martes, 30 de octubre de 2012

Después de Lucía


Reflexivo, triste y tocado emocionalmente, así salí de la sala de cine después de ver "Después de Lucía", película mexicana dirigida por Michel Franco y protagonizada por Hernán Mendoza y Tessa Ía.

Durante los días pasados estuve escuchando muy buenas críticas al respecto de esta cinta, que entre su palmarés está el haber ganado el premio a la sección 'Una cierta mirada' en el Festival de Cannes 2012. Con el riesgo que conlleva el ver una película de la que se escuchan comentarios favorables, fui al cine esperando no salir decepcionado.

Y no fue así.

"Después de Lucía" aborda la historia de Roberto y Alejandra, padre e hija de 17 años que tras vivir toda su vida en Puerto Vallarta, se mudan a la Ciudad de México después de que la esposa y madre de ambos muriera en un accidente vehicular. Así, Roberto y Alejandra buscan adaptarse lo más pronto posible a su nueva vida. Él entrando a trabajar a como chef a un restaurante próximo a inaugurarse; ella, ingresando a una preparatoria en donde en un inicio parece adaptarse fácilmente.

A pesar de que Alejandra y Roberto conviven a diario y creen que la vida del otro sucede con normalidad, cada uno vive su propio drama. Él soportando el peso de la soledad y una profunda depresión y confusión a causa de la pérdida de su esposa. Alejandra, por su parte, empieza a sufrir bullying de parte de sus compañeros de escuela, provocado por un acontecimiento suscitado en un viaje a Valle de Bravo.

Padre e hija libran su propia batalla en silencio. Sin compartir lo que les pasa, quizá por vergüenza, quizá por no causarle problemas al otro. Las cosas se complican cuando Roberto se encuentra más desolado y la irá y el abandono impregnan cada aspecto de su vida, al mismo tiempo, el nivel de acoso y hostigamiento al que es sometida Alejandra alcanza niveles preocupantes.

Bajo dicha premisa, esta película inevitablemente nos sacude el interior. Y es que no sólo habla de bullying, problema del que de una u otra forma todos hemos formado parte ya sea como acosados, acosadores o testigos. Antes de eso, "Después de Lucía" habla de la incomunicación, de esa incapacidad de compartir los sentimientos y tragarnos para nuestros adentros aquel veneno que por diversas causas amenaza nuestras vidas.

Son varias las veces que a uno como espectador se le aplasta el corazón. Incluso por momentos se desea poder entrar a la pantalla y defender a Alejandra o darle un abrazo comprensivo a Roberto. Ni qué decir del final apoteósico que nos obliga a guardar silencio mientras salimos de la sala de cine.

Las actuaciones de los dos protagonistas simplemente son memorables. Inmediatamente nos capturan y adentran en la dinámica del personaje. Estéticamente la película ofrece una calidad aceptable, mostrando por momentos tomas interesantes y jugando con los silencios y escenas prolongadas en función de la historia y lo que se desea proyectar. Quizá haya algunas incongruencias en el guión, pero son aspectos mínimos que hacen de esta película un proyecto interesante y que merece todos los comentarios optimistas que ha recibido por parte de la crítica.

Tengo varios fragmentos de "Después de Lucía" bien grabados en la mente. A pesar de haberla visto hace dos días, la historia de Roberto y Alejandra sigue jugando con mi entendimiento. Eso y nada más es lo que uno quiere encontrar cuando va al cine.

De verdad, vale la pena… aunque la mitad del tiempo una se sienta asfixiado de tristeza. 

jueves, 25 de octubre de 2012

Goma de migajón casera, para el fin del mundo



Me encanta el olor de esas mendigas gomas de migajón marca Factis… pero bueno, luego les platico sobre eso.

Falta muy poco para el 21 de diciembre, día en el que supuestamente se acabará el mundo. Preocupado por el futuro de la humanidad, y a sabiendas de que según mi prima, muy pocas personas sobrevivirán al cataclismo, he decidido darles un útil practiconsejo.

