bueno... sí. Pero...
- ¿Pero?... por favor no te enojes Fel, mira... el estar durante este mes sola me hizo pensar muchas cosas como...
–Sandra titubeaba. Por primera vez Félix la veía en una situación en la que ella era la vulnerable.
- ¿Pero?... ¿Cuántas veces hemos mencionado la palabra ‘pero’ en esta conversación?
- ¡Félix, estoy hablando en serio!. Pues mira...
- También repites mucho las palabras ‘pues’ y ‘mira’.

Sandra no pudo evitar sonreír ante las ocurrencias de Félix.

- ¿Ya puedo seguir Osito?, mir... digo... ósea, con el tiempo comprendí que todo lo que creí que era amor no era más que un capricho de mi parte y pues... ¿me entiendes o te estoy enredando más las cosas?, tú eres tan tan lindo que, pues, creo que. Bueno, pasa que me estoy enamorando de ti... y ya sé que te hice mucho daño, pero quiero demostrarte, bueno, si tú quieres, que esta vez puede ser diferente, y que no me importa nuestra diferencia de edades o que vivamos en lugares diferentes, ni...

Y Félix no resistió más y silenció las confusas frases de Sandra con el beso más tierno y suave que hasta ese entonces había dado en su vida. Hundiéndose en sus ojos verdes, acariciando su suave cabello y sintiéndose, ahora sí, un hombre completo. La amistad que encendió su amorío hizo que ambos vivieran un noviazgo lleno de intensidad y comprensión. Él jamás fue (ni será) tan feliz como en esa época de su vida, en la que todos los ámbitos de su vida estaban por primera vez bien. Todo era de color cielo con un aroma a durazno en el viento. Juntos eran más fuertes que el mismo mar, y así, en pareja, diariamente recorrían esta ciudad. Todos sus rincones y edificios se convirtieron en mudos testigos y cómplices de un amor con tintes celestiales.

Félix dejó atrás su niñez, estaba a punto de cumplir los dieciocho años. Gracias a una beca que había obtenido gracias a su excelente rendimiento académico, pronto comenzaría sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad Iberoamericana. Escribía más que nunca, se sentía tan inspirado que su obra abordaba desde cursis historias de amor, hasta poemas en verso y prosa, pasando por sonetos cuidadosamente elaborados. Ella, ya de veinte años, era la más avanzada de su generación y ya desde aquel entonces, prometía ser una gran abogada.

Llegada la primavera de 1999 la calma comenzó a volverse temporal. Debido a su excelente rendimiento y altas calificaciones, Sandra obtuvo la oportunidad de estudiar durante un semestre en la ciudad de Ámsterdam. Félix la apoyo incondicionalmente. Sabía que solo serían seis meses, y aunque la extrañaría más que a su vida, él no era nadie para impedir que se marchara. Ante todo, quedaba el confort de saber que para Octubre ella estaría de vuelta. Llegado ese momento, ya nada los separaría.

Aquella tarde de abril, cuando Sandra se fue a Holanda estuvo nublada. La despedida como se esperaba, fue triste. A los dos les costó mucho aceptar que durante los próximos meses tendrían que arreglárselas para vivir sin la presencia del otro. Aun así, intentaban hacer las cosas más llevaderas y fingían tranquilidad y fortaleza.

- Prometo que durante tu ausencia, cada día recibirás una carta. Te juro que no habrá semana en que no te llame. No lo dudes, no habrá un momento del día, un rincón de la tarde en el que no me detenga a pensar en ti. A todas horas, hasta que vuelvas. Te esperaré ciegamente.
- Vida, de verdad no hace falta tanto. Basta con que me escribas el más bello de los poemas, lo guardes en lo más profundo de tu corazón, y me lo susurres al oído el día de mi regreso.
- Te amo.


