martes, 31 de julio de 2012

El martes que dos mexicanas vistieron de plata



Y volvió a pasar. 24 horas después de sufrir la descarga de energía que trae consigo el ver a tu país ganar una medalla olímpica, la emoción vuelve a repetirse. Igual o más fuerte que el día de ayer. Nuevamente plata, una vez más clavados sincronizados 10 metros. Ahora los héroes de las películas son mujeres y responden a los nombres de Paola Espinosa y  Alejandra Orozco.

El inicio de este martes se anunciaba especial. Aun con el corazón latiendo aceleradamente por lo vivido ayer, me levanté a las cinco de la mañana con el presentimiento de que hoy nuevamente podría caer otra medalla para México. Apenas llegué al trabajo (7 de la mañana) recibí un mail y me enteré que me tocaba cubrir y hacer la nota sobre la competencia de Paola y Alejandra. Así dio inicio a esa ‘cosquillita’ mezclada con adrenalina que da el saber que se trabaja contra reloj.

Lo malo es que mi compañero que trae las llaves de la oficina no llegaba. Así dieron las 7:30, después las 8 de la mañana… y la competencia arrancaba a las 9. Así que decidí jugármela y regresar a casa para comenzar a trabajar la nota y sacarla a tiempo (bueno, y también porque me andaba del 2 y siempre he preferido hacer en mi casa). Llegué justo a tiempo para comenzar a trabajar, ir al baño y ver la competencia.

En punto de las 9 de la mañana (3 de la tarde hora de Londres) comenzó la competencia. Y la verdad se me fue como agua. Entre tuitear los pormenores de cada clavado de las mexicanas, ir redactando la nota e intentar ponerle atención a lo que iba sucediendo apenas y me daba abasto. Sentado en la sala de mi casa, con la MacBook en las piernas y los nervios a todo lo que da.

Después de las primeras dos rondas la pareja mexicana ocupaba la penúltima posición (séptimo lugar). A falta de tres clavados ocurrió lo mismo que con Germán Sánchez e Iván García un día antes: arriesgaron. Las clavadistas mexicanas ejecutaron con maestría tres lances con alto grado de dificultad, esto las llevó a ocupar el segundo lugar durante la parte final de la competencia. China obtuvo el oro, Canadá el bronce.

A pesar de un ligero trastabilleo en su cuarto clavado, se aferraron al segundo escalón fiera e inteligentemente. Cuando finalmente la medalla de plata era una realidad nada más importó. Ni la nota que debía publicar casi inmediatamente, ni los tuits, ni el que aun me faltaban horas para terminar mi horario de trabajo. Nuevamente el tiempo se congeló, comprobando mi teoría de que una medalla olímpica de tu país cambia completamente la atmosfera de ese día.

Hoy poco espacio queda para no hablar de otra cosa que no sea de ellas. De la clavadista que hoy cumplió 26 años y que hoy se convirtió en la mejor deportista de esta disciplina en la historia de México, o de esa joven que cambió su fiesta de quince años por una medalla.

Han sido dos días para nunca olvidar. Jornadas extrañas, pero que uno quisiera se repitieran más seguido.  

lunes, 30 de julio de 2012

La medalla de plata que hizo que un lunes por la mañana valiera la pena



Hoy volvió esa sensación que sólo cada cuatro años se puede vivir. Hoy, México ganó una medalla en los Juegos Olímpicos. Para ser más exactos, una plata en clavados sincronizados en plataforma de 10 metros, producto del esfuerzo de Iván García y Germán Sánchez.

La historia se escribió pasadas las 9 de la mañana en México (3 de la tarde en Londres). Aunque me encontraba trabajando, tenía bien presente la competencia, por lo que puntualmente seguía la competencia vía internet. Desgraciadamente las cosas no salieron muy bien en los primeros dos intentos de la pareja mexicana, quienes al termino de la segunda ronda ocupaban la última posición. Por mi mente pasó la idea de cerrar la transmisión y seguir trabajando sin distracciones, pero por masoquismo (o quizá intuición) seguí escuchando la transmisión mientras hacia otras cosas. Sólo cuando anunciaban que era turno de los mexicanos, volvía a la imagen para ver el clavado.

Entonces, a partir del tercer intento los mexicanos ejecutaron clavados con altos niveles de dificultad. Una acción arriesgada que por fortuna les trajo buenos dividendos, pues sus lances fueron casi perfectos. Así empezó una remontada que tuvo a gran parte del país con el alma en un hilo. Al terminar la cuarta ronda (de seis) Iván y Germán ya iban en la segunda posición, peleando férreamente con los chinos y norteamericanos. Entonces vinieron momentos emocionantes en los que afortunadamente la presión no hizo mella en los mexicanos, quienes al final se consolidaron en la segunda posición.

A esto siguió una inmensa alegría. Me recuerdo sonriente y feliz. Los tuits tanto de agencias informativas como de personas comunes comenzaron a fluir a una velocidad vertiginosa. Este lunes por la mañana distó mucho de ser el típico lunes por la mañana. Todo era luminoso y motivante. El país, dentro de su maraña de problemas, tenía una razón para sentirse feliz y orgulloso.

Después vino la ceremonia de premiación, y quienes aun pensábamos que lo ocurrido era un sueño nos convencimos de que lo sucedido era una dulce realidad.

Las horas posteriores a una medalla olímpica son raras. Todos hablan del triunfo. Uno no se cansa de ver una y otra vez las imágenes de esa competencia que nos puso en los primeros planos del mundo.