Y es que, supongamos que sobrevives a las guerras, catástrofes naturales, cataclismo zombie, invasiones extraterrestres, inundaciones, pestes y a la radiación nuclear. Obviamente necesitarás sobrevivir en condiciones adversas durante varios meses, quizá años. Por eso, he decidido regalarle al mundo una enseñanza que los ayudará a pasarla mejor durante todo el tiempo que pasemos en la penumbra.

Uno nunca sabe si necesitará borrar algo escrito con lápiz durante el fin del mundo. Por eso grabé un pequeño video en el que les enseño cómo fabricar una goma de migajón, usando únicamente una rebanada de pan blanco.

Les dejo este material que grabé en un laboratorio científico de alta tecnología (de fondo se escucha mi hermana, quien me informa de un brujo al que le pedí contactar, por aquello de que se acerca el fin de los tiempos).



No me den las gracias, no les revelé este secreto porque me caigan bien, sino porque soy un héroe de estos tiempos, y además amo a la humanidad. 

domingo, 21 de octubre de 2012

Todos se van



Tiendo a padecer el paso del tiempo. Siempre he sido renuente al cambio y a ver cómo el paso de los años erosiona tanto a las personas como al espacio que hay entre ellas. Casi siempre alejándolas, pocas veces uniéndolas.

Esto me ha pasado varias veces con muchos de mis amigos. Cuando ya es demasiado tarde, noto que la distancia que nos separa se vuelve insalvable, y con algunos, las cosas se enfrían tanto que no vuelven a ser las de antaño. Como pocas veces ayer sentí este embate de la vida y sus circunstancias, cuando alrededor del medio día salí a pasear a mi perro, y al regreso vi a lo lejos a mi amigo Claudio. Tenía meses de no verlo. Nos saludamos y entré a mi casa.

A Claudio lo conozco desde siempre. Crecimos juntos, a sólo una casa de distancia. Los veranos de mi adolescencia los pasé con él y otro grupo de amigos (igual de entrañables) jugando futbol en el parque o en casa de alguno de nosotros, perdiendo el tiempo mientras compartíamos momentos que ahora sé, fueron irrepetibles.

En algún momento Claudio conoció a una chica y tiempo después vivieron juntos. Primero se mudó a un departamento en nuestra misma colonia, y después a otro más lejano. Pasó el tiempo y nuevamente regresó a la casa en la que creció.

Paulatinamente dejé de verlo.

Por medio de las redes sociales he sabido que ahora vive por un rumbo lejano y que tiene una relación estable con otra persona. Aún así, siempre guardaba la esperanza de que algún día volvería a vivir a su antigua casa.

Ayer comprobé que eso no pasará. Después de haber visto a Claudio, me puse a barrer el interior de mi casa. Ocasionalmente veía por la ventana que hacía. Así noté cómo en un camión de mudanza metían varias cosas que estaban dentro de su antigua vivienda. Un refrigerador, un comedor, sillas… ¡estaban vaciando esa casa, en la que tantas veces estuve sin imaginar que años después la vería en el abandono!

Entonces vi a su nueva pareja, a una pequeña niña y a otro muchacho. Todos se veían contentos. Dentro de la confusión que sentía, me agradó verlo contento. Terminaron de cargar el camión de mudanzas, y Claudio y sus acompañantes se marcharon.

Y yo en la ventana viendo todo como un espectador. El problema es que parte de esa película tiene que ver conmigo. Desde la ventana veía como una parte de mi pasado de desmorona sin que me atreva si quiera a salir y desearle buena suerte a mi amigo. A decirle un sincero 'te extraño' y un  ‘espero no perderte de vista’. Sin embargo algo no me dejó salir. Quizá el no querer verme demasiado sentimental o exagerado, quizá la pena, quizá el miedo de afrontar una despedida que no deseo.  

A varios de mis amigos de esa misma época los he dejado de ver.  Ahora, en el parque central de la colonia, justo en el espacio que ocupábamos como cancha ahí un castillo de plástico con resbaladillas. El mundo que por años viví se va desintegrando.

