lunes, 19 de septiembre de 2011

Tula, ciudad de gigantes (parte 1 de 2)




“están presentes en cada uno de los
rincones de Tula. Se disfrazan de viento, de hormigas, de polvo, de piedras”

Ok then back to basics!

Por alguna extraña razón la vida se me está repitiendo. En más de una ocasión me he dado cuenta de que tengo la tendencia a regresar al inicio de las cosas. Uno de los recuerdos más lejanos y claros que tengo, es el de mi visita a las ruinas arqueológicas de Tula en el estado de Hidalgo. Tenía tres, a lo mucho cuatro años. Fui con mis padrinos y mis abuelos. Por alguna razón que no me viene a la memoria mis papás no pudieron ir. Me acuerdo que los llamados ‘Atlantes’ me impresionaron tanto, que tuvieron que comprarme un pequeño ídolo a escala de aquellos enigmáticos gigantes prehispánicos. Pasaron los años, y si bien jamás dejé de remembrar aquella visita, cada vez sentía más lejana aquella mañana en la Ciudad de Tula.

Hace un par de años decidí emprender el viaje a Tula. Así, sin haberlo planeado saqué el coche, llené el tanque de gasolina, y por ahí de las diez de la mañana salí enfilado hacia el estado de Hidalgo. Una hora después tomé la desviación que hay en la autopista rumbo a Querétaro. La entrada a Tula se está modernizando, prueba de ello son los tres carriles de cinta asfáltica que unen ésta ciudad con el resto del país.

Alguna vez mi abuelo me contó que la Tula de hace treinta años era muy diferente. Sumida en la pobreza de su paisaje árido, esta población (en aquel entonces no era ciudad) sufría hambre y era considerada una zona improductiva. Ahora hay un sin fin de comercios, calles pavimentadas, fabricas y plantas industriales que han desarrollado notablemente todo el entorno. A las 12:00 de la tarde entré a la zona arqueológica.


Sobrevivientes del tiempo

Antes, desde la entrada se alcanzaban a ver los Atlantes y las pirámides. Ahora no. Desde que entras te topas con un amplio estacionamiento. Al descender del auto unas amplias escaleras me llevaron hasta las instalaciones del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), dónde antes de entrar al museo de sitio me registré. Mi emoción comenzó justo en el interior de ese inmueble en el que vasijas, ídolos de piedra, armas confeccionadas con piedras y códices me daban la introducción al mundo de los Toltecas, antiguos habitantes de Tula. Todas las reliquias del museo cuentan con una placa descriptiva, por lo que el recorrido se hace mucho más interesante aun para los propios mexicanos, que se supone, ya estamos acostumbrados a la admiración de las culturas del México Antiguo. Gracias estas placas aprendí que la Ciudad de Tula fue posterior a la de Teotihuacan, pero que guarda muchas influencias de aquella urbe. Así mismo, Tula, influencio de alguna manera a las construcciones mayas que siglos después se establecerían en el sur de México y Centroamérica.

Saliendo del pequeño museo uno sale directamente a un camino de tierra que se abre paso en medio del árido paisaje. El imponente sol de mediodía que bañaba el entorno no fue impedimento para emprender ese recorrido que me llevaría a la zona arqueológica. Con frecuencia, en algunos tramos del camino están instalados varios puestos de artesanías y souvenirs. Piezas de piedra, collares, playeras con motivos aztecas en sus estampados. Un mundo de recuerdos que alguno de los extranjeros que también hacen el recorrido no dudan en adquirir. Los encuentran originales, atractivos, hermosos. Me da gusto que se lleven un pedacito de México a sus países.

Después de caminar durante más de un kilómetro por fin divisé las siluetas de quienes fueron objeto de mi viaje: Los Gigantes de Tula. A cada paso iban cruzándose nuevas construcciones antiquísimas en mi círculo visual. Y llegué. No sé cómo se explica o qué palabras le harán justicia a la sensación de estar en unas ruinas como estas. Lo primero con lo que me crucé fue con el Juego de Pelota. Una especie de Mini Estadio que en el interior tiene una explanada de pasto en la que se desarrollaba el juego, que como todo mundo sabe, tenía implícitos una gran cantidad de simbolismos religiosos y místicos. Y uno lo recorre sintiendo que está en esos días. Tratando de darse una idea de la cantidad de historias, hazañas y muertes que guardan esos muros de piedra. Me acuerdo y siento un hueco en el estomago. Y apenas era el comienzo.

A unos pasos del Juego de Pelota se encuentra la llamada ‘Pirámide B’, la cual, y de acuerdo a los señalamientos del propia INAH comencé a recorrer por su parte trasera inferior. La finalidad de recorrer así estás ruinas es para poder apreciar mejor los grabados de Guerreros y Jaguares en las paredes. Después recorrer la parte frontal de la pirámide. Al verla de frente es inútil contenerse a las ganas de subir por los empinados escalones de piedra y llegar a la cima donde están los tan citados Atlantes. Para quién no los conozca o jamás haya oído hablar de ellos, los Gigantes de Tula son enormes representaciones de guerreros Toltecas de más de tres metros de altura. Yo, con mi 1.70 de estatura no les llegaba ni a la cintura. Están hechos de piedra, y la precisión y cuidado con la que fueron labrados son sorprendentes. Uno quiere pero no puede explicarse como en la antigüedad estas impresionantes figuras fueron llevabas hasta esa altura. Son cuatro gigantes. Antes pensé que eran mucho más. Gracias a ésta visita supe que en realidad los Atlantes eran cuatro soportes del techo de una sala exclusiva para los sacerdotes de la pirámide a la que nadie más tenía acceso. Esto quiere decir que en el tiempo del esplendor de Tula, la población jamás pudo ver aquellas esculturas de piedra. Además, de los Atlantes, otras cinco columnas a sus espaldas fungían como soporte del techo que ya no existe.




Además de la ‘Pirámide B’, y de otra más ubicada a la izquierda, la Plaza principal de lo que antes era el Centro Ceremonial de Tula está rodeado de un par de construcciones. Estas servían como el Centro de Reunión de los consejos de ancianos, sacerdotes y clase real tolteca. Aquí también se pude apreciar una gran cantidad de columnas, signo inequívoco de que tan bien esas ruinas estuvieron techadas en alguna época lejana. Una cosa es ver estos vestigios que de por sí ya son impresionantes, y otra, mucho más alucinante, imaginarse la ciudad habitada, viva.

Después de ésta zona aun ahí otro mini museo con representaciones y simulaciones de cómo era antes la ciudad. Precisamente fue ahí en dónde supe lo de los techos que acabo de contarles. Y fue precisamente ahí, mientras regresaba cuando me topé de frente con Gonzalo.

Continuará…

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