Este blog vive días raros. Quizá he abusado del tema de los Juegos Olímpicos, pero sé que en unos años, cuando quiera recordar lo que viví en estos días estas líneas me ayudarán a darme una idea de la satisfacción que sentí al ver elevarse mi bandera en una ceremonia de premiación.

Hoy se ganó una medalla de plata. Hoy no quiero hablar de nada más, sólo disfrutar el momento de gloria que el deporte nos regala. Ya mañana mi vida volverá a la rutina, y el blog también.

Gracias Iván, gracias Germán. 

miércoles, 25 de julio de 2012

Mis recuerdos olímpicos (parte 2 de 2)

En el pasado post les hablé de algunos detalles que se quedaron grabados en mi mente acerca de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles '84, Seúl '88, Barcelona '92 y Atlanta '96. Ahora les narraré de lo que mi memoria atesora de las tres últimas olimpiadas que he presenciado.  

Sidney 2000
En 1998 mi tío Miguel vivió por unos meses en Sidney, Australia. A su regreso a México nos trajo varios obsequios, algunos alusivos a los Juegos Olímpicos que se celebrarían en aquella ciudad un par de años después. A mi hermana le regaló una playera negra que tenía a las tres mascotas de la competencia, las cuales se asomaban sobre el planeta tierra y señalaban el punto exacto en donde se ubica Sidney. Ella la usó un par de veces, hasta que un día me la probé y me quedó tan bien que me la quedé.

A donde iba con esta playera me sentía importante, después de todo, uno año antes del evento, ¿quién podía presumir de tener una prenda original de juegos olímpicos traída del otro lado del mundo?

Previo a la competencia nuevamente junté los vasos de cristal que sacó Coca Cola.

Llegó el verano del año 2000 y la celebración de los juegos de Sidney coincidieron con mi ingreso a la Universidad. Apenas llevaba unas semanas de haber iniciado clases cuando dio inició la justa deportiva. Tres días después de la inauguración, la madrugada de un lunes me levanté antes de las 5 de la mañana para alistarme e irme en camión hasta la Universidad. Prendí un rato la televisión. Se transmitía la final femenil de halterofilia y una mexicana estaba entre las finalistas. Presentí que podría caer alguna medalla para México, por lo que fui a despertar a mi papá. Juntos vimos el triunfo de Soraya Jiménez. Hasta ese momento nunca había visto a México ganar una medalla de oro. Observar cómo se eleva la bandera de tu país mientras suena el Himno Nacional en el evento deportivo más importante del planeta simplemente es maravilloso. Más tarde en clase todos hablaban de lo sucedido. La sonrisa me duro varios días y aun hoy, a 12 años de distancia el recordar ese momento me pone de buen humor.

Esa sensación de triunfo volvería a repetirse varios días después. En total México obtendría seis medallas en esos juegos. El Oro de Soraya Jiménez; las Platas de Noé Hernández en los 20 km caminata y Fernando Platas en clavados; además de los bronces de Joel Sánchez  en los 50 km caminata, Cristian Bejarano en Boxeo y Víctor Estrada en Taekwondo.

Mención aparte merece cuando una noche (debido a la diferencia de horarios) en casa vi cómo Bernardo Segura cruzaba en primer lugar la meta en una competencia de caminata. Aquella hazaña significaría el segundo oro para la delegación mexicana en esos juegos. Todo era alegría, no sólo en mi hogar sino en todo México. Casi media hora después de terminada la competencia, Bernardo Segura hablaba en vivo con Ernesto Zedillo, entonces presidente de México, cuando un juez se acercó y descalificó al marchista mexicano, arrebatándole la gloria deportiva y el oro olímpico. Me enojó tanto lo sucedido que incluso en unas hojas de papel escribí con plumones de colores varios anuncios que decían "nos robaron en Sidney 2000". Al otro día los coloqué en varias zonas de mi universidad. Incluso yo mismo me pegué una en la ropa y la traje por horas. Nadie me peló ni le regresaron su medalla a México.

De Sidney 2000 tampoco olvido que la encargada de encender el pebetero fue la deportista australiana de origen aborigen Katy Freeman. Por cierto, el pebetero salió del agua.


Atenas 2004
Verano del 2004. Venía de uno de los periodos sentimentales más caóticos de mi vida (y lo que me faltaba), sin embargo el periodo olímpico me significó una especie de tregua para olvidarme de los líos románticos y disfrutar las competencias deportivas. Aquellos fueron los juegos en los que toda la atención del país se centro en Ana Guevara, entonces campeona mundial de los 400 metros y promesa latente de medalla para la delegación mexicana. Cada que Ana corría la gente se reunía como si se tratase de un juego de Copa del Mundo de la Selección.

Al tratarse de mi periodo vacacional antes de entrar al que sería mi último semestre en la universidad, tuve mucho tiempo libre para disfrutar la transmisión de la mayoría de las competencias. Para empezar, recuerdo que la ceremonia de inauguración tuvo la peculiaridad de desarrollarse en una superficie llena de agua.

En aquellos juegos participó la Selección Mexicana de Fútbol, pero fue eliminada en la primera ronda. Sin embargo, este sin sabor se endulzó gracias a las 4 medallas obtenidas por México en esa justa, con las platas de Ana Gabriela Guevara en los 400 metros femeniles, Belém Guerrero en Ciclismo de Pista y Óscar Salazar en Taekwondo; además del bronce de Iridia Salazar en Taekwondo femenil.

