domingo, 5 de enero de 2014

Rosca de Reyes contra el desamor



El 6 de enero del 2001 decidí hacerme un auto regalo por el Día de Reyes: darme la oportunidad de luchar por el que hasta entonces pensaba que era el amor de mi vida.

Desde este momento me referiré a ella como E. Fuimos a la misma preparatoria. Nunca fue mi novia, por más que en los tres años que estudiamos en la misma escuela ella ocupara casi todos mis pensamientos.

1. Resumen de mi historia con E.

En cuarto año fuimos en el mismo salón, pertenecíamos al mismo grupo de amigos y podría decirse que éramos unidos. Cuando ingresamos al quinto año nos tocó en distintos grupos, ella comenzó a juntarse con otras personas más populares y pues... también se volvió popular. Como yo era todo lo contrario y apenas me llevaba bien con unas 10 personas, nuestra amistad fue enfriándose hasta volverse inexistente. Durante sexto año me la pasé buscando la forma de volver a su vida, y así cumplir mi sueño imposible de andar con ella.

A pesar de mi timidez, semanas antes de nuestra salida de prepa logré confesarle lo que sentía por ella con una carta que nunca obtuvo respuesta. Durante nuestro viaje de graduación cruzamos miradas de una forma muy extraña, lo que me dio cierta esperanza de que aquella carta no le había desagradado del todo. Aún así, no me animé a enfrentarme a E. y decirle de frente todo lo que por años tuve guardado.

Por eso, aunque al salir de la prepa sentía angustia porque no volvería a verla, también había cierto alivio al saber que su diaria presencia ya no me atormentaría.

2. Los meses oscuros

Mis primeros meses en la Universidad transcurrieron de forma extraña. Seguía sin ser popular y no tenía muchos amigos, sólo compañeros con los que intercambiaba un par de comentarios cordiales pero nada más.

Pensaba que mi vida universitaria estaría condenada a la mediocridad y aburrimiento, hasta que una mañana caminaba por los pasillos del campus y vi que E. caminaba junto a otra chica. Ella no me vio y qué bueno, porque seguro mi cara debió haber tenido la expresión de estúpida felicidad que tienen aquellos que llevan tiempo extraviados en el desierto y de repente se topan con un oasis.

Dediqué los días siguientes a investigar más sobre ella. Así me enteré que E. estudiaba Sistemas o algo relacionado con computadoras y esas cosas. Pasé meses buscando la forma de acercarme una vez más a ella y no dejar que el tiempo siguiera erosionado nuestra extraña relación.

Tras semanas de concienzuda planeación decidí jugarme el todo por el todo el próximo Día de Reyes.

3. Sábado 6 de enero de 2001

Recuerdo que los Días de Reyes solía despertarme de madrugada para ver los juguetes que me habían traído Melchor, Gaspar y Baltazar. Todavía ni salía el sol y ya estaba vuelto loco abriendo cajas y jugando.

Volví a sentir una ilusión similar el 6 de enero del 2001. Ese día también me levanté antes del amanecer y a las 6 de la mañana ya estaba en el andén del metro. Llegué a la estación "Escuadrón 201" cuando apenas comenzaba a esclarecer el cielo. Corrí varias calles y finalmente me encontré con la fachada de la casa de E. Al parecer nadie se había despertado pues las luces del interior estaban apagadas. Entonces saqué el sobre que guardaba en el interior de mi mochila, lo deposité con mucho cuidado en su buzón y me marché sonriendo pero con un vacío en el estómago que me duraría varios días.

Una hora después volví a mi casa. Ya había niños en las calles estrenando sus bicicletas y patines. Yo estrenaba la ilusión de que mi amor imposible recibiera una nueva oportunidad de ser posible. Esa noche partimos Rosca de Reyes en familia y me salió el muñequito, aquello debía ser una señal de que mi vida cambiaría.