Y Sandra hubiera querido decirle que ella también lo amaba con la enfermiza necesidad de quién se sabe perdidamente extraviado en el alma de su ser amado. Hubiera dado la vida por poder decirle que desde que él apareció en su vida por fin había conocido el amor, ese que es real y que puede darnos la fuerza de mil tempestades. Ella le hubiera dicho aún más cosas, si un nudo en la garganta no se lo impidiera. En silencio miró a Félix y tras titubear unos instantes, cruzo la aduana. Diez horas después, su avión estaría arribando a la hermosa Ámsterdam, la ciudad que le ganó terreno al mar.

Félix esperó pacientemente el regreso de su amada. Varias veces a la semana le escribía cartas, le mandaba correos electrónicos y cuanta demostración afectiva se le ocurría, mismas que fueron correspondidas durante los primeros tres meses, sin embargo, agosto llegaba y Félix dejó de tener noticias de Sandra. Cada día revisaba su cuenta de correo en Internet y el resultado era siempre el mismo, muchos correos de sus amigos, pero ninguno de ella. Lo mismo sucedía si hablaba a su departamento en Ámsterdam, todo intento por establecer contacto con ella era en vano. Los siguientes meses volvieron cada vez más lentos y llenos de amargura, adornados con el sin sabor de la incertidumbre. Las pocas veces que ambos llegaban a entablar comunicación, el resultado era siempre el mismo, una gran frialdad que Félix atribuía a la distancia. - Cuando vuelva todo será como antes, pensaba él optimistamente.

* * * * *

25 de Noviembre. El monitor de arribos internacionales en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México anunciaba la llegada del vuelo 257 proveniente de Holanda. La sala de espera se encontraba atiborrada de personas que esperaban a sus parientes y amigos, entre ellos, los familiares de Sandra, que aguardaban pacientemente su salida de la zona aduanal. A lo lejos, Félix, vestido formalmente, jugaba en sus manos con un ramo de margaritas y una carta con un poema que escribió para cumplir una promesa.

Veinte minutos después, apareció Sandra, más hermosa y delgada que nunca. De inmediato, se vio envuelta entre abrazos y saludos de todos. Poco a poco, Félix se acercó a la niña de su vida, que parecía no advertir aun su presencia, hasta que la tuvo justo en frente.

- Mi amor, ¡bienvenida!, estas son las flores y el poema que te prometí.

Sandra lo miró con cierta indiferencia, tomo las flores, la carta y sin mirarlas se las dió a su papá. Desconcertado, Félix se acercó un poco más e intentó besarla apaciblemente. Inmediatamente ella giró la cabeza rechazando cualquier contacto físico.

- Este... ¡gracias eh! Estoy cansada, y quiero irme a casa, luego nos vemos. Contestó con un tono de desgano en su voz.

Y se marchó, dejando a Félix en la más profunda confusión. ¿Qué pasó en Ámsterdam?, ¿Por qué cambió tanto? Durante días la buscó para hablar y saber que estaba sucediendo.

Finalmente, tras mucha insistencia, ella accedió a verlo. Hablaron (por última vez) el cuatro de diciembre de 1999, en un café de la zona rosa. El pidió una Coca Cola fría, ella un Capuchino. Aquella tarde, sin dar muchas explicaciones, Sandra dió por terminada su relación.

- Pero, ¿por qué?, Sandra, escúchame, al menos dame un motivo para entender esta actitud tuya.
- Porque la gente cambia Félix, y estando en Europa comprendí que hay cosas que me llenan mucho más en este momento que el tener una relación con alguien. Quiero crecer y dedicarme a estudiar. Y sabes qué, en un año me vuelvo a ir, ahora a Viena. Así que lo mejor será cortar ahora mismo y por lo sano. Cuídate mucho ¿sí?, me retiro porque tengo varios compromisos que atender. Adiós.