Supongo que debo aceptar que el tiempo pasa y es de lo más natural que las cosas cambien. Que quizá mi postura de renegarme al avance de la vida es ridícula e inmadura. Todo eso lo sé, es sólo que me cuesta aceptarlo y entender que la vida es continuo movimiento.

Y en ese transcurso se me va la vida como espectador. No sé por qué el tiempo y sus estragos siempre me hacen daño. Así somos los cobardes, o los ridículos, o los románticos.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El Foro Sol, el maestro Sanz y una cucaracha despistada


Se asiste a un concierto para vivir un momento íntimo con la música, para generar esa energía que sólo público y cantante pueden lograr, y para volver eterno ese instante en el que una canción es interpretada frente a una horda de fieles.

Cuando el concierto es masivo, la experiencia se magnifica. Pero también, en los peores casos, puede perderse y naufragar.

Este era el riesgo que encontraba en cuanto me enteré que el maestro Alejandro Sanz se presentaría en el Foro Sol, un escenario mucho más grande que el Auditorio Nacional, recinto en donde el cantante español se ha presentado en anteriores ocasiones, y en donde he tenido la oportunidad de presenciar algunas de sus presentaciones, las más recientes en el 2010 y 2007.  ¿La duda era si un artista cuya música es algo calmada y romántica, podría tener una buena presentación.

El caso es que el pasado viernes Alejandro Sanz se presentó en el Foro Sol, recinto con capacidad para más de 50,000 personas. Y hay estuve. En primera porque hago lo que se me pega la gana y soy joven, en segunda porque su nuevo material, La Música no se toca, se me hace un discazo. Al llegar empecé sufriendo la pésima logística que tiene este lugar para el acceso del público. Se tiene que subir un puente, formarse, subir otro puente y dar mil vueltas ‘caracoleras’. Una vez en el interior del Foro, subir las gradas (que es como ascender por las escaleras de una pirámide), sentarse en un lugar de concreto y esperar el inicio del concierto.

(eso sin contar el precio de los boletos, que la verdad si estaban bien caros).

Pedir una bebida para sobrellevar la espera, escuchar a lo lejos que pasó una cucaracha y ver cómo las muchachas de esa zona se levantaban y gritaban al unísono. Ver el cielo y ver que por obra y gracia de Dios, las densas nubes que toda la tarde nublaron el cielo de la ciudad y amenazaban con tormenta, se fueron quién sabe a dónde.


Y después el inicio del concierto. Mucha alegría y emoción de la gente, pero también varias fallas de sonido evidentes. El mismo Sanz hacía gestos para que bajaran el volumen de algunos instrumentos. También había fallas en las pantallas y el que se iniciara con algunas canciones del nuevo disco que no todos los asistentes conocían, provocó, pienso yo, que la presentación en un inicio no fuera lo esperado.

Sin embargo, justo cuando empezaba a creer que este concierto quizá no sería muy bueno, fue cuando surgió el aplomo del cantante español, quien viejo lobo de mar, dio muestras de profesionalismo y de un diente largo y retorcido, logrando reponerse rápidamente y llevar aquella noche a buen puerto. Sólo le bastó interpretar algunos de sus éxitos infalibles, interactuar con el público y ponerle sentimiento y entrega a cada una de sus canciones.

Y listo, cuando menos nos dimos cuenta estábamos de nuevo ante un evento inolvidable. Presenciando un concierto que parecía recital de poesía debido a la calidad literaria de las letras del maestro Sanz. Buena selección de canciones, buena escenografía y esas canciones que desde hace mucho tienen un lugar muy especial en mi existencia.


Así pasaron quién sabe cuántas canciones. Uno sabe que un concierto valió la pena cuando se le hace breve, y queda esa certeza de que se podría haber estado dos, tres horas más en aquel lugar. Al final, un Sanz sincero conmovido se confesó emocionado por dar un concierto ante tanta gente en su México querido. Y uno, que lleva años admirándolo, pues se contagia del mismo sentimiento.

