jueves, 22 de marzo de 2012

Después del temblor


Hasta antes del pasado martes nunca había sentido que mi vida corriera peligro. Esa sensación real de que nuestra existencia puede terminarse en cualquier momento te deja marcado. Al menos yo, desde hace dos días no puedo dejar de recrear en mi mente las emociones que por unos segundos se apoderaron de mi mente.

Martes 20 de marzo del 2012. Me encontraba en la oficina de mi trabajo, ubicada en el penthouse del sexto piso de un edificio en la colonia Nápoles de la Ciudad de México. Lo que parecía una mañana normal de trabajo se vio súbitamente interrumpida. A las 12:02 de la tarde me sentí mareado. Casi inmediatamente sentí que el piso vibraba. No le di mucha importancia, pues muchas veces cuando un camión pasa por la calle hace que nuestra oficina se cimbre. Cuando noté que las vibraciones iban en aumento, nervioso dirigí la mirada hacia el techo y vi como las lámparas se mecían.

- Está temblando. Dijo alguien más en la oficina.
Unos a los otros nos veíamos las caras preocupados.


Entonces los movimientos aumentaron. Tomé mi celular y automáticamente me levanté de mi lugar. Fue aquí donde todo el penthouse se movió. Una especie de jalón hizo que aumentara la preocupación de las cerca de 15 personas que estábamos reunidas en la oficina. Un segundo jajón hizo que realmente me preocupara. Todo se movía a mí alrededor. Sentí la impresión de estar en un cuarto de cartón. Una sacudida más feroz y agresiva me hizo consciente de que ese sismo iba en serio.

Antes de ese día me había tocado vivir otros temblores, pero ninguno de tal intensidad. O al menos, hasta ese día, no había presenciado como todo a mí alrededor se movía como gelatina.

Recuerdo que por mi mente pasó el pensar ‘me voy a morir’ y en silencio le pedí perdón a Dios por todos mis pecados. Sí, ya sé que lo anterior es muy ñoño, pero en ese momento me nació hacerlo. De verdad pensaba que de un momento a otro el edificio entero podía colapsar. Queríamos bajar, pero usar el elevador hubiera sido una tontería. La puerta que daba a las escaleras se trabó por los movimientos y no podíamos salir. Por instinto todos nos dirigimos a la terraza del penthouse. Los letreros y fachadas de algunos edificios de alrededor también se cimbraban. A lo lejos se escuchaba como tronaban los cristales de otras edificaciones. Entonces ubiqué con la mirada el World Trade Center, uno de los edificios más altos de la ciudad en donde trabaja mi novia. En ese momento ella se encontraba en el interior. Con pánico vi cómo la punta del WTC también se movía al compás de los movimientos telúricos. Con el corazón en la mano esperé que no estuviera asustada.

Entonces lograron abrir la puerta. A pesar de que mi vida estaba en peligro (o eso creía yo) tuve la calma para cerrar una llave de agua que estaba abierta y la puerta del refrigerador que a causa del sismo se había abierto. El temblor continuaba pero mis compañeros y yo bajamos de forma ordenada y tranquila por las escaleras. Después de los seis pisos por fin salí por la entrada principal del edificio. En los alrededores, los oficinistas y vecinos de los edificios y casas aledañas se encontraban en la calle. Aun se movían algunos postes y señalamientos, pero la intensidad del sismo fue disminuyendo hasta volverse imperceptible.

Algunas caras serias, otras asustadas. Rostros de confusión. Otros bromeaban. Creo que yo sonreía. Después de haber sentido que mi vida corría peligro, el estar tocando tierra firme y saber que el temblor había pasado era motivo suficiente para estar en calma. Sabiendo de antemano que era una misión imposible, intenté marcarle al celular a mi novia. Como lo sospechaba, el servicio de Telcel había colapsado. Seguramente toda la gente en ese momento estaría intentando comunicarse con sus seres queridos.

A lo lejos comenzaron a sonar patrullas y ambulancias.

Cinco minutos después volvimos a subir a la oficina. Mientras ascendía por las escaleras recibí un mensaje por medio del BlackBerry Messenger. Era mi novia que preguntaba cómo estaba. Le contesté que bien. Ella me contó que debido a que se encuentra en un onceavo piso no abandonó el edificio, pero que no le había pasado nada ni a ella ni a la construcción. Ya en la oficina redacté lo más pronto que pude una nota informativa sobre el sismo que acababa de ocurrir. Trabajar en la redacción de un portal de internet exige inmediatez y es lo que traté hacer.

La información comenzó a surgir poco a poco. Sorprendido me enteré que la intensidad del temblor había sido de 7.8 grados con epicentro en el estado de Guerrero. Según los reportes y testimonios, la Ciudad de México había soportado el sismo. Gracias a Twitter mis amigos y conocidos fueron reportándose poco a poco, lo cual me tranquilizó aun más.

Una hora después abandoné la oficina. Varios semáforos estaban descompuestos y en varias zonas la gente seguía afuera de las construcciones. La mayoría de las estaciones radiofónicas transmitían lo sucedido. El mensaje en general era el mismo: la población se comportó de manera civilizada y la ciudad, salvo algunos daños materiales, no reportaba víctimas mortales. Una línea del metro había sido cerrada debido a que las vías se habían desviado por los movimientos sísmicos y algunas zonas estaban sin energía eléctrica. Pero la ciudad respiraba calma. De pronto un orgullo se apoderó de mi al ver que un evento de esa magnitud fue bien llevado por todos los ciudadanos.

Civilidad, calma y solidaridad. Este sismo fue el segundo de mayor intensidad después del que devastó la ciudad en 1985 y del que tengo recuerdos muy vagos. La cicatriz que dejó ese terremoto dejó en todos los capitalinos nos enseñó a comportarnos con valor e inteligencia en estas circunstancias.

En Twitter el hashtag #PrayForMexico se volvió Trending Topic Mundial. Me emocionó ver cómo desde diversas partes del mundo los usuarios de esta red social expresaban su preocupación por los mexicanos. Me conmoví a tal grado que derramé una lágrima de felicidad. Mi ciudad que tanto amo estaba en pie y mis seres queridos estaban a salvo. El día estaba soleado.

De lo anterior han pasado dos días. Hoy volví a sentir una réplica en mi oficina de más de cinco grados, pero fue demasiado leve en comparación con lo ocurrido el martes. Sin embargo no puedo quitarme de la cabeza la sensación tan extraña que sentí en esos instantes en los que mi vida estuvo en riesgo. Muchos dicen que los momentos en los que tiemblan se les vuelven eternos, a mi me pasó al revés, todo me pasó rapidísimo.

Me inquieta que a pesar de creer que podía morir en ningún momento perdí la calma. Al contrario, me llegué a sentir resignado y en espera de lo que pudiera pasar. Y eso me inquieta. No sé qué pensar de mi actitud ante la muerte, lo cierto es que me siento diferente desde el martes. Ahora la imagen del segundo en el que pensé que todo se iba a terminar se repite en mi mente una y otra vez.

Eso me dejó el temblor… qué bueno que pude narrarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que bueno que solo fue un susto, ya que no podría vivir sin ti.