A pesar de que Ana Guevara fue derrotada en la final por Tonique Williams. No obstante, esos segundos de cada una de sus carreras detuvieron el corazón de todo el país. Después de esos juegos Ana se convirtió en una leyenda y en una de las mujeres a las que más he admirado en mi vida.



Beijing 2008
Han pasado ya cuatro años desde la última vez que el mundo vivió unos Juegos Olímpicos de Verano. Hace cuatro años trabajaba en una agencia de monitoreo y el día de la inauguración llamé al trabajo para decir que había muerto una tía y debía viajar de emergencia a Veracruz. Ya con el permiso de ausentarme en la oficina y sin el menor remordimiento por mi mentira, me dediqué a ver tranquilamente la inauguración de Beijing 2008.

Aquellos juegos los viví a medias. Por un lado tenía que ir diariamente a trabajar, por lo que muchos eventos los seguí por medio de la radio, sin embargo hacia hasta lo imposible por ver las finales en las que algún mexicano se veía inmiscuido.  

Al final México obtuvo 3 medallas: una de bronce en clavados sincronizados obtenida por Tatiana Ortiz y Paola Espinosa; además de dos oros en Tae Kwon Do obtenidas por Guillermo Pérez y María del Rosario Espinoza.


De esos días me recuerdo enamorado platónicamente de Paola Espinosa, quien por ciento fue la abanderada de la delegación. Después también me enamoré (a lo idiota porque mido la mitad que ella) de la rusa Yelena Insibayeva.


Esas semanas no fueron las más felices de mi vida, pero estuvieron pintadas de verde. De hecho unas horas antes de que María del Rosario Espinoza ganara la presea dorada asistí a una fatídica fiesta en la que nadie se percató pero terminé con el corazón roto. Llegué a mi casa anímicamente molido, pero justo a tiempo para ver el triunfo de María y arreglarme un poco el corazón.

El día de la clausura vi impresionado la entrega de estafeta a Londres. Me parece mentira que ya han pasado cuatro años desde entonces y ahora, sólo faltan unas cuantas horas para el inicio de unos nuevos Juegos Olímpicos.

***

Seguramente serán unos juegos inolvidables. Desde ahora sé que en el momento en el que aparezca la delegación mexicana en el desfile de naciones me sentiré orgulloso de mi país y estaré ansioso de que inicien esas batallas que de tan memorables formarán parte de mi vida.

domingo, 22 de julio de 2012

Mis recuerdos olímpicos (parte 1 de 2)



Londres 2012 está a la vuelta de la esquina, y a menos que uno viva en una cueva o sea un ermitaño, resulta imposible no verse en medio de la vorágine informativa y mercadológica que presupone esta justa deportiva. Al menos yo, confieso que este tipo de eventos siempre me han cautivado.

Mundiales de fútbol, coberturas noticiosas de acontecimientos relevantes, Juegos Olímpicos y todos aquellos instantes que hacen que el mundo se detenga por unos momentos y contenga el aliento. Tal y como sucede con un temblor, atentado terrorista o triunfo deportivo, uno recuerda más lo que sintió en sus entrañas y lo que hacía cuando estos hechos se desarrollaban, que el propio acontecimiento en sí. Unas olimpíadas no son la excepción, y más allá de tener en mi mente archivados datos y estadísticas sobre los resultados de las competencias olímpicas, prefiero guardar cómo era mi vida y lo qué hacía cuando el mundo entero veía expectante lo que sucedía durante esas dos semanas que cada cuatro años cautivan al planeta entero.

Estos son mis recuerdos olímpicos....

Los Ángeles '84
Tenía dos años de edad, por lo que ni siquiera me enteré bien de estos juegos. Sin embargo, en los años venideros comúnmente vi en la vitrina de casa de mis abuelos variad figuritas de un Águila Americana vestida patrióticamente  "al estilo gringo". Tiempo después supe que esa fue la mascota de aquellos juegos olímpicos.



Seúl '88
Fueron los primeros juegos olímpicos  de los que tuve conciencia. La única imagen que tengo de ellos es un tanto difusa y breve, apenas un instante en la ceremonia de inauguración ¿O fue en la de Clausura? Lo que observé por televisión fueron unas embarcaciones surcando un río de la ciudad de Seúl. En una de ellas, la mascota del evento (un amigable Tigre) iba parada gallardamente al frente. Fueron apenas unos segundos, pero por alguna extraña razón nunca se me ha borrado de la mente. Era una postal imponente. Tuve a ese mismo Tigre en pequeños muñequitos de plástico practicando diferentes disciplinas deportivas. Me parece que las dio una compañía refresquera, pero no recuerdo muy bien.



Barcelona '92
Ya con diez años estos juegos fueron los primeros que verdaderamente captaron mi atención. Empezando por una ceremonia de inauguración inolvidable, con toques artísticos y apocalípticos. Y claro, con un encendido muy original del pebetero olímpico por medio de una flecha con la llama olímpica, lanzada por un arquero a una distancia bastante considerable.

También recuerdo a Cobi, la mascota más genial. Un perro que incluso tuvo una serie animada que fue transmitida durante el verano de ese año. Helados Holanda sacó sus figuritas oficiales, las tuve todas  Es la más mascota que más me ha gustado.