Al final, desalojar las gradas del Foro es todo un show. También salir nuevamente caracoleando y caminando por gran parte del Autódromo Hermanos  Rodríguez. Ni que decir del tráfico infame. Pero al final estos son gajes del oficio de quién va a un concierto, y este valió eso y más.

sábado, 13 de octubre de 2012

Pues, que siempre no… al menos por ahora


Como les conté en el pasado post, se suponía que en estos momentos  tendría que estar reponiéndome de la cirugía que tenía programada para esta mañana, y en la que me quitarían una muela del juicio. Pero heme aquí, escribiendo muy tranquilo y sin molestias, todo debido a que no hubo operación.

Así es, aunque el autor de este blog llegó puntual a la cita, el anestesiólogo que participaría en la intervención quirúrgica tuvo un contratiempo y no llegó. Por lo tanto, la operación se pospuso para mejor ocasión.

Y en esas ando. Muy tranquilo porque me libré de un procedimiento que me tendría en medio de una dolorosa recuperación, pero a la vez consciente y tenso porque lo inevitable se pospuso sólo por unos días.

Ya les contaré… 

jueves, 11 de octubre de 2012

Mi muela del juicio (final) y yo

Dicen que no hay plazo que no se cumpla, y que no hay postergar lo inevitable. El problema es cuando estamos a nada de llegar a ese plazo y el destino, desde horas antes de ocurrir, se nos vuelve una carga pesada y que nos abruma.

Justo en ese punto estoy ahora. Contando cada minuto que falta para enfrentar uno de esos momentos que siempre buscamos evitar en la vida. Sucede que el próximo sábado 13 de octubre, a las 9 de la mañana, me operan para sacarme una muela del juicio. O quizá hasta dos.

Esta carrera por escapar de lo inevitable comenzó hace unos 12 años, cuando en una visita de rutina al dentista me sacaron una radiografía y ahí descubrieron que era necesario sacarme las muelas del juicio. Por ese entonces no tenía molestia alguna, por lo que la sugerencia de operarme francamente me parecía ridícula. Supongo que mi papá se dio cuenta de mi angustia y me sugirió no someterme a esa cirugía. 'Total, igual y nunca te van a doler', dijo. Así di por cerrado (de momento) aquel capítulo de mi vida.

Pasaron muchos años. Terminé de estudiar la prepa, mi papá murió, curse la universidad, me enamoré y me rompieron el corazón varias veces, me gradué, fui nini, tuve un programa de radio, tuve otro trabajo, el Atlante fue campeón, me hice novio de Tania ... y entonces un día fui al cine, y mordí una palomita de maiz que me fracturó un pedazo de muela y tuve que visitar a otro dentista. Esto sucedió a mediados del 2012, y a raíz de aquellas visitas, este doctor también me mandó a sacar radiografías. De nuevo surgió el veredicto fatídico: las dos muelas inferiores del juicio algún día intentarán salir, y por su posición empujarán a los demás dientes provocándome un fuerte dolor.

Aquí las perras desgraciadas:

El dentista sugirió sacármelas cuando antes. Y como dice la canción, le dije que sí, pero no le dije cuándo. Pasé año y medio sin volverme a parar en el consultorio, hasta que hace unos dos meses, un viernes  para ser exactos, desperté con dolor en mis muelas inferiores del lado izquierdo. Era tanto mi dolor que saqué cita para el siguiente día. Después de revisarme, el doctor me dijo que no tenía caries, me tomó una mini radiografía y vio que la culpable de mi dolor era la muela del juicio. Volvió a mencionar la importancia de sacarme esa pieza antes de que me provocara dolores insoportables. Resignado quedé de avisarle la fecha en la que me operarían. Pero pues... pasé un mes sin dolor alguno, por lo que una vez más fingí demencia.