Sandra se levantó, y apenas Félix la perdió de vista, comenzó a llorar como nunca. El dolor le laceraba lo poco que ahora quedaba de su confundido corazón. Tres semanas después, los padres de Félix se mataron en un accidente automovilístico en Churubusco, cuando regresaban de una cena con sus ex compañeros de la universidad. Era de madrugada, cuando por medio de una llamada de las autoridades de tránsito del Distrito Federal, Félix supo de la tragedia. Ahora sí, finalmente el mundo se le venía abajo. En estos dolorosos eventos del pasado pensaba Félix Reyes, cuando llega hasta su lujoso apartamento en la zona más exclusiva de Polanco. Casi a las cinco de la tarde tomará una ducha y se afeitará. Se pondrá un lujoso traje negro ‘Óscar de la Renta’ y unos zapatos perfectamente limpios. Un Rolex autentico en la muñeca izquierda, una esclava de oro blanco en el cuello de la que pende la figura de una santa, una pistola nueve milímetros en el interior de su saco... en fin, lo común para un hombre como éste.

Después de peinarse y perfumarse, vio su reflejo en el espejo. Definitivamente, ahora es una persona muy diferente a la que había perseguido a la licenciada Basú en la mañana. Antes de salir, se dirige al pequeño altar que está en una de las esquinas de su apartamento. Lleno de cirios, velas negras y extraños fetiches, que junto con una densa capa de humo blanco despedido por un poco de copal prendido, dan al lugar un ambiente lúgubre. Félix se arrodilla y persigna frente a una fotografía de Sandra, y una imponente figura de la Santa Muerte.


Próxima entrega
Parte 4 de 7
IV. Amparame tú, Santísima Muerte


“Con Miedo al Tiempo. Relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona”

domingo, 11 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo II.- Sandra


II. Sandra


Sales de casa muy temprano, dueña de una seguridad que desde siempre has poseído, y que te permite, con la elegancia de una reina, caminar por las aceras de las calles. Esta mañana, como todas, luces impecable con tu traje sastre negro, perfectamente ceñido al 1.65 de tu cuerpo. Tu piel blanca y vestimenta contrastan. Te dan un aura de misterio, armónicamente acentuada en tus labios matizados de rojo pasión. A cada paso, tu cabello rizado oscuro (que ahora te llega a media espalda) se mece suavemente con el viento; tus ojos, color verde vida, siguen siendo los mismos de hace ocho años.

Cuatro cuadras adelante, entras a la estación del metro ‘Escuadrón 201’. Miras de reojo a la gente que hace fila para adquirir sus boletos de última hora. Tú, previsora como siempre, sacas uno de tu bolso negro, acción que te ahorrara tiempo y esfuerzo. Como en la universidad, estas al pendiente de hasta el más mínimo detalle para aumentar tu eficacia en cualquier ámbito de la vida.

Inmediatamente, te diriges al andén. Pacientemente esperas el arribo del transporte metropolitano que diariamente te lleva hasta el trabajo. Fijas tu mirada en un punto fijo de las vías, e irónicamente, sonríes. No deberías estar ahí, desde hace tiempo tienes el dinero suficiente para comprar un automóvil medianamente aceptable. Si no fuera porque tu orgullo lo harías. Maldito orgullo, no te permite ser como los demás. Lo que en realidad quieres es un lujoso auto importado, un Audi A2 del que desde siempre has estado enamorada. Por eso prefieres ahorrar y dejar de darte lujos, pues para ti no hay imposibles en la vida. Para ti es un calvario viajar en el metro, –solo serán unos meses- piensas para ti misma, al tiempo que la puerta de un vagón se abre frente a ti.

En segundos entras, tan rápido que ni siquiera percibes que yo, tu secreto observador, te sigo la pista desde que saliste de casa, y que ahora, voy en el vagón de atrás, cuidándote a través del cristal que nos separa. Un humilde obrero te cede un asiento, mismo que sin empacho alguno aceptas. Aunque ni cuenta te das, pasamos las estaciones de Aculco, Apatlaco e Iztacalco. Tú prefieres ir leyendo los informes de un importante caso, que el Jefe del despacho te confió gracias a tu probada capacidad como abogada.

Justo entre las estaciones de ‘Santa Anita’ y ‘La Viga’ los vagones se detienen momentáneamente. Tú sigues leyendo. Me atrevo a dejar de mirarte para hundirme en mis propios recuerdos y pensamientos, que desde luego, tú protagonizas.