De las competencias no tengo muchas memorias. Me viene a la mente la medalla de plata que ganó México en caminata, y que me obsesionó a tal grado que en plena efervescencia olímpica me puse a dar vueltas en el patio de mi abuela emulando el caminar de los andarines mexicanos. Me pasó por la mente dedicarme a ese deporte y ganar medallas. Luego lo olvidé.

La canción de aquellos juegos fue "Amigos para siempre". Cada que la escucho me conmueve, su letra es muy hermosa e inevitablemente me remonta a inicios de la década de los noventa. El día de la Clausura toda la familia se reunió en casa de mi prima Yuli. Mi papá, tíos y tías empezaron a comentar la posibilidad de ir cuatro años después a Atlanta.



Atlanta '96
A pesar de los planes hechos cuatro años antes, nadie de la familia fue a los juegos olímpicos celebrados en Atlanta. Deportivamente fue un evento malo para la delegación mexicana, que sólo obtuvo una medalla de bronce (Bernardo Segura en caminata).

De aquellos me recuerdo usando una playera verde alusiva a las olimpiadas, con la mascota jugando basquetbol. Y ahora que menciono a la mascota, aunque a mucha gente no le gustaba y le veían forma de renacuajo, a mí sí que me gustó. 
Tuve los vasos de cristal que dio Coca Cola y en mi clase de serigrafía (en la secundaria) hice mis pininos imprimiendo el logotipo del centenario olímpico en decenas de hojas blancas. Tampoco se me olvida la mañana que desperté con la noticia de una explosión en un parque de la sede olímpica.

Entre lo que me entusiasmo más fue la participación de la Selección Mexicana de Fútbol en Atlanta, que llegó hasta los cuartos de final del torneo olímpico y fue eliminada un domingo por el equipo nigeriano (juego que vi en casa de mis abuelos).

Fue en Atlanta cuando por primera vez me enamoré de una atleta olímpica: Dominique Moceanu, gimnasta norteamericana que luego se volvió una señora fea. 


Después vinieron más juegos olímpicos y más recuerdos, pero de ellos les contaré en unos días...

jueves, 19 de julio de 2012

Esos veranos


Algo tiene este verano que no me sabe cómo debería. Si no fuera porque el calendario me dice que estamos a mediados de julio, simplemente pensaría que estamos en octubre o febrero. No sé si sean los días nublados y hasta fríos que se han apoderado de la ciudad, o si influye el que en estos momentos debería estar en Acapulco (como lo hago cada que cae la semana número 28 de cada año) y no en el Distrito Federal, que a últimas fechas tiene un clima londinense.

Sin saber bien el motivo, estos días me parecen muy diferentes a esos que solía vivir hace años. Recorrer el parque con mi perro mientras respiro en el olor a tierra mojada y veo todo vacio trae a mi mente cómo eran mis veranos de hace años, cuando era un adolescente y las tardes parecían eternas de tantas cosas que tenía que hacer. O quiero decir hacíamos, pues en esa aventura siempre estuve acompañado.

Claudio, Huriat, Jony, ‘Monchito’, Rodrigo, Felipe, ‘Chucho’… no quiero olvidar a nadie porque todos hacían que un verano fuera la mejor época del año. Pararse temprano, desayunar y prepararse para ir al parque a jugar futbol. Estar bajo los rayos del sol o los fuertes aguaceros persiguiendo un balón por horas. Volver a casa sudado y enlodado para simplemente comer algo y volver nuevamente a la cancha, listo para otras horas de diversión. Ganar, perder, ser defensa, ser portero, jugar ‘gol para’, enojarme y decirme de cosas con alguno de mis amigos, enfrentar a otras retas con el firme propósito de demostrar que éramos los mejores.

Pensar en mis amores platónicos cuando iba por el balón o entre jugada y jugada darme el lujo de que mi pensamiento escapara hacia esa musa que ocupaba mi pensamiento y cuyo nombre cambiaba, pero no las ganas de que mis sueños de amor se hicieran realidad. Imaginar que me topaba con alguna de ellas en la calle, o que de repente pasaba justo en el momento en el que hiciera un atajadón o metiera un gol de fantasía. Y de repente salir de tu sueño porque te acaban de meter gol y todos los de tu equipo te reclaman. 

Después ir a casa de Jony a tomar cantidades industriales de agua de sabor (todo mediante unos polvos saborizantes) y hacer palomitas o chicharrones de harina. Por las noches ir al cine en grupo o a veces ir a caminar al centro comercial o pasar las horas platicando de tonterías en la calle.

Así eran mis veranos, esos que hoy, muchísimos años después comienzo a extrañar no sé si por lo bien que me la pasé o porque no se volverán a repetir. Esas tardes sin preocupaciones en las que bastaban tus amigos y las horas libres para hacer de cada día una aventura. Conquistar cada parque o cancha en la que jugábamos, hacer chistes, ir acumulando recuerdos que hoy trató de atesorar en lo más profundo de mi mente para que no se vayan.

Y no es que hoy mi vida esté mal, pero esa atmosfera de un verano de finales de los noventas y principios de este siglo se ha vuelto muy diferente. Es como si en diez años el mundo entero hubiera cambiado y con ello nos cambiara a nosotros, a quienes juntos vivimos muchas de las mejores horas de nuestras vidas.

Hoy salí de nuevo al parque. Se ha formado un nuevo grupo de amigos de la calle en la que vivo. Tendrán unos 16 años. Iban de un lado a otro platicando y haciéndose bromas. Los envidié en secreto. Algún día ellos estarán en mi posición.