Hace quince días volví a sentir dolor en la misma zona, está vez más fuerte y con duración de varios días, incluso tuve que tomar calmantes para el dolor y desde entonces tengo una inflamada esa área. Comprendí, muy a mi pesar, que si no me operaba ese sería el cuento de nunca acabar, por lo que 12 años después, por fin le puse cita a mi fatídica cita con el destino. Y ese plazo está a nada de cumplirse.

Mentiría si no dijera que estoy inquieto y nervioso. Que me aterra la idea de la operación y más aún, de la lenta y dolorosa recuperación. Para colmo, soy medio hipocondriaco y ya me puse a buscar en internet varios testimonios de personas que también han sido sometidas a este tipo de cirugías. A unos les ha ido muy bien, a otros de la patada. Y con la suerte que tengo, no quiero ni decirles en cual grupo creo que estaré.

Ahora mismo estoy controlando la inflamación con chochos homeopáticos. Ah, porque eso no se los conté: mi dentista también es homeópata. Lo cual me genera cierta incertidumbre. Sin embargo, él operó de lo mismo a mi hermana años atrás, y a pesar de que sufrió algunos días, después se repuso y ahora está feliz, y viva.

Temo que antes de la operación el doctor sugiera quitarme de una vez la otra muela. Temo que el anestesista no me adormezca lo suficiente, y aquello sea un sufrimiento sin precedente. Y lo que sigue después ni les cuento: probables dolores incontrolables, hambre y la imposibilidad hasta de hablar por uno o dos días.

En pocas palabras, y como seguramente ya se dieron cuenta, me estoy cagando de miedo.

Faltan sólo unas cuantas horas para que me enfrente a uno de mis mayores miedos. Sólo espero que al final todo salga bien, y que sea lo que quiera Dios que sea.

La próxima vez que vuelva a escribir en este blog, espero que lo peor ya haya pasado. Eso sí, recuerden que pueden seguir mi sufrimiento a través  de mi cuenta de Twitter. (@gabrielrevelo).

lunes, 8 de octubre de 2012

Mi odio por los viejitos cantantes y románticos de los restaurantes


Son como una plaga que me persigue. De hecho podría jurar que siempre se trata de la misma persona, que desde hace años me sigue en distintos lugares. La voz y apariencia de siempre, además de ese buen tino para sacarme de quicio aunque yo no lo quiera.

Estoy hablando de los famosos ‘viejitos románticos cantantes’, esos que irrumpen en los restaurantes para amenizar la ingesta alimenticia de los clientes. Tienen el mismo look: pelo canoso, bigotito delgado, voz chillona y sufrida, guitarrita de madera, traje elegante.


Para ser honestos, éste tipo de señores me vuelven loco, me exasperan.

Sí, ya sé que estoy mal por quejarme de ellos, que cantar en restaurantes es un trabajo digno, y que debería comprenderlos e incluso ayudarlos. Todo eso lo entiendo, pero es que de verdad ¡¡¡no los aguanto!!!

Es más, ni siquiera entiendo su función en la vida. ¿O acaso ustedes ven necesario comer mientras un viejito con voz chillona interpreta canciones melosas que nomás la gente de 50 años pa’ arriba conocen?

O qué ¿si no comemos escuchando al viejito cantante del lugar no hacemos bien la digestión?

¿Acaso estos viejitos cantantes creen que la gente disfruta sus cánticos rancios?

¡¡¡Pues no!!!

Por desgracia tengo una especie de imán para atraerlos. Llevo años viviendo estos encuentros, casi siempre en restaurantes de comida corrida. Para no ir más lejos, la foto de este post la tomé el sábado pasado mientras comía.

Llegó a un restaurante, pido mis alimentos y justo cuando empiezo a disfrutarlos con calma, escuchó el primer guitarrazo… y hay vale gorro todo. Me pongo de malas y la comida me sabe desabrida. Más cuando el viejito romántico termina de cantar y la gente le aplaude. Yo no lo hago, pues siento que hacerlo es como darle de comer a un perrito callejero al que después de alimentarlo ya no te lo quitas de encima.

Lo malo es que la demás gente sí lo hace.