4. La carta

La carta que deposité en el buzón de E. era un fiasco por dónde se le viera. Estaba dentro de un sobre manila en el que torpemente y con mi letra horrible había escrito el nombre completo de E. y su dirección. Más abajo, a modo de remitente, los datos de la Universidad en la que ambos estudiábamos. Mi idea, muy estúpida por cierto, era que tanto E. y sobre todo su familia pensaran que aquella correspondencia venía de la Universidad y sea quién sea quién encontrara el sobre se lo entregara a su destinataria sin andar fisgoneando.

En la carta interior brevemente le explicaba a E. lo importante que había sido su llegada a mi vida y lo triste que fue que nuestra amistad se perdiera con el tiempo. Mi escrito terminaba pidiéndole que nos reuniéramos pues sólo quería charlar con ella. Propuse fecha, hora y lugar: miércoles 10 de enero de 2001, 19 horas, en el parque donde está un altar a la Virgen de Guadalupe y que se encontraba a dos calles de su casa. Como estábamos de vacaciones supuse que aquel horario estaría bien.

Sólo unos días me separaban de nuevamente tenerla frente a mí, de hablar con ella y ver qué sorpresa me traía el destino. Cada hora que pasaba y me acercaba a la fecha marcada aumentaba mi nerviosismo y ansiedad, pero también me hacía sentir vivo y profundamente feliz.


5. El día D

El día de mi cita con E. me pasé toda la mañana decidiendo qué ropa me pondría para la que entonces era la noche más importante de mi vida. Finalmente opté por una camisa café con la que según yo no me veía tan gordo.

Aún faltaban varias horas para mi encuentro, y los nervios ya estaban acabando conmigo. Varias veces me puse a imaginar las supuestas charlas que tendría con E. Tras mucho atormentarme psicológicamente, concluí que por muchas proyecciones que hiciera jamás podría estar preparado para enfrentarme con ella. Dejé que el tiempo corriera y a las 6 de la tarde salí de mi casa.

El camino me pareció tremendamente corto, en menos de 40 minutos ya me encontraba frente al altar de la Virgen de Guadalupe. "Mejor llegar antes y no tarde", pensé. Supongo que recé un poco para mitigar el miedo. Dieron las siete en punto. Comenzó el pánico y la taquicardia. Ella aparecería en cualquier momento. Y yo sin saber cómo pararme o qué cara poner para verme interesante.

Y dieron las 19:05. Decidí no desesperarme, después de todo las mujeres siempre hacen esperar a los hombres ¿no?

19:10. En mi mente comenzó a girar una de las frases que escribí en la dichosa carta:

"Sí decides no ir y ponerle punto final a nuestra amistad, lo entenderé. No te sientas presionada".

¿Y sí eso es lo que estaba sucediendo? ¿Si finalmente E. decidió que no me quiere ni como amigo? ¿Y si no le llegó mi carta?

19:15... El fantasma de ser plantado ya era una amenazante realidad. Si bien siempre consideré que algo así podría pasar, la ilusión se había encargado de bloquear ese pensamiento.

19:20 ¿Cuánto tiempo sería prudente seguir haciendo el ridículo y aceptar que fui un iluso al pensar que bastaría una carta mal hecha para cambiar mi destino amoroso?

Poco antes de las ocho de la noche acepté que aquello era inútil y que sería mejor dejar de esperar. Emprendí el camino de regreso. Recuerdo que hablaba solo y que entre mis diálogos intentaba hacerme a la idea de que todo había acabado. Aunque también debo aceptarlo, una parte de mi se sentía aliviada de no haberme enfrentado a E.

* * * * *

Por años me pregunté por qué E. no fue a nuestra cita. Con el paso del tiempo fui aceptando que la idea de arreglar en un día esta historia de amor trunca era mucho pedir.

En cuanto a mi, dejé de ser invisible durante el resto de mi estancia en la Universidad. Me hice de muchos amigos que hasta la fecha conservo y mi vida amoroso tuvo nuevos capítulos en los que ahora sí me atreví a romper el silencio.

Así terminó esta historia que soñó con tener segunda parte en un Día de Reyes.

1 comentario:

Partido Social Player dijo...

muchas gracias por compartir una historia tan personal, la leí con atencion y mucha expectacion, pues como recordaras comparto ciertos puntos de adolescencia contigo, y esta es una de ellas...