Sé que es julio porque me encuentro recordando los meses de julio de otros años. Por alguna extraña razón esos veranos han estado rondando mi cabeza a últimas fechas. Que le va uno a hacer, a veces eso de extrañar me pega muy fuerte.

Este verano se me pintó otoñal. El otro año ya Dios dirá. 

lunes, 16 de julio de 2012

Karaoke Coreano



Fue hace meses cuando en una plática una amiga mencionó la existencia de estos lugares.

-¿Han ido a un karaoke coreano?

Le contestamos que no, y además le preguntamos sobre la diferencia entre un karaoke convencional y uno coreano.

-Es otra cosa. Hay canciones en coreano, está lleno de luces, son cuartos personalizados y hasta te dan unos panderos electrónicos.

Aunque acordamos que algún día visitaríamos un sitio de estos, jamás pensamos que sería una experiencia divertidísima. Para empezar, dar con estos lugares no es tan fácil. Por alguna razón que ignoro estos negocios se mueven en la clandestinidad. Dar con referencias sobre ellos no es tan fácil. Así dimos con los datos del ‘London Karaoke’, que según averiguamos después, es el mejor de su tipo en la Ciudad de México. En ese lugar celebraríamos el cumpleaños de mi novia, quien por cierto, desde hace meses tiene una extraña fijación con la cultura sudcoreana.

El London se ubica en el tercer piso del edificio marcado con el número 167, en la calle de Londres, casi esquina Florencia, en la Zona Rosa de la Ciudad de México. Hay varios karaokes en la zona, pero no ha que confundirse, aunque en el mismo edificio vean varios negocios similares, el bueno es el London Karaoke.

La aventura inicia desde que se pone un pie dentro del edificio y se camina por un pasillo hasta la puerta del elevador (que está junto a la puerta trasera de un bar). Después de subir por el ascensor y llegar al tercer piso se tiene la sensación de ya no estar en el Distrito Federal, sino en Seúl. Carteles y publicidad con símbolos orientales. Algo flota en el ambiente que hace al visitante sentirse extranjero.


Lo primero que llegó hasta nuestros oídos fue música. Varias personas cantando, risas, gente feliz. Sin embargo todas las puertas de aquel piso se encontraban cerradas, menos una, que es donde hay una especie de recepción con una pequeña sala en donde una familia coreana nos dio la bienvenida.

Nunca supimos si todos nacieron en el país asiático o si son descendientes de coreanos. Lo cierto es que desde que nos vieron nos trataron amablemente. A pesar de hablar muy poco español, uno se consigue hacer entender con ellos. Ahí dimos nuestros nombres, checaron nuestra reservación y nos dirigieron hacia un amplio pero acogedor cuarto.


Una sala amplia para que todos los asistentes estén cómodos. En medio una gran mesa para colocar alimentos y bebidas. Enfrente, un escenario con dos micrófonos y una pantalla. Contrario a lo que ocurre en otros karaokes, aquí son los propios clientes quienes eligen que canciones cantar. Basta seleccionar el número de melodía, pulsarlo en un curioso y moderno control remoto, y listo. Además de un amplio repertorio en español, el London Karaoke cuenta con catálogos para interpretar piezas en coreano, inglés, japonés y chino.


Y sí, había panderos electrónicos. 


El cuarto sólo está iluminado por unas luces tenues, que le dan un toque íntimo y de confianza. Uno deja de temer hacer el ‘panchazo’ mientras canta, pues se encuentra en un espacio cerrado en el que sólo están tus conocidos. Si se desea pedir algo de tomar o algún refrigerio coreano, lo único que se debe de hacer es tocar un timbre ubicado cerca de la puerta. A los pocos minutos un mesero hace su aparición. Las cuentas se manejan de manera individual, así cada quien paga lo que consume sin preocuparse de ser desfalcado por lo que otros toman. Por cierto, los precios son muy accesibles.

De pronto, las luces del cuarto se tornan con extraños colores que dan un efecto láser-sicodélico al lugar. En un ambiente así de festivo a todos se les va la pena. Yo, que soy bien ranchero para cantar en público terminé cantando un montón de veces. Interpreté con mucho sentimiento varios éxitos de Luis Mirrey, Alejandro Sanz, el Emmanuel, José José y Enrique Guzmán, entre otros.



Después de horas de cantar y casi quedar afónicos, poco antes de las 2 de la mañana el dueño hace su aparición para decirnos que están a punto de cerrar. Aquí sí, por más que se ruegue no hay ni tantita flexibilidad. Los coreanos, como buenos asiáticos, son muy disciplinados con sus horarios.

Se abandona el London Karaoke con ganas de haberse quedado más tiempo y con la promesa de volver muy pronto. Y qué bueno, porque eso quiere decir que la noche fue buena.

Si quieren pasar una noche pintoresca y un tanto surrealista, no dejen de visitar el London Karaoke. Pueden hacer su reservación en los siguientes números celulares:  044 55 16537960 y 044 55 32012100. Hay salas con capacidad hasta para 60 personas.