También sufro cuando el viejito romántico en cuestión se acerca a la mesa a preguntar si queremos alguna canción. Intento fingir demencia y contestar educadamente ‘no gracias’, pero nunca faltan las personas que sí lo hacen y hasta le hacen la platica (casi siempre señoras y señores ya entrados en años).

Sé que mi forma de pensar en estos momentos debe parecerles repugnante. Deben pensar que soy un mounstro. Y no los culpo, soy un desgraciado por odiar a los viejitos cantantes, pero es que me caen muy gordos. Demasiado diría yo.

La verdad, yo les pagaría, pero para que se fueran y me dejaran comer en paz. Pero eso nunca pasa y a donde voy me acompaña la maldición de los viejitos cantantes. Quizá sea una señal del destino ¿acaso el destino me castigará y me convertiré en un viejito musical dentro de unos años?

Por si las dudas, ya me estoy aprendiendo las canciones de Los Dandy, Los Panchos y demás cosas de esas que pasan en El Fonógrafo. Total, romántico ya soy.

jueves, 4 de octubre de 2012

Yo pineo, tú pineas, ellos pinean… ¡Ya tengo Pinterest!



El proceso de contagio ha sido el mismo de siempre.

Escucho hablar de una nueva red social. La veo con desconfianza. Empiezo a oír buenos comentarios de ella. Abro una cuenta ‘nomás por probar’. Me gusta. Se me vuelve adicción. Me pasa la moda. Llega algo nuevo.

Así he pasado de participar de foros, al Hi5, al MySpace, al Facebook, al Twitter, a LinkedIn, a YouTube y finalmente a Google +. (No menciono al blog, porque este espacio se cuece aparte, y es mucho más importante que los anteriores).

En fin, el asunto es que desde el domingo pasado tengo un juguetito más en este mundo del internet: Pinterest.

A pesar de escuchar y ver que en su mayoría es una red que usa el público femenino, mi necedad-curiosidad fue más fuerte y abrí mi cuenta. Cinco días después aun no hago la gran cosa. Apenas estoy agarrándole la onda, comprobando que aunque creía lo contrario, este artilugio del demonio también es para hombres. Después de todo, los rumores eran ciertos, Pinterest es adictivo.

Y pues… yo me conozco y sé cuando ya valió. Por lo tanto, y como si no tuviera suficientes cosas que hacer, parte de mi tiempo libre será destinado a ‘pinear’, que es lo que se supone hace uno en Pinterest.

Quienes aun no sepan de qué carajos estoy hablado, les explico: Pinterest es una red social que te permite compartir lo que más te gusta. Puedes subir imágenes o videos de lo que quieras, e ir creando galerías temáticas. Hasta aquí, todo normal. Lo bueno empieza cuando comienzas a buscar lo que se te ocurra dentro de otras galerías. Si algo te gusta, lo ‘repineas’ y listo, ya está en tu perfil y en tus tableros. Igual que el resto de las redes sociales, puedes seguir y ser seguido.

Sé que suena complicado. Yo pensaba lo mismo hasta que comencé a usarlo. Ahora trato de no meterme muy seguido, pues hacerlo implica perder por lo menos una hora buscando lo que se me ocurra. Y si no lo haces, pues puedes jalar el contenido de cualquier otro lado y colgarlo a tu perfil.

Igual y estoy revolviendo todo y ni sirve para eso, pero para mí, Pinterest es un gran archivo visual que entre todos vamos conformando día a día.

En estos momentos sólo tengo tres seguidores, así que les dejo mi dirección de Pinterest para que me sigan. Y más les vale que lo hagan, no escribí todo este choro en vano.

Por acá me encuentran para conocer un poco más de mis intereses y cotorrear un rato:


(bueno, ni cotorreo tanto, pero puse eso para sentirme más joven).

lunes, 1 de octubre de 2012

El ritual de tener un disco nuevo (la música no se toca)


Soy un hombre de tradiciones y chapado a la antigua. Probablemente eso explica que desde hace años tenga varios rituales que ni la tecnología, ni el vertiginoso ritmo con el que se vive en la actualidad, han sido capaces de quitarme. Uno de ellos, la delicia de tener entre mis manos música nueva.