Te veo a lo lejos y pienso en la primera vez que te vi, hace ocho años. Tenías dieciocho años, dos más que yo. Acababas de entrar a la licenciatura de Derecho en la Universidad Intercontinental (UIC), aunque hubieras preferido estudiar en el extranjero. Yo en cambió, fui el hijo mayor de una humilde familia, formada por mis padres y mis hermanos Jorge y Alejandro, gemelos cinco años menores que yo. Desde muy temprana edad quería ser escritor, no por gusto, sino por ser lo que menos mal hacia.

Por ese entonces yo cursaba el quinto año en un colegio de bachilleres cercano al Reclusorio Sur. Ahora que lo pienso, si las cosas hubieran seguido así ahora todo sería muy diferente, no te hubiera conocido y mucho menos tendría que estar siguiéndote por todos lados a escondidas. El momento en el que mi destino se torció, fue justo cuando reubicaron a mi papá de su lugar de trabajo en Iztapalapa, para colocarlo en unas oficinas nuevas, en la Comisión de Aguas del Distrito Federal, cercanas a Periférico Sur. Aquel movimiento fue parte de las reformas y reestructuraciones que el presidente Ernesto Zedillo realizó en varias dependencias del gobierno a lo largo de 1997.

Como papá estaría en el turno vespertino, contaba con el tiempo suficiente para pasar por mí de camino a su trabajo. Las tardes, mientras él trabajaba, yo las emplearía en un curso de francés al que mi mamá decidió inscribirme con el discurso de que ‘un escritor debe saber varios idiomas’.

Así, con más resignación que entusiasmo, ingresé al dichoso curso, impartido por cierte, en la UIC. Al entrar en aquella prestigiosa universidad me sentía bicho raro, tanto por ser el más pequeño de la clase como por ser el de origen más humilde (en ese entonces, vivía en el corazón de una colonia popular cercana a Neza). Esto sin contar con el detallazo de que papá diariamente pasaba por mi en una camioneta Caribe, modelo 83.

El curso tendría una duración de cinco meses. De agosto a diciembre con un horario de cuatro de la tarde a siete de la noche. Estando en el salón, donde no pasábamos de quince. El primer día, mientras sentado en mi pupitre esperaba el inicio de la clase, entró la niña más linda que hasta ese momento había visto en mi vida. Su inocencia me perturbó tanto, que jamás, ni en esa clase ni nunca más pude sacarla de mi mente. Minutos después entró la profesora, pasó lista y escuché por primera vez tu nombre, aquél que desde entonces, se convirtió en mi oración: Sandra Basú. Y ahora te tengo de nuevo, tan cerca de mí, a un vagón de distancia.

Hace un mes volví a saber de ti, tiempo que me ha bastado para ser tu sombra y saber todos tus movimientos, desde los lugares que frecuentas hasta la marca de lápiz labial que usas. Detalles insignificantes, pero indispensables, para considerarme digno del calificativo de ‘tu más fiel y no correspondido enamorado’ ¿o es mejor utilizar el adjetivo de ‘pobre diablo’?. El caso, es que gracias a estos días de obsesivo seguimiento, sé que bajas en la siguiente estación y a transbordar de línea.

Se abren las puertas y desciendes. Contrario a lo que pasa contigo, que atraes miles de miradas, la gente apenas y repara en mi presencia. Vestido con un pantalón de mezclilla roto, una vieja y descolorida gabardina negra, lentes obscuros y unos zapatos sucios; nadie pone atención en la pobreza de mi vestimenta, quizá por miedo a verse reflejados en mi. Abriéndote paso entre el mundo de gente, atraviesas de un lado a otro la estación ‘Salto del Agua’. Como siempre, te detienes para comprar un ejemplar del Excélsior. Sigue gustándote estar bien informada. Pagas con un billete de cien pesos y mientras esperas el cambio, un anciano (con parte de su pierna cangrenada) se acerca con ayuda de su bastón y te pide limosna. Recibes el cambio, aparentas no haber escuchado nada y te alejas rápidamente del infortunado viejo. Sinceramente, no entiendo tu actitud, la antigua Sandra no lo hubiera dejado desamparado. Antes compartías todo, tenías un alma compasiva y bondadosa... ¿qué te pasó corazón mío, en qué momento extraviaste nuestro rumbo?