No se arrepentirán. 

jueves, 12 de julio de 2012

La Edad de la Punzada



En el 2007 leí una novela que hablaba del retrato de un niño consentido. Diferente a los de su edad. No le gustaban los deportes, ni jugar con sus demás compañeros. Odiaba la escuela, le tenía pánico al infierno, era enamoradizo y le gustaba cantar canciones de Raphael. Aquel pequeño se refugiaba en el jugo de sentarse a escribir y fugarse así de una realidad que le resultaba hostil y en la cual no encontraba lugar. Escribía para crearse un mundo más coherente, en el que quizá algún día la locura de aquellos años pudiera ser contada, y por lo tanto, tuviera sentido haber pasado una infancia así.

Aquella novela llevaba por título 'Éste que ves' y fue escrita por Xavier Velasco. Tuvieron que pasar 5 años para que pudiera leer la continuación de aquella historia que en el 2007 conquistó mi entendimiento.  Así llegó La Edad de la Punzada a mis manos, un libro que me por semanas me mantuvo enganchado y cuya lectura sólo pude hacerla con un vértigo emocional que podas veces he sentido.

Cada una de las novelas de Xavier (Diablo Guardián, Éste Que Ves y Puedo Explicarlo Todo) me han enganchado de alguna forma especial, pero nunca de una manera tan intima como con La Edad de la Punzada.  Y es que Xavier no sólo narra la historia de su historia, sino la de todo aquel que ha transitado (y sobrevivido como pudo) a los años en los que se es demasiado grande para ser un niño, pero demasiado chico para ser adulto.

La Edad de la Punzada comienza cuando el protagonista de la historia es presentado frente a todos los alumnos de secundaria como el peor estudiante no sólo de ese año, sino de toda la historia de la escuela. A partir de ahí, la vida de este personaje transcurre a una velocidad impresionante, en un continuo ir y venir en donde el lector sólo puede sujetarse bien a las palabras y dejarse llevar por la marea, esperando no estrellarse contra los recuerdos propios.

Y es que vaya que esta novela es una suerte de consuelo para todos aquellos que vivimos y recordamos esos años de forma intensa. Al menos a mí, me resultó imposible no encontrarme en cada página.

El personaje central de La Edad de la Punzada vive muchas vidas en una misma. Por un lado es el hijo único de un matrimonio que se desvive por darle todo, a pesar de no ser el mejor estudiante y tener serios problemas con la disciplina. Siempre se las arregla para conseguir lo que quiere: una moto, una guitarra eléctrica, un auto último modelo. El protagonista también sufre el desprecio de sus compañeros de clase y de los maestros, que hacen de su estancia en el  ‘instiputo’ (como él mismo le llama a su escuela) un infierno. Al mismo tiempo es aquel que forma una peculiar banda con sus amigos del vecindario, y vive un sinfín de aventuras que rayan entre la diversión y la imprudencia. A su vez es suele enamorarse con facilidad. Vive añorando la llegada del amor de su vida y no deja de pensar en mujeres ni un solo momento. Una y otra vez cree estar cerca de encontrar ese sentimiento tan profundamente anhelado, aquel que por desgracia la vida le empeña en ocultarle.

Así transcurren los primeros capítulos del libro, entre travesuras que rayan en el delito y amores que se guardan en silencio. Algunas veces divertidas, otras tristes, intensas, dolorosas y en muchas ocasiones divertidas, así transcurren las horas cuando uno decide adentrarse en esta historia que insisto, también es mía.

 Al igual que ocurrió con Éste que ves, encuentro muchos puntos similares entre mi vida y la del adolescente de la historia. También me callé varios amores. Asistía a fiestas con la muda esperanza de vivir mi propia película romántica y que la vida por fin me concediera eso que con tantas ganas deseaba. Yo también tuve que tragarme el coraje de ver al objeto de mi afecto irse con otro y tener que recoger una y otra vez los trozos de un corazón roto. A veces sentía que el mundo se me venía encima y la escuela (principalmente la secundaria) me resultó una pesadilla. Viví peleas a puñetazos de las que nunca salía bien librado, compartí esos años con unos padres que me daban todo en la medida de lo posible y un grupito de amigos en la calle en la que vivo.

Y sí, alguna vez también volé entre las nubes de una montaña. Y la vida también me sorprendió de una manera no muy agradable…

De forma gradual, la historia se va volviendo más oscura. Lo que en principio preocupaba al protagonista comienza a verse a la distancia como un juego de niños en comparación con lo que el futuro le depara. Una sacudida que cimbraría y cambiaría su vida y la de quienes le rodean. Y saben, yo también viví algo similar… de manera diferente al personaje de la novela, también sufrí la perdida de mi papá.

Y así podría enumerar mil y un momentos en los que mi vida fue escrita por Xavier. No sé si esto le pase a los demás lectores, después de todo, La Edad de la Punzada es ese terreno donde las personas vivimos con mayor fuerza. Cada triunfo o derrota se potencializa de tal forma que esos años se nos quedan tatuados en la piel.

La Edad de la Punzada habla de madurar con dolor, pero a la vez teniendo la esperanza de que la fuerza del monzón tarde o temprano cesara; también hay un fuerte tratado de la amistad, esa unión inquebrantable y tan sincera que nos permite soportar cualquier tempestad; el despertar sexual y el mundo de la cárcel igualmente son hábilmente plasmadas por un escritor que dejó el alma en este libro. Esa honestidad se nota en cada idea, en cada palabra.  

