jueves, 28 de abril de 2011

Wojtyla y yo




Tú eres mi hermano del alma, realmente el
amigo

(…) aunque eres un hombre, aún tienes el alma de un
niño,
(…) Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos,

Y tú
no cambiaste por fuertes que fueran los vientos.

(…) Tú eres
realmente el más cierto en horas inciertas.”


Varias veces intenté escribir éste texto. Quería que fuera sublime y lleno de datos valiosos; idea que en sí misma, resultaba un atrevimiento. ¿Cómo pretender hablar de uno de los líderes espirituales más importantes en toda la historia sin quedar a deber? Borrar todo, empezar una y otra vez para al final comprender que para hablar del papa Juan Pablo II, en días de su beatificación, lo mejor sería hacerlo desde el corazón.

El mundo entero lo conoció como Juan Pablo II. Lo vi sólo un par de veces, pero seguí su rastro toda la vida. Supongo que comencé a ser consciente de lo que éste hombre representaba, durante su segunda visita a México en Mayo de 1990. Recuerdo una cobertura mediática sin precedentes que a mis ocho años me ayudó a conocer un poco del magnetismo que el papa ejercía sobre los creyentes mexicanos. Me impactó tanto que durante esos días jugaba a oficiar misas en un balcón que me fabricaba con los cojines del sillón. Leía pasajes de la biblia infantil que me habían regalado por motivo de mi primera comunión. Yo era el papa, mi hermana una monja y mi primo Luis era un obispo. Salió a la venta un comic con la vida de Juan Pablo II que me sirvió para conocer más a fondo su vida, y maravillarme. Conocer su difícil juventud, las peripecias que tuvo que sortear en los años de guerra, la humildad de un hombre con una fuerte inclinación a las artes, su calidad humana, la forma en la que sobrevivió al atentado que sufrió en 1981 y como posteriormente perdonó a su agresor. No sé si sea normal que un niño tenga como héroe a una figura religiosa. Quizá no era el único, quizá buena parte De la humanidad fue sucumbiendo ante la bondad de quién supe, antes de ser el Sumo Pontífice, respondía al nombre de Karol Wojtyla.

Mi impacto no encontraba saciedad. Como pude averigüé lo que fue aquella primera visita de Juan Pablo II a México, mismo que fue el primer viaje de su pontificado. Había escuchado que las imágenes de aquella primera visita habían conmocionado no sólo al mundo, sino hasta al mismo corazón del papa, quien a raíz de ese viaje decidió el estilo con el que desarrollaría su papado. Desde ese momento surgió un hermoso romance entre Karol Wojtyla y México. Una relación que se acrecentaría con un total de cinco viajes en los que el pueblo de México se entregó como ninguno otro lo haría. Se dice que dos países fueron los grandes amores de Juan Pablo II, su natal Polonia y México. No sé que tanto tenga en común nuestro cálido país con la fría Cracovia. Quizá se deba a que ambos pueblos siempre han sorteado retos, depresiones, problemas internos y son dueños de una fe inquebrantable por parte de sus pobladores.

Fui testigo de esa empatía, de ese cariño reciproco varias veces. En sus discursos en los que con entusiasmo se refería a los mexicanos. Frases como "Antes decía: ‘eres polaco’, hoy debo decir: ‘Tú eres mexicano’" (Estadio Azteca, 1993); "México siempre fiel" (Basílica de Guadalupe, 1979); “¡México sabe cantar… México sabe bailar… pero sobre todo México sabe gritar!” o “¡México…yo estaré con ustedes, todos los día, hasta el final del mundo!”. El 24 de enero de 1999 tuve la oportunidad de asistir a una misa multitudinaria que dio en el Autódromo Hermanos Rodríguez. Desde una noche antes llegué acompañado de mis amigos Mario Peralta y Rodrigo Salcedo. Dormimos en medio de la tierra, pasamos un fuerte frío invernal y al final valió mucho la pena. Cuando Juan Pablo II irrumpió en el lugar la emoción simplemente fue indescriptible. Al momento de pasar a mi lado en el Papamóvil, a sólo un par de metros de distancia, sentí la energía más intensa de toda mi vida. Lo que aquel hombre irradiaba era simplemente sobrenatural, incomparable. Fueron sólo unos segundos los que estuve tan cerca del papa, pero suficientes para inundarme de una fe que sigo sin poder explicar. Algo que envolvió mi corazón, calmó mis miedos y reconfortó mi esperanza. Me arriesgaré a decir que ese instante es lo más próximo que he estado de Dios.

Más allá de las controversias sobre sus casi 26 años al frente de la iglesia católica, queda la obra de un hombre que se sobrepuso a la adversidad, las enfermedades, los impedimentos políticos y sociales. Un papa diferente, viajero, que reía, joven, dispuesto a llegar a los fieles y quitar esa imagen que dictaba que los papas eran inalcanzables. Leí alguno de sus libros, cada que me topaba con alguna nota periodística que lo mencionara la leía, seguía atento sus enseñanzas, sus visitas a mi México eran motivo de fiesta, de subir a la azotea y hacerle señales con la luz del sol mientras el sobrevolaba la ciudad en avión. Salir a las calles y correr detrás del papamóvil , echar porras, escuchar atento sus palabras. Aquel hombre que venció cualquier convencionalismo y hasta en sus últimos días dio muestras de una entereza ejemplar ante el dolor.

El día de la muerte de Juan Pablo II iba rumbo a una tienda cuando dieron el anuncio por radio. Resultó paradójico que después de estar pegado a la televisión por horas, siguiendo la transmisión desde el Vaticano, el único momento en el que salí haya sido justo el que el Santo Padre eligió para partir a la casa de su padre. Aquella tarde lloré mucho. Desde entonces lloro al escuchar canciones como ‘El Rostro del Amor’, ‘Pescador’, o ‘Amigo’.







Mis sentimientos no pueden escapar a cualquiera de sus imágenes, de sus letras, de las crónicas de sus viajes y forma de vida. Sus amigos más cercanos le apodaban cariñosamente Lolek. A unas horas de su beatificación quisiera llamarle así. Un amigo, un guía, un salvador. Podrán atribuírsele cientos de milagros en adelante, pero el ya hizo el principal con millones de nosotros: revitalizarnos la fe, hacernos creer de nuevo en la bondad de los hombres. Me gustaría hablar más de ti Lolek, pero la emoción me gana. He llorado y sonreído al teclear estas palabras. Sonreí y me sentí dichoso de ser mexicano y haber gozado del cariño que siempre nos tuviste. Acabo de escuchar de nuevo las últimas palabras que pronunciaste en nuestro país. Me quedé sin aliento, pero contento de entender el mensaje:

"¡Me voy, pero no me voy, me voy pero no me ausento, pues aunque me voy, de corazón me quedo...!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto lo que escribiste y me llena de orgullo al igual que a ti el poderlo haberlo conocido.
gracias gabo me conmoviste. Dios y Juan Pablo siempre está contigo.