Llegas a un nuevo anden. Tan inmersa en una noticia que lees sobre política nacional que me permito pararme tras de ti, a sólo unos centímetros de distancia. Tan cerca como hace años no estaba. Aspiro tu aroma, el ‘Emporio Armani’ sigue siendo tu favorito. Al menos para mí, éste es un momento mágico, interrumpido por la ruidosa irrupción del tren que se acerca a la estación.

De nuevo abordas el transporte público, con la diferencia de que ahora vamos en el mismo vagón. Las estaciones de Balderas y Cuauhtémoc se suceden con la misma rapidez con la que lees varias notas sobre los intrascendentes debates entre los precandidatos a la presidencia del país.

La gente te mira. Tú sigues leyendo. Aprovecho una vez más para visitar el pasado. En un principio, el dichoso curso de francés fue un calvario para mí. Lejos de ganarme la simpatía de mis compañeros, prefería hacer lo imposible por ganarme el odio de todos en clase. Le contestaba mal a la maestra. Si había trabajos grupales prefería no abrir la boca ni en defensa propia. Inclusive, había tardes en las que de plano me salía a media clase sin la necesidad de dar pretexto alguno. Bastaron un par de días para que todos en el salón me consideraran el típico inadaptado, blanco de las más crueles burlas. No sé si todo este asunto tenía un poco de masoquismo de mi parte, pues hubiera bastado que hablara con mis papás, para que inmediatamente me dejaran desistir del curso. No lo hice. Preferí seguir resistiendo esas tardes infernales con tal de seguir viendo a Sandra, quién a pesar de no dirigirme la palabra, por lo menos se abstenía de participar en el odio generalizado hacia mi persona.

El que fueras la única que me respetaba hizo que mi fijación hacía ti aumentara. Sabía muy bien que si tu novio de ese entonces, todo un galán de 1.90 de estatura y miembro de la selección de fútbol de la universidad, se enteraba de mis secretas pretensiones, no duraría en molerme a palos. Si la memoria no me engaña, el cotizado lateral izquierdo del equipo, te esperaba celosamente todas las tardes afuera del salón.

Justo al cumplirse cuatro meses del inicio del curso, la actitud de la mayoría de mis compañeros de clase y mis calificaciones cambiaron para bien. Igual que mi suerte. El destino tuvo la buena puntada de colocarme como pareja de Sandra en uno de los trabajos finales. Quedamos de vernos en un restaurante un soleado sábado de noviembre. Para mi sorpresa, ella llegó sin su novio fortachón y con la mejor actitud de trabajar y sacar adelante la tarea, tanto que terminamos en dos horas. Afortunadamente, Sandra no se marcho y permanecimos más de tres horas charlando de todo y nada; talvez necesitabas desahogarte con alguien, hablar de lo vacía que hasta ese entonces era tu vida; ó probablemente, era yo el que después de tanto buscar, por fin encontraba alguien con quién poder conversar y sentirme yo mismo.

Si encontrarte fue una bendición, retenerte era una obligación. Torpemente me decidí a pedirte una nueva cita. Decidida y alegremente dijiste que sí. Nuestro trabajo fue un éxito, al igual que nuestro segundo encuentro en un Sanborns. Empezamos a frecuentarnos más seguido; y así, cada fin de semana preferías salir conmigo, humilde escuincle dos años menor, que con tu atlético noviecillo, él cual, obviamente no era estúpido y comenzó a darse cuenta que su princesita de cristal salía con alguien más.