Además, hay otros personajes entrañables, comenzando por Tazi, Napu y el Gumas, tres perros inolvidables y fantásticos que están presentes a lo largo de la novela; Celita y su complicidad; Renata, la prostituta que más que una trabajadora sexual, representaba la oportunidad de vencer las ataduras que mantenían al niño unido con el hombre. Como dejar de lado a Frank, Harry, Alejo o a Fabio. Ni que decir de la mítica Ana G., una heroína que no sólo enamoró perdidamente al autor, sino a los lectores. Y claro, a Xavier papá, que a pesar de la tormenta supo mantenerse a flote y darle unas lecciones de vida impresionantes a su hijo.

Sin embargo, la novela se la lleva Alicia, madre del personaje protagónico y en honor a quien está escrito el libro. Esta mujer ocurrente, carismática, fuerte y entregada muchas veces carga con el universo de los acontecimientos narrados sobre su espalda, y lo hace de una forma brillante y heroica. Alicia es uno de esos personajes que jamás se olvidan, máxime cuando sabemos que esta mujer en realidad existió. No es posible terminar de leer el libro sin agarrarle un profundo cariño.

Partidos de Copa Davis, música de Bowie, accidentes de autos, exámenes, bombas caseras lanzadas desde una azotea, unas trabajadoras domesticas que despertaban bajas pasiones, un viaje en moto después de la misa dominical, guerras de escupitajos, una chamarra de cuero, gel para el pelo, el Tribilín, unos recortes de pornografía, un hueso en forma de palanca de velocidades, las luces del Estadio Azteca alejándose… y una pintura cuyo niño de la imagen se va difuminando cada vez más en una mentira dolorosa, en un engaño colorido.

Las últimas páginas son gloriosas. Se recorren con la vista mientras el pulso se acelera desmedidamente. Y al final, después de que uno se seca las lágrimas llega la sonrisa de añorar poder vivir tranquilo y como una persona más. El granizo termina y sale el sol, así es la vida.

Xavier, gracias por habernos regalado un fragmento de tu vida y haberlo narrado de esa forma.  


No dejen de leer este libro, si yo no los convencí, seguramente Xavier Velasco lo hará cuando vean esta entrevista que tuvo en el programa Conversando con Cristina Pacheco, y en donde habla de este maravilloso libro: 

domingo, 8 de julio de 2012

El iPhone llegó a mi vida

Hola de nuevo blog. Me ausenté de este espacio por unos días y mi excusa no es la mejor: llegó a mi vida un nuevo juguetito que me impidió estar al día con ‘El Incomprensible Mundo de Gabriel Revelo´. Es que desde hace unos días tengo un iPhone.

Mentiría si negara que tenía años queriendo uno, sin embargo su elevado costo siempre me hacia pensar que ‘ya será en otra ocasión’. Y qué creen, que esa ocasión ya llegó. Y no, no soy más rico, al contrario, sigo igual de fregado, pero también entiendo que uno debe consentirse de vez en cuando. 

Así pues, dejó a un lado a mi heroica BlackBerry que me acompañó durante año y medio y entro de lleno al mundo de los usuarios de iPhone con un hermoso modelo 4s blanco. Muchos me dirán que mejor hubiera esperado que saliera el nuevo modelo, que me convenía más un Android, o que Apple están en decadencia, pero pus hasta ahorita estoy muy feliz y contento con mi elección.

Y un detalle muy importante: ya puedo jugar Angry Birds , lo cual me hace un ser dichoso y pleno (ya se que este teléfono sirve para cosas mucho más importantes, pero no me juzguen, mejor oriéntenme).

Si bien todavía no sé usarlo muy bien, sí estoy comprobando aquello de que ‘después de un iPhone, nada vuelve a ser igual’. Junto con esta emoción por tener un nuevo Gadget, viene mi acostumbrada preocupación ‘de no saber cuidar las cosas’. Una grafóloga me lo dijo hace un mes : cuando me obsesiono con algo no dejo de darle vueltas en mi cabeza.

Ahora mismo me pasa eso. Tengo miedo de averiar mi teléfono, de que se descomponga, se me ensucie, me asalten y me lo roben, etc. Un montón de probabilidades cuya sola idea me aterra. Y es que el chistecito de tener uno de estos aparatejos, (costo más renta mensual) no me saldrá muy barato que digamos, así que el miedo es medio justificado.

Además, también tengo nervios y ñañaras ahora que Telcel eliminó sus planes de Internet ilimitado, y como no tengo ni idea de cuanto sean 3GB, pues tengo que ir administrando mi consumo. No sé si traer abiertas muchas aplicaciones (tipo Foursquare) consuma mucho de esos bytes, por lo que todo el tiempo los traigo apagados. Pero bueno, con el tiempo iré aprendiendo.

En fin, igual y este post fue un poco egocéntrico y muchos de ustedes pensarán ‘este güey nomás nos quiere presumir’. Y pues , la verdad sí. Ya ven, así somos los seres con baja autoestima, necesitamos refugiarnos en las cosas materiales.

Por lo pronto, seguiré como niño con juguete nuevo. Bajando aplicaciones, moviéndole una y otra vez para encontrar nuevos trucos y ya. Supongo que en unos días volveré a la normalidad. Así me pasó con mi iPod y mi Tamagotchi 

Los dejo, me voy a contemplar mi iPhone. 

lunes, 2 de julio de 2012

Así viví las elecciones, desde el interior del IFE



Pues ya pasó. Finalmente se llevó a cabo la elección presidencial del 2012. Ya tenemos un virtual ganador y muchas reacciones alrededor. No fueron mis primeras elecciones, pero sí las primeras que vivo de una manera tan cercana.