Y digo entre mis manos, porque a pesar de las virtudes que ofrece la compra de música online, sigo prefiriendo tener un disco en forma física. Nada como ir a la tienda, buscar lo que buscas en los anaqueles, ahorrándote como yo suelo hacerlo, la molestia de preguntar a los encargados por lo que quieres.

¡Para qué, si en el intento de hallar algo a veces terminas topadote con agradables sorpresas!

Luego está el pagar y huir a toda velocidad de la tienda, pues te carcomen las ansias de ponerte a divagar con tu nueva adquisición. A veces, cuando las ansias son demasiadas, termino por abrir el disco y comienzo a escucharlo en el mismo radio del auto. En otras ocasiones, cuando me encuentro sereno, me espero hasta llegar a casa, lo cual es mejor.

Es ahí dónde ocurre la magia: quitar el plástico que envuelve la caja; abrirla por primera vez; aspirar el aroma tan característico de un disco nuevo; sacar con cuidado el librito de canciones; ojearlo teniendo el máximo cuidado de no tener los dedos demasiado grasosos, a fin de evitar indeseables manchas y huellas digitales donde todo debe ser perfección; depositar el disco en algún reproductor, y a dejarse llevar.

La primera vez que escucho un disco trato de darle su espacio y su atención debida. Sobre todo si se trata de un material que esperaba desde hace tiempo, con muchas ganas, o ambas cosas. Suelo acomodarme en un sillón, servirme un vaso de refresco con hielo, y escuchar canción tras canción, leyendo atentamente la letra de cada pieza, repitiendo las partes que considero necesario.

La novedad me dura días después. Incluso semanas. Guardo el disco en el iPod, y cada que saco al perro al parque escucho una y otra vez las canciones. Lo mismo si voy en el carro, pongo el disco y ahí lo dejo, que de vueltas una y otra vez. Hasta que adapte para mí las canciones y me pertenezcan más que al propio autor. Poco a poco, se me va pasando la euforia, me harto un poco y dejo descansar esas melodías, las cuales quedan grabadas en mi subconsciente y estarán siempre disponibles, para rememorarlas en el momento indicado, y disfrutarlas como la primera vez.

Ese ritual lo he repetido decenas de veces, y estoy convencido de que es la mejor forma de disfrutar la música.

Hace unos días volví a repetir la formula. Salió el nuevo disco del maestro Alejandro Sanz. Quienes me conocen saben que desde hace años soy seguidor de este cantante español, al que incluso considero un poeta. Por eso, en cuanto mi novia me sorprendió regalándome ‘La música no se toca’, sabía que se avecinaban semanas de adentrarme en nuevos e infinitos terrenos, equiparables al placer de leer una magnifica novela.

Y lo escuché despacito, con mucho cuidado, prestando atención a los detalles y a las frases, todo para concluir que estoy ante un discazo, quizá el mejor de toda la carrera de Sanz.

Y es que viene del aire…



Recuperando la jovialidad de otros tiempos, conservando la poesía de sus letras y reinventando su estilo. Canciones que hablan de gente que como yo, no saben bailar pero pueden hacerlo por amor, otras que hablan de despedidas tristes, unas más de cuando el tiempo no alcanza cuando sales con una mujer-acción, otras para cuando uno se enamora de una chica venida de Marte, e incluso, una que habla sobre México, y que me hizo llorar la primera vez que la escuché. En fin, todo un homenaje a la música.

Son muchas las historias que a raíz de estas canciones no abandonan mi cabeza. Por el momento, me confieso atrapado en ese universo. Si en estos días se topan conmigo, probablemente me encuentren absorto, escuchando, cantando o meditando sobre esta nueva entrega musical.

Y esto baila ahora en mi mente:



Seguiré con mis rituales musicales siempre que me sea posible. Así disfruto más la música.