El curso llegó a su fin. Logré aprobar con un escueto 7.3. En cambio, tú te sentías inconforme con el 9 que obtuviste. Nuestras charlas cada vez eran más interesantes, más personales, más necesarias.

El frío invierno del noventa y siete hizo su aparición. Al paso de los días tuve la necesidad de hablarte de mis sentimientos, decirte que poco a poco, este, tu triste amigo, se estaba enamorando de ti. Un sábado de diciembre, el Parque México de la colonia Condesa, se volvió testigo de nuestro primer beso. Sintiéndome más niño que nunca te pedí que fueras mi novia, que me acompañaras en esta vida por siempre. En tono abatido respondiste -Tengo novio osito, ¿recuerdas?, pero si tú quieres podemos seguir siendo amigos. ¿Me bastaría con decirte que fue la primera de muchas veces que me rompiste el corazón? Te lloré por noches enteras, quería morirme.

El tren se detiene en la estación Sevilla. Desciendes. Te sigo. Aprovechas para tirar en uno de los botes de basura el periódico que hace unos minutos compraste. Lo olvidaba, te fastidia estar cargando cosas.

Sales de la estación y doblas en la calle de Toledo, donde tu amiga Mariana da clases de yoga en el edificio con el número 73 y las que asistes casi religiosamente cada sábado por la mañana. Llegas a Reforma y de reojo miras el reloj en tu muñeca derecha. Diez para las diez de la mañana. Aún falta algunos minutos para tu hora de entrada al trabajo. La puntualidad desde siempre se te ha dado. Caminas tres cuadras más. Te pierdes de mi vista cuando entras al Despacho Jurídico Becerra-Hernández. Paty la recepcionista te dará la bienvenida y te dirá que recibiste un ramo de margaritas, flores que obviamente, deben seguir siendo tus favoritas. De seguro las recibirás con una sonrisa. Pensaras que te las mando tu actual novio y prometido, ese tal César que es un incompetente, y que dice conocerte, a pesar de creer que prefieres las rosas rojas.

Pobre diablo. Las margaritas las mande yo.

A las tres, saldrás a comer al VIPS más cercano con tu colega Jazmín y tu secretaria Tamara. Como cada lunes pedirás sopa de tallarines con pollo, enchiladas y un helado de café como postre. Hora y media después, regresaras a trabajar dos horas más. Para verte por fin, a las seis y media con César, que pasará por ti para ir a cenar como diariamente dicta la rutina. Me gustaría quedarme esperando a que salgas, pero tengo que realizar varias diligencias. No te preocupes muñequita mía, hoy por fin es el gran día, hoy por fin volverás a saber de mí. Nos vemos en la noche.


Próxima entrega
Parte 3 de 7: Félix.

Con Miedo al Tiempo. Crónica de una obsesión en primera, segunda y tercera persona.

jueves, 8 de julio de 2010

Con Miedo al Tiempo I.- Domingo, al atardecer


I. Domingo, al atardecer


Colonia Escuadrón 201, Ciudad de México, Octubre 2005.

Faltan veinte minutos para las siete de la noche, cuando aquel automóvil Dart plata Modelo 86, irrumpe en la calle ‘Héctor Espinosa’ y se detiene en la casa con el número 17. Es pleno Octubre, y como buena tarde de domingo, en la ciudad se respira un aire lleno de quietud y parsimonia. Del vehículo desciende una pareja de novios. Él, alto y delgado, de unos 33 años, camina a lado de ella. Tomados de la mano la acompaña hasta la puerta de su casa. Se despiden y se besan una y otra vez. Cosas típicas de novios.

El reloj marca las siete cuando Sandra Basú entra a casa, ya sin novio. - Justo a tiempo para cenar. Pensó. Conversó un rato con sus padres. Hora y media después, la joven recoge sus platos de la mesa, y como cada semana, escapa a la soledad de su cuarto, su refugio para pensar.