Debido a mi trabajo estuve siguiendo muy cerca el proceso electoral de este año. Fueron tres meses de estar pegado a las agendas de los candidatos y de todo lo que se desenvolvía alrededor de ellos. Sin embargo, sabía que el 1 de julio sería un día clave en la historia del país. Por eso, en cuánto surgió la posibilidad de ese día estar presente en el corazón del Instituto Federal Electoral, cubriendo los acontecimientos, no me lo pensé dos veces y me propuse para ir.

Mi domingo 1 de julio empezó tranquilo. Desayuno, un baño y después ir a votar. Preparar las cosas que llevaría al IFE y salir a casa de mi novia para ver con ella el primer tiempo de la final de la Eurocopa. España vencía 2-0 a Italia cuando llegó el medio tiempo y me despedí de Tania. Me tomó esta foto antes de partir:


En el camino llovía y había tráfico. En el radio escuché que España metió otros dos goles y se alzó con el triunfo y la corona europea. Llegué al rumbo de Coyoacán en donde quedé de verme con mi jefe y otro compañero del trabajo. Juntos partimos rumbo al IFE.

Llegar a nuestro destino fue todo un espectáculo. Tráfico, la entrada principal a las instalaciones se encontraba bloqueada por manifestantes así que buscamos otro sitio donde dejar la camioneta en la que nos desplazábamos. Por supuesto le echamos su bendición rogando encontrarla ahí a nuestro regreso.

Caminamos un buen trecho hasta una de las puertas alternas. Y finalmente, minutos antes de las 5 de la tarde irrumpimos en el centro neurálgico del país, el sitio en el que esa noche todo México ponía sus ojos. Entramos con nuestros gafetes y encontramos una sala de prensa que imaginaba más grande, pero que de igual forma era imponente.


Buscamos un lugar en el cual instalarnos con todo y nuestras laptops, tomamos las primeras fotografías, nos fuimos turnando para conectar nuestras computadoras pues sólo teníamos un enchufe disponible. Comenzamos a reportear lo que veíamos, sintiendo como los nervios aumentaban conforme se acercaban las 8 de la noche, hora en la que comenzarían a surgir los primeros datos oficiales. La gente que iba y venía, reporteros, edecanes, prensa y observadores internacionales. Aquello ya era toda una experiencia.

8 de la noche. La hora cero. Las pantallas de los extremos de la sala comenzaron a mostrar resultados de cómo se iba dando el conteo de la captura de resultados de todo el país. En tiempo real veíamos como esas cifras poco a poco iban aumentando. Entonces fue la locura. Comenzó el mar de información, el quererle ganar al tiempo y sacar los datos lo más rápida y oportunamente posible. Y así lo supimos. Enrique Peña Nieto iba arriba en los porcentajes. De inmediato surgieron reacciones en redes sociales, en medios de comunicación e incluso en la misma Macro Sala de prensa en la que me encontraba.


Y Josefina Vázquez Mota que reconocía que los resultados no le eran favorables, y Quadri que hacía lo mismo. De eso me enteraba mientras la sala de prensa era un hormiguero gigante. Unos observadores chinos (o japoneses) comentaban maravillados lo que veían, incluso el embajador de Haití pasó a mi lado.

Cuando dieron las 23:15 se hizo el silencio. El presidente consejero del IFE anunciaba que de acuerdo al PREP, el priísta Enrique Peña Nieto llevaba la ventaja. La decepción se hizo presente en muchas partes del país, pero no en la sala de prensa, en donde la información fluía con más rapidez que nunca. Minutos después Felipe Calderón, presidente de México dirigió un mensaje a la nación felicitando a Peña Nieto por su victoria. Minutos después Andrés Manuel López Obrador declaró que esperaría los resultados del miércoles para fijar su postura.



La sala de prensa comenzó a vaciarse. A la media noche el Himno Nacional, en su versión larga, sonaba por cada uno de los rincones del IFE. No pude evitar sentirme triste al escucharlo. A la 1 de la madrugada, ya del lunes, abandonamos esas instalaciones y caminamos hasta la camioneta, que afortunadamente seguía intacta. En el camino charlamos un poco de lo ocurrido y regresamos a Coyoacán, De ahí abordé mi auto y regresé a casa.

Dormí un par de horas, me levanté a trabajar un poco en casa (en la oficina me dejaron hacerlo) y hasta las 5 de la tarde me di un baño. Lo admito, me dio cruda post-electoral.

La victoria de Peña Nieto, por más que fuera anunciada desde semanas atrás no dejó de preocuparme y causarme rabia. El saber que el régimen priísta regrese al poder no es alentador. Sin embargo, al paso de las horas e ido digiriendo lo sucedido. Entendí que si bien hubo irregularidades en el proceso electoral, la jornada de ayer fue limpia y al menos yo no veo fraude por ningún lado. Ganó quien tuvo más votos y eso lo decidió la ciudadanía. Ni modo, habrá que respetar. La democracia también se trata de aprender a perder. Aquí lo que verdaderamente importa es la actitud responsable que ayer tomó la ciudadanía.

Si este país se va a salvar y a ser mejor, será por sus habitantes y no por un gobernante. Depende de todos el hacer nuestro trabajo de la mejor manera. México somos todos, no un presidente.

Así fue mi día de las elecciones. La lección es fácil: de todos depende cuidar a nuestro México. Quien esté sentado en la silla es lo de menos.