domingo, 16 de noviembre de 2014

Cuando viajo en Metrobús me convierto en una persona horrible


Así como me ven, lleno de glamour y con mi apariencia de ciudadano de primer mundo, yo también viajo en transporte público. Aunque frecuentemente uso el Metro, la mayor parte del tiempo lo que más empleo es el Metrobús. 

Para no gastar tanto dinero, y también porque soy humilde, tres de los cinco días a la semana me traslado al trabajo en Metrobús, opción que en apariencia es bastante cómoda para mí, pues tengo una estación en la esquina de mi casa y otra a una calle de la oficina. Así, en cerca de 35 minutos voy y vengo sin problema de un punto a otro, todo un lujo para alguien que vive en un lugar tan caótico como lo es la Ciudad de México. 

Sin embargo las cosas no son tan buenas como parecen. Y es que a pesar de que me considero una buen ciudadano, algo tiene el Metrobús que me convierte en una persona horrible que termina odiando a la humanidad. 

Empecemos con el ingreso al Metrobús. Quienes han usado el Metrobús de la Ciudad de México saben que para acceder a cualquiera de las estaciones es necesario hacerlo con una tarjeta de prepago, la cual puede adquirirse y recargarse en TODAS las estaciones de este sistema de transporte a un precio realmente accesible. 

Aún así nunca falta quien se me acerca, pone cara de lástima y me dice algo así: 

“Le doy lo de mi pasaje y me presta su tarjeta para entrar”. 

¡¿¡¿Por qué hacen eso?!?! Adquirir la tarjeta para poder entrar no es ni caro, ni complicado, ni difícil. De hecho el proceso te lleva, cuando mucho, tres minutos. Tanto coraje me da la situación que nunca le hago el favor a nadie, simplemente les respondo “No” y me marcho. Sí, sé que no que no me quita nada ayudar a esas personas y prestarles mi tarjeta, pero es algo que escapa de mi voluntad.

Las cosas no mejoran cuando entro a la estación e intento abordar cualquiera de los camiones. Detesto a las personas que quieren entrar a la fuerza a una de las unidades a pesar de que lo ven lleno y comienzan a empujar a los demás con tal de ingresar. Si me topo con uno de ellos lo que hago es ponerme duro y estorbarle en el camino para que no logre su cometido. A ver si así dejan de pensar que pueden empujar a los demás como vacas rumbo al matadero.

Ya que voy a bordo del camión, y si no me tocó asiento, intento colocarme cerca de algún lugar que intuyo se desocupará pronto (la hilera trasera de 5 asientos siempre es buena opción). Así, voy haciendo una especie de “apartado” y en cuanto alguno de los pasajeros que van sentados junto a donde estoy se levanta, ocupo su lugar. 

La bronca es cuando voy “apartando” pacientemente un lugar y junto a mí se para una chava, señora, o viejita, pues en caso de que un lugar se desocupe me veo obligado a cederle el asiento que tan pacientemente llevaba apartando. De no ser así el resto de los pasajeros me lanzarían miradas asesinas por ser poco caballeroso. 

Tampoco quiero que se me juzgue de machista e insensible, pero las mujeres tienen asignada más de la mitad del Metrobús y al irse a la parte trasera provocan que los hombres deban rendirse a la presión social y levantarse pues “como van a dejar que una damita vaya de pie”. A veces pienso que muchas mujeres se van atrás sólo para conseguir asiento. 


Por eso, en el hipotético caso de que yo vaya sentado no le doy mi asiento a nadie a menos que se trate de una persona muy mayor, enferma, embarazada o con bebés. Los niños no, que se vayan acostumbrando. Ni hablar, así es esto de la igualdad. 

Si usted, amable lector, algún día se topa conmigo en el Metrobús y me ve con cara de fastidio, es porque casi siempre voy soportando los olores horribles de uno o más de los pasajeros. Nunca falta alguien que va soltando flatulencias a diestra y siniestra, volviendo el camión una cámara de gas que ya hubieran querido tener Hitler. 

También me pone de muy mal humor todas las personas que van dormidas. No me pregunten por qué pues cada que alcanzo lugar también me duermo. El chiste es que no puedo evitar mirar a los dormilones con odio. Otra cosa fastidiosa es la pregunta: “¿Baja en la siguiente estación?” que hacen algunos pasajeros cuando quieren pasar. ¡Qué tontería, mejor pidan permiso para pasar y listo! 

Y ahí le paro. Podría seguir hablando de las cosas horribles que pasan en el Metrobús, como por ejemplo, los chóferes que manejan rápida e imprudentemente como si estuvieran transportando mercancía. Malditos brutos. 

Por favor no me juzguen ni piensen que soy un ser despreciable. Yo quería ser bueno, pero son las circunstancias de la rutina las que me han hecho así. Algo tiene ese transporte que saca lo peor de mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...


yA MI querido no seas tan fastidioso a mi me gusta me divierte es barato y me lleva con rapidez.