A sus 26 años podría decirse que tiene todo. Atractiva y exitosa abogada, cuenta con un envidiable trabajo en uno de los despachos jurídicos más prestigiosos de la ciudad, situación que le permitirá, en pocos meses, poder adquirir el lujoso automóvil de sus sueños. Hija única y muy querida por sus padres, se siente plena, sobre todo desde hace tres años, cuando se hizo novia de Cesar, su ahora prometido. Feliz en demasía, sentimiento que aquella noche la lleva a hurgar en su viejo cajón de los recuerdos, ubicado en uno de los muebles de su recamara. Sandra guarda ahí cartas de ex novios, poemas, fotografías de sus viajes por el mundo y otros objetos simbólicos; sin embargo, tras años de no abrirlo, siente la curiosidad de recordar momentos de su vida, de regresar el tiempo para, al menos por esa noche, entregarse al recuerdo de sus años de universidad. Encuentra divertido observar fotos de personas a las que tiene años de no ver. Varias veces ríe para sí misma, al descubrir la extravagante forma en la que se peinaba hace diez años. No cabe duda, los recuerdos alivian el alma. Emocionada ve los boletos de aquel concierto que tanto disfrutó, lee su anuario con las firmas de sus mejores amigas, sonríe con las cartas que en las clases intercambiaba con Leonardo, su loco amigo que siempre la hacía reír.

Buscó más. Al fondo del cajón encontró un cuaderno con anotaciones y su viejo libro ‘La tregua’ de Benedetti, con el que tanto se identifica. Entonces, en medio de recuerdos, se detuvo en la foto de una persona a la que, gracias al tiempo y a la distancia, había creído olvidada. O al menos eso pensaba. Quién iba a decir que justo en ese momento, aquél adolescente de la foto, ahora convertido en todo un hombre, también pensaba en ella, en aquella Sandra de la que desde hace ocho años estaba perdidamente enamorado...

... típica tarde de domingo, llena de melancolía y tristeza
.

martes, 6 de julio de 2010

Por qué escribí lo que escribí (explicación previa a 'Con Miedo al Tiempo')


¿De qué material esta hecho el tiempo, que nos destruye?

O... ¿de qué caprichosos poderes goza, para decidir en qué momento hacernos indispensables para otra persona?, y del mismo modo, ¿qué preceptos sigue para aniquilar nuestros sueños y sonrisas, cuando dejamos de existir para la persona a la que amamos?. O... ¿acaso no es cierto, que no hay peor dolor que el no ser ya ni siquiera un recuerdo, para las personas que necesitamos para vivir?

En octubre de 2005, Rodrigo Contreras, un amigo de la universidad estaba en planes de abrir una página web sobre creación artística. Sin alguna idea central fija comencé a escribirlo que pensaba, sería un pequeño texto. Cuando me di cuenta el relato se había salido de mis manos y se había convertido en algo incontrolable, simplemente no podía parar. Tras tres días de sólo dedicarme a ella, nació ‘Con Miedo al Tiempo (relato de una obsesión en primera, segunda y tercera persona)’.

Nunca supe a bien si llamarle ‘cuento largo’ o 'novela corta’. Pero siempre tuve claro que en su elaboración se fue parte de mi vida. En aquel año tenía el alma llena de confusión y un montón de porquerías en el corazón que nublaban mi presente. Me la pasaba deprimido todo el día, me sentía solo y no tenía ningún motivo para sonreír. En cierta forma ‘Con Miedo al Tiempo’ fue una cura, una manera de vomitar lo malo y seguir adelante. Por eso le tengo cariño.

Con pequeños toques autobiográficos, un poco de mis miedos y un mucho de ficción, esta no es una historia de encuentros y desencuentros, ni siquiera de amor. Sólo se trata del relato de una obsesión, de esas que día tras día calcinan un corazón, un recuerdo, un momento. Obsesiones compulsivas, enfermizas... de esas que diariamente, atormentan a tantas almas. Y obsesiones como estas, se deben contar, al menos como consuelo...

