sábado, 14 de diciembre de 2013

De cuando me quedé ciego


Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido... eso lo entendí hasta que perdí la vista… o algo así. 

Todo comenzó la semana pasada, pasadas las ocho de la mañana me encontraba escribiendo unas cosas en la redacción donde trabajo y de la nada comenzó a llorarme el ojo derecho. Al principio fue una cosa de nada, sólo una lagrimita a la que no le di importancia. 

Pasaron varios minutos y las lagrimas continuaban. Decidí tomar aquello con sentido del humor, pero un par de horas después ya me sentía fastidiado. Y es que lejos de disminuir las lágrimas aumentaban en intensidad y lo peor era que comenzaban a interferir con mi chamba. Tener que estar frente a una computadora con un ojo lloroso impedía que pudiera ver bien. 

Cerca del medio día el problema con mi ojo derecho ya se había salido de control. Varias veces fui al baño para tallarme los ojos con un papel, pero lejos de encontrar alivio me lastimaba más. Al verme en el espejo mi aspecto era deplorable, con la cara marcada por tantas lágrimas y el ojo rojo e irritado. Lo peor era que mis compañeros de la oficina se dieron cuenta de lo que me pasaba y a la menor provocación me decían: ¡Pero no llores Gabo!

Debo aceptar que aquel día mi productividad bajo considerablemente (si de por sí). En medio de estos sufrimientos fui sorteando el día y a la hora de la salida sabía que aquello que me estaba pasando no era para nada normal. El camino de la oficina a mi auto fue aún peor gracias a que el sol de aquel día tan claro me deslumbraba y hacia que mi ojo llorará todavía más. Llegó un momento en el que tuve que irme agarrando una pared como viejito achacoso.

Entonces mi personalidad hipocondríaca comenzó a tejer mil y un historias sobre mi futuro y el terrible mal que me acosaba. Me imaginaba ciego, usando un parche pirata y pasando complicaciones para limpiarme cada que fuera al baño. 

El trayecto en auto fue otro suplicio. Tuve que ir manejando con muchísima precaución pues a esas alturas de la tarde ya sólo veía con un ojo a pesar de que traía puestos mis lentes obscuros. Era tanta la incomodidad que en un par de ocasiones estuve a punto de parar el auto y estacionarme. 

No sé cómo le hice pero logré llegar a la colonia en la que vivo. Fui a dos consultorios y los doctores no estaban porque era hora de la comida. Llegué a un tercer consultorio en donde la doctora era ginecóloga, pero dadas las circunstancias en las que me encontraba ya no estaba para ponerme mis moños e ir en busca de otro especialista. 

La doctora era como de España o uno de esos países en donde la gente habla raro. Le conté lo que me pasaba y al examinar mi ojo descubrió que tenía una basurita negra incrustada en la zona de mi párpado superior. En qué momento se metió a mi ojo, lo desconozco. 

Con una pinzas (no quiero saber dónde estuvieron antes, recuerden que la doctora es ginecóloga) me abrió el ojo y me quitó aquel artefacto. Al hacerlo el ojo me ardió mucho pero la lloradera se detuvo considerablemente. Segundos después, ya más tranquilo, sentó que había hecho el ridículo y todo un drama por una mendiga piedrita. 

La doctora que hablaba raro me mandó unas gotas y unas pastillas que debía tomar por una semana. Aunque debo aceptar que las gotas sólo me las eché por dos días y las pastillas ni las abrí. 

Durante ese primer día el ojo me siguió doliendo y llorando un poco, pero ya podía manejar y trabajar sin ningún problema. Eso sí, mi estado era deplorable y parecía que me habían golpeado porque tenía el ojo rojo y entrecerrado. 

Con el paso de los días la cosa mejoró, aunque mi ojo aún seguía lastimado y veía todo desenfocado y doble, situación que fue disminuyendo paulatinamente hasta que todo volvió a la normalidad. 

Después de esta experiencia volví a nacer, soy un hombre nuevo y me volví una mejor persona… pero creo que se me olvidó pronto, pues ayer fui al cine y cuando en la dulcería me preguntaron si quería donar 15 pesos para los invidentes dije que no. Luego me cayó el veinte de mi mala actitud y me sentí culpable, aunque luego se me olvidó también. 

Ya ni la friego, por eso Dios me manda castigos en forma de basuritas al ojo.

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