martes, 4 de octubre de 2011

Gema y su incongruente verde

Para muchos, escoger color favorito es cosa menor. Decisión tomada en base a gustos estéticos, que rara vez encierra un verdadero motivo de pertenencia. En mi caso, yo no elegí un color, yo me fui a vivir con él. O mejor dicho, con ella. El primero de muchos absurdos es que la palabra verde casi siempre haga referencia al género masculino. Considerado poco elegante, además. De ahí el menosprecio hacia un color que en realidad es todoterreno, un comodín maleable a nuestro entorno, y en donde hasta la palabra mujer tiene cabida.

Mi primer recuerdo verde no proviene de campos visitados en mi infancia, o cursilerías de ese tipo, sino del programa de Bob Ross. Aquel simpático pintor solía embadurnar su pincel con pintura ‘Verde Vejiga’, término que ingenuamente malinterpreté como ‘Verde Vagina’. Ya se imaginarán, crecí engañado con respecto a la anatomía femenina. Mucho tiempo después conocí a Gema y supe que las vaginas no son verdes. Al menos, no las saludables.

Con Gema, mi perspectiva sobre el verde cambió. Después de todo, éste color es el que mejor representa a su nombre, al brillo de sus ojos y a su forma de ser, totalmente contradictoria. Al principio, encontrarla fue como sentirme en la tierra de Oz. Caminaba por un hermoso camino que se suponía, me llevaría hasta la Ciudad de Esmeralda y que por desgracia, me condujo a las garras de la Bruja Verde. Bipolar ella, bipolar el verde. Círculo perfecto pero vicioso que desde entonces domina mi existir. Conquistarla fue un reto. En ocasiones se me mostraba alegre, luz verde para amar, cantaría Luis Miguel. Otras veces, ese verde optimista se transforma en letal veneno. ¿Cómo explicar que un mismo color pueda significar vida, esperanza, y a la vez, sea representativo de las cosas echadas a perder, estancadas?

Así es Gema, sin medias tintas. Pasa de un extremo a otro. ‘Para una mujer como yo, estás muy verde’, dijo cuando le hablé de lo que sentía por ella. Años después me considera un viejo rabo verde. Nuestra historia de amor es igual de incongruente. Verde seduce verde, eso explica que Gema le hiciera caso a los dólares de mis cuentas bancarias. ¿Qué verde la cautivó más? ¿El del diamante del anillo de compromiso?, ¿El del mar Caribe de nuestro viaje de bodas? ¿El de los pinos que franquean el jardín de la casa que me hizo comprar? o ¿El del auto con pintura metálica brillante que bautizó como ‘el sapo’? Da igual. Por periodos de tiempo soy feliz, o al menos ese fino engaño me transmite su cariño convenenciero. Gema obtiene de mí los recursos para darse la vida que dice merecer, y yo lo acepto. La sola idea de imaginarme sin ella me hace temblar como gelatina de limón. Kryptonita que me debilita y manipula a su antojo.

Gema es mi adicción. Hierva verde que necesito para sentirme bien. Me hace daño, lo sé, más no me siento capaz de dejarla. Trébol de cuatro hojas que me protege del exterior, en donde los amarillos, rojos, azules y demás colores proliferan. No me importa que un mundo multicolor sea más luminoso y perfecto. Me quedo con mi princesa y su mundo verde. Incongruente, pero a mi medida.




Éste texto de mi autoría, fue publicado en abril de 2010 en la revista Picnic número 39, dedicado a los Cromáticos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo años entrando sólo para compartir una y otra vez tu texto.. es increíble sobre cuando te gusta el verde! :)

gabriel revelo dijo...

Muchas gracias por compartir este texto una y otra vez... :) y ojalá puedas echarle un ojo al resto del blog :)