Cinco años después, tras meses de mucho pensarlo, he decidió publicar ‘Con Miedo al Tiempo’ en éste blog. La he dividido en 7 partes, las cuales comenzaré a subir cada dos días a partir del próximo jueves 08 de julio. Hasta ahora muy pocas personas la habían leído. Ténganle paciencia. La dejo en sus manos, ténganle paciencia.

jueves, 1 de julio de 2010

Caras vemos, blogs no sabemos

Hay ciertas circunstancias que conlleva esto de los blogs. Una de ellas, es la de convertirnos en una especie de ‘personaje’. El que esté o no alejado nuestra realidad, depende más de nuestro subconsciente, que de un plan preconcebido. Con la escritura, quienes estamos inmersos en éste juego del bloggeo, dejamos asomar parte de nuestra alma al exterior; incluso aquella que casualmente ocultamos con recelo, busca cualquier pretexto para burlonamente, manifestarse entre nuestras líneas.

El bloggero vive intranquilo, si se quiere por nimiedades, pero se sufre. Cuando no es la falta de ideas; es la carencia de tiempo; la ausencia de lectores o la imposibilidad para decir lo que se quiere, como se quiere. Y así se va por la vida, padeciendo dolores que pocos perciben pues en el mundo real, nuestros problemas son superficiales. ¿Cuánta gente, de los millones que caminan por las calles de esta ciudad, son bloggeros?... un montón, supongo, ¿cuántos de ellos se cruzan al pasar sin percibir que pertenecen a la mismo tribu? unos cuantos, a lo mucho. Somos una especie en peligro de extinción con cierta tendencia para hacernos pasar por superhéroes. ¿Cuántos bloggeros no andan en la calle haciéndole a Clark Kent, Peter Parker o Bruce Wayne?

Desconocidos en la calle, medio conocidos (o al menos comprendidos) en el mundo virtual. Yo mismo soy un claro ejemplo. Seguramente, de no ser por ‘El Incomprensible Mundo de Gabriel Revelo’, varios de mis lectores ni siquiera me dirigirían la palabra, les parecería feo, aburrido y hasta tonto. Pero en mi blog (y en mi twitter otro poco), las cosas cambian un poco. En mis dominios bloggeros soy lo más parecido que puedo a lo que quiero, puedo mostrarme interesante, valiente, desfachatado y cuanta cualidad se me ocurra porque es mi blog, y… no tengo que decir la verdad.

Salvo algunos familiares y amigos, vivo mi vida sin que nadie sospeche a que dedico mi tiempo libre. Ya sé que exagero pero no me importa: me siento superhéroe.


Parker le confiesa su secreto a Kent

La probabilidad de que un bloggero encuentre casualmente a otro y lo identifique no es muy alta. Rostros van y vienen sin que haya un método efectivo que nos diga quién sí y quién no es como nosotros. A veces, ese otro colega se encuentra tan cerca de nosotros que cuesta creer que pudiera pasar desapercibido. Así acaba de pasarme con un primo hermano que afortunadamente, salió del anonimato.

Su identidad secreta es Luis Gabriel González Sayago, aunque su blog lleva por nombre 'Ni4 (Nothing is For Ever)'. Casualmente, cuando vi que mi primo comentó en mis dos últimas entradas y que firmaba con una cuenta de Blogger no me aguanté las ganas de ver sí de casualidad era autor de algún blog. El resto es muy simple: quedé maravillado. Devoré los 5 textos que ha subido y quedé con la boca abierta. Ni un mes de vida tiene su espacio y éste ya cuenta con un estilo propio. Me recuerda mucho mis inicios pero a diferencia de mi, Luis sí es bueno. Confieso que me da envidia que esas entradas no sean mías. Innumerables veces he convivido con él sin saber que sus alcances y talento para escribir fueran tales. Visítenlo, tiene una claridad sorprendente.

Ahora somos dos bloggeros en la familia. Es bueno no estar solo y más aun saber que podré leerlo cada que quiera y verlo en la próxima reunión familiar como si nada hubiera pasado. Me voy a caminar… ¿con cuántos como yo me toparé